Por Alejandro Lozano


Adormecer a los felices, de Diego Trelles Paz, es un libro de cuentos organizado en dos bloques de cinco piezas y un Intermezzo en donde el escritor limeño aborda, a través de una sátira de fondo sombrío y el uso preponderante de la primera persona (distinta en cada caso), los deteriorados vínculos sociales que corroen, hasta deformarla, la propia identidad de sus personajes.

La primera sección está compuesta por relatos que tienen lugar en el Perú y funcionan como una crítica agria de la predisposición de la sociedad peruana al acallamiento y la farsa grotesca. Mediante sus involuntarias confesiones de bajeza o mediocridad, los diferentes narradores y personajes componen un muestrario de la infamia y de la banalización que evidencia sus aspectos más sórdidos cuando se las vincula con el actuar político y el artístico. Tanto en la ética como en la estética, en el paisaje degradado que diseña el autor con humor negro, se desenvuelve la amoralidad y la anomia con una alegría obscena que no puede sino convocar a la risa.

Es significativo el rol que cumple la escritura como oficio en estos textos: en todos los casos, los narradores son escritores (en ciernes, ocasionales, «profesionales» o desesperados) y utilizan sus relatos para liberarse infructuosamente de sus culpas y de sus silencios previos (de injustica social, sobre todo), para vengarse, o para sostener el penoso equilibrio de sus mentiras de supervivencia. La escritura es el espacio de la revelación, entonces, aunque no siempre para quien la ejercita, sino para el que la lee, pues más allá del conocimiento de los hechos que relatan, los narradores semejan estar sumidos en un desconcierto u obnubilación que les impide comprender el sustrato de sus pesares y acciones pasadas.

Libro-Trelles

El salto, sin embargo, del humor negro a la denuncia social, que realizan algunos de estos relatos, está tan marcadamente direccionado en lo político que desinfla cualquier interés en sus conclusiones retóricas, explicativas, moralizantes:

«si el muerto hubiera sido un hombre rubio de Lima, Celendín no habría sido nunca la misma y habría culpables y procesos judiciales y sentidos pésames a los deudos de parte del gobierno».

En el afán de oponerse a un discurso del éxito y simplificador, el autor sacrifica el estilo en estos casos poniendo en evidencia sus intenciones. El justificante, insuficiente por cierto, de estos deslices vendría a ser la impericia de sus narradores: escritores en formación u ocasionales. Pero sucede que, en lugar de exteriorizar, con comprensible torpeza, la contenida amargura ante la injusticia que podrían cargar estos últimos, es decir, en lugar de mostrarnos más de la fibra de sus personajes, lo que estos pasajes consiguen es convertirlos en disfraces circunstanciales de los que el autor se despoja sin rubor para dejar una moraleja reduccionista que crea la sensación de que todo el relato podría condensarse en ella.

Se escapa de esta suerte, en cambio, «El aprendiz», primer cuento del conjunto. Se trata de un joven estudiante de la universidad Alas Peruanas que deviene en ayudante de un pornógrafo en decadencia que tiene su oficina en la avenida Tacna. El ayudante nos relata su aprendizaje, su formación y su espera de ascensión al lado de su maestro, e incluye, para ello, breves resúmenes de sus películas más logradas, con una mezcla confusa y seudoacadémica de admiración y oportunismo absurdos. Si bien es cierto que en este texto la voz del narrador no se adecúa a las características del personaje que representa, eso se olvida pronto por el despliegue de una prosa de distante y fina ironía, que acrecienta sus méritos en cuanto la imaginación y los escenarios que retrata expanden su agridulce y sórdida artificiosidad. Sin llegar a ser un texto redondo, «El aprendiz» representa en mejor estado el intento de reflejar la dañada sociedad peruana y sus nuevos ciudadanos, en apariencia condenados a la tolerancia de lo inmoral, de lo ridículo y del silenciamiento de las emociones verdaderas.

En el segundo bloque de textos, los personajes buscan un espacio en el extranjero; son seres con voluntad de una pertenencia y asimilación social mediada por el camuflaje. El alto grado de consciencia en sus acciones expone un fondo de oscura resignación a los códigos que los rodean, de tal modo que la crueldad y la incapacidad (en términos amplios) amorosa, el aislamiento, son las neurosis inevitables que amenazan estallar con violencia en cualquier momento. Esto último lo presenciamos en el relato final del libro, «Vinilo», en que la frustración y la posible pérdida de la tan buscada, y sin embargo, efímera y anodina tranquilidad generan un desenlace que restituye el odio y la soledad.

Extravagante, como el tono general del libro, «Sección surrealista en el Harry Ransom Center», es, no obstante, un relato en que el humor (básicamente verbal) y la historia, así como el mensaje que contiene, por fin se potencian mutuamente. Un guardián norteamericano del museo en cuestión tiene el apellido de un personaje de Faulkner, pero no lo sabe sino hasta que un turista o migrante peruano se lo dice. Como prueba de ello, el peruano le deja unos libros, y esta lectura progresiva llevará al guardián a una revelación próxima a la locura. Por primera vez traspasamos la superficie de la propia narración, y somos testigos de los recuerdos del personaje principal, recuerdos que no están directamente relacionados con los hechos más evidentes del relato. Entonces se entrelazan distintos planos de este personaje: su pasado, su presente, su «locura» y su decisión final. Superado el umbral del humor, el texto abre paso a un delicado elogio de la literatura, y las coordenadas emotivas en que concluye su narración trazan una trayectoria completa que lo alejan, para bien, de la anécdota ejemplificadora.

Así, diseñado desde el exceso, Adormecer a los felices consigue armonizar en algunos de sus cuentos el interés literario y la desmesura, y en otros, sus intenciones se ven atropelladas por una tendencia al aleccionamiento culposo que desaprovecha las muchas veces destacadas cualidades prosísticas del autor.