Por Adriana González Navarro

Según el obituario de The New York Times, Rubem Fonseca, el recientemente fallecido escritor brasileño, tuvo «el miserable honor de ser un autor muy famoso en un país donde la gente no lee». Sea como fuere, su fama como narrador fue fenomenal con varias de sus novelas convertidas en populares series de televisión en su país. Y acaso Fonseca tenga muchos más lectores a los que alude el articulista del Times pues para los hispanohablantes sus libros son ya un referente. Aquí este homenaje con nuestra amiga y escritora colombiana desentramando la representación del hombre macho en una de sus novelas

La primera vez que leí a Rubem Fonseca, hace unos quince años, me sentí abrumada; sus personajes masculinos eran machos, corruptos, viciosos; y los femeninos, pusilánimes o mujeres fatales. No obstante, me leí buena parte de su obra, fascinada con su escritura y sin saber por qué continuaba leyendo si me afectaba ese machismo. Ahora, que retomo su lectura me pregunto: ¿qué es ser hombre? ¿Ser hombre es lo mismo que ser macho? Me cuestiona ese “mundo masculino” lleno, al menos para algunos, de privilegios. ¿Es, acaso, una actitud que les precede desde antes de nacer, como lo señala Franco La Cecla en Machos sin ánimo de ofender? Y si es así, ¿cómo es esta actitud?, ¿en qué se refleja?, ¿qué oculta? Rubem Fonseca es el escritor apropiado para dar una respuesta: primero, porque lo hace desde la literatura; segundo, porque escribe sobre hombres desde el punto de vista masculino (y femenino).

Para responderme voy a centrarme en la novela Y de este mundo prostituto y vano solo quise un cigarro entre mi mano. Esta me interesó por diversas razones: puede catalogarse dentro el género policiaco; sus personajes masculinos –Mandrake, Gustavo Flavio, Raúl y Reinaldo– se delinean con las características de una masculinidad negativa, es decir, las del macho; y, a su vez, es una novela que se burla de los hombres machos.

Hombres y machos

En primer lugar, está Mandrake, el abogado criminalista. Fonseca deja que sea Mandrake mismo quien se presente: “Fui abogado de un primo suyo, un financista fraudulento que se fue a gozar de la vida en Miami, después de que logré su absolución”. Así descubro un abogado a quien le importa ganar casos sin ética que medie. Aunque el recurso de presentación de Mandrake es autorreferencial, también usa la impresión que tienen otras personas sobre él para describirse: “(Luisa) decía que un defensor con un apodo como el mío solo podía tener como clientes a carteristas y otros delincuentes menores”. Este abogado no carece de cierta sensibilidad, solo que la suya se delinea por la razón y las palabras: “La verdad es que los abogados somos sensibles a la retórica, incluso cuando resulta inconexa, extravagante y artificiosa, como la de Gustavo”.

En segundo lugar, está Gustavo Flavio, el escritor. Es el personaje en quien centra la mayoría de las descripciones puesto que es el defendido de Mandrake: “…se trataba de un escritor famoso y admirado”. Al igual que Mandrake, el escritor se perfila como un personaje masculino lleno de defectos: “era un hombre vanidoso, un petulante erudito e inteligente, un mulato que con el paso del tiempo se había vuelto blanco, un gordo que se había vuelto delgado, un mujeriego de éxito”. El hecho de que sea vanidoso y mujeriego es confirmado por el mismo Gustavo Flavio en las confesiones a Mandrake: “No hay quien tenga al menos una mujer fea a su alrededor, pero yo vivía rodeado de mujeres deslumbrantes, la Fortuna tiene sus elegidos”, “Un hombre puede amar a dos mujeres. Está en nuestra naturaleza”, “para no ser tildado de romántico ingenuo, admito que en algunos casos el amor puede ser tan solo una válvula de escape”. Pese a que, en ocasiones, Gustavo Flavio se sincera con Mandrake para contarle detalles de su vida amorosa, este sabe que mentía, que le ocultaba cosas. Es más, Gustavo Flavio no tiene una verdadera intimidad con su abogado, pues, no la tiene con los hombres, ni siquiera con las mujeres. Gustavo Flavio considera que la intimidad debe ser salvaguardada, por esta razón guarda secretos, ya que “los secretos sólo deben contarse a aquellos que también los tienen”.

En tercer lugar, está Raúl, el comisario. Es amigo del abogado Mandrake; sin embargo, es considerado por este como alguien astuto, solapado, hasta agresivo en sus métodos de investigación. Es así como se expresa sobre este con palabras despectivas como “perro de caza”, “espiaba a Gustavo, sin mirarlo de frente, como lo haría un gato con un ratón que sabe que está a su merced”, “El gran hijo de puta es muy astuto”, “es un tira fanático que adora los casos difíciles” o “Luego, él y otros dos tiras voltearon la mesa patas arriba, tal vez en busca de compartimentos secretos”.

Por último, está Reinaldo, el esposo de Silvia –una de las amantes de Gustavo Flavio–. Es un abogado, compañero de estudios, descrito como un escritor frustrado:

Él quería ser escritor, solo hablaba de aquello en la facultad; participaba en todos los concursos de cuentos y novelas que se realizan anualmente en el país, sin obtener nunca un premio. No voy a ser un abogaducho de mierda, … «yo voy a ser un gran escritor”,

al no poder alcanzar la fama que anhelaba, a Reinaldo solo “le quedó el derecho, y él, que era muy astuto, se convirtió en un gran abogado y ganó una fortuna, pero la frustración y el rencor de ser un escritor fracasado nunca lo abandonaron”. Reinaldo es un personaje que permanece a la sombra de personajes exitosos con quienes tiene una relación ambigua de admiración y odio. Estudia derecho, como Gustavo; tiene mujeres que luego son seducidas por este (Amanda y Silvia) y realiza cenas en honor a condes y condesas.

Por último, el título de la novela anuncia que el cigarro cumple un papel importante dentro de ella; desde mi perspectiva, es un personaje más. En parte, porque los personajes masculinos fuman (Mandrake y Gustavo Flavio –aunque también lo hace Amanda, como excepción de los personajes femeninos–). En parte, porque el cigarro y la forma como este se corta y se fuma muestra el carácter del fumador: “Estoy en contra de esos sujetos que cortan la punta del cigarro a dentelladas, como perros furiosos”. Es decir, el cigarro pone énfasis en la pose del hombre refinado, por esa razón Gustavo Flavio fuma tabacos costosos y variados: Punch Royal Select, Bolívar, Partagas, Suerdieck o Ramón Allones.


al contrario del novelista, que quiere seducir o amedrentar, el ensayista quiere exhibir su erudición

De igual forma, afirma la pose del hombre exitoso y con poder, seductor, mujeriego, blanco, inteligente, astuto y pragmático. Aunque también está vinculado con la imagen del hombre rebelde. Al buscar imágenes del cine me encuentro con algunas que parecen confirmarlo. El cigarro está presente en diferentes películas; en los dramas, en los westerns, en el cine negro y en las de espionaje durante la guerra fría.


Además, el cigarro es una suerte de catalizador de una cercanía que raya con la intimidad, sin serlo; pues le permite a Gustavo Flavio contarle a Mandrake su versión de los hechos: “Gustavo cortó la punta de su cigarro con una cuchilla Zino. Después sacando una caja de fósforos, lo encendió con los debidos cuidados”.

La puñalada trapera de Rubem Fonseca

La puñalada trapera es un golpe a traición. ¿a quién o qué traiciona el escritor brasileño? Al macho. Sin embargo, esta puñalada trapera se da a través de una sutil burla. Es decir, pone en entredicho el estatuto del macho. Para ello usa la estrategia del desenmascaramiento, estrategia que, como una moneda, tiene dos caras: la del personaje femenino que lo describe de manera implacable y la de los personajes masculinos que se miran a sí mismos.

Cara

Amanda es el personaje que se mofa del macho, desde su condición biológica. Al comienzo de la novela, Amanda está contándole a Mandrake quién es Gustavo Flavio. De él dice: “no dejó de ser un sátiro, ni siquiera después de haberle sucedido aquel accidente (vamos a llamarlo así), que tú conoces y sobre el cual no quiero hablar ahora”. Luego, ella testimonia que Luisa “no podría tener un hijo de él, eso no sería posible, después de aquel… accidente”. Amanda, al decir estas palabras, confirma que es un hombre mujeriego. De hecho, poco a poco se va revelando que tiene cuatro amantes al tiempo; sin embargo, es incapaz de tener hijos porque “a raíz de su asesinato (el de Delfina Delmare) el marido descubrió que Gustavo Flavio era su amante, y se vengó cortándole un testículo”. Es decir, Gustavo Flavio no cumple la función reproductiva que se le impone biológicamente al macho. Es un hombre incompleto. Por eso, este personaje demuestra constantemente que es un macho, porque le ronda, de acuerdo con Franco La Cecla “la idea constante y continua de la insuficiencia de serlo solo biológicamente; el esfuerzo interpretativo, el tener que demostrarlo”. El titubeo de Amanda lo leo como una risita oculta tras unos puntos suspensivos.


…lo leo como una risita oculta tras unos puntos suspensivos

De igual forma, el desorden es presentado como uno de los vicios o defectos de Gustavo Flavio. Entonces, se ve cómo el refinamiento solo es una apariencia. Amanda cuenta cómo es el apartamento del escritor “estaba hecho un caos, libros sobre la lavadora, libros sobre la estufa, libros en el suelo, había libros hasta debajo de la cama”. El otro defecto que muestra Amanda es la ausencia de creatividad: “Gustavo había superado, tras sufrir un leve y soportable disgusto, una crisis de impotencia creativa, decidiendo luego dedicarse a un género que no exigía talento ni imaginación”. Más adelante Amanda dice: “al contrario del novelista, que quiere seducir o amedrentar, el ensayista quiere exhibir su erudición”. Vemos cómo, en boca de Amanda, se devela la fragilidad de la masculinidad de un personaje al mostrar que es narcisista, mujeriego, poco creativo (por eso, se pavonea de su saber enciclopédico literario), medio hombre y desordenado.

Cruz

Aunque Gustavo Flavio no se identifica con los machos salvajes y brutales que califica como perros, por cuanto asume la pose del hombre refinado que fuma cigarros de marca, en las pocas revelaciones de su intimidad deja escapar una masculinidad tosca. Es un personaje burdo cuando está con otro hombre, con quien se sincera al decirle uno de sus placeres:

El defecar produce alivio, grado, es saludable, es saludable, es seguro, es barato, es inocente, es natural, es higiénico, más aún si después te lavas con jabón en el bidet. Y también puede ser educativo, e intelectualmente excitante; son incontables los que adoran leer y meditar cuando están descargando los intestinos en el receso secreto y relajante de su cuarto de baño.

El otro defecto, apropiado del personaje Don Juan de Molière, es la hipocresía. De este defecto dan cuenta Gustavo Flavio, al hablar sobre sí mismo, y Mandrake, al pensar en aquel, tal como se lee en el fragmento de grabación que le hizo el criminalista a su cliente:

Usaba chaquetas con pequeños orificios en las solapas para poder ubicar allí, con solapada circunspección, la pequeña cinta o el botón de color rojo o azul, tonos característicos de las mejores condecoraciones, sabiendo que bastaba esa insignia para proclamar su gloria ante la sociedad (“hoy me cago en esas cosas, las honras me deshonran, dice Flaubert”, pero yo Mandrake no sentí mucha convicción en sus palabras).

De igual forma, Mandrake descubre lo mismo que Amanda en la escritura de Gustavo, el uso de citas de diversos escritores y personajes históricos solo le sirven como pseudo-argumentos para encubrir las falacias de su escritura:

Si hubiera escuchado de viva voz las palabras que Gustavo escribió en su carta, me hubiera impresionado la claridad de su raciocinio, la fuerza de su vocabulario, la elegancia de su estilo iconoclasta. Pero, leídas, no pasaban de ser un montón de sofismas.

Para terminar, cito las palabras que Rubem Fonseca pone en labios de su personaje Gustavo Flavio para sentirse con pleno de derecho de criticar a los machos, para criticar esa masculinidad negativa presente en la novela:

No se piense que encuentro excelentes a los hombres, solo porque critiqué arriba, y en otras ocasiones, algunas peculiaridades femeninas. Los hombres son unas mierdas. Superan con creces todos los defectos que atribuyen ellos a las mujeres: vanidad, futilidad, consumismo, emotividad, volubilidad, puerilidad. Y, además, son feos.

Ser hombre no es lo mismo que ser macho. El macho solo es una máscara, una pose, un gesto, una actitud, que requiere de la mirada y aprobación de otros para fijarla al cuerpo masculino. Rubem Fonseca, en su novela, presenta distintos personajes que, dentro del caleidoscopio de su escritura, reflejan, exhiben y ocultan al macho anhelado y temido. Personajes enmascarados en una masculinidad que exige, a toda hora y de manera cómplice y vergonzante, ser ratificada.

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Adriana González Navarro es escritora, editora y bloguera. Puedes leer sus reflexiones y artículos sobre literatura en El alféizar de la ventana

Rubem Fonseca, Y de este mundo prostituto y vano solo quise un cigarro entre mi mano. Bogotá: Norma (2001).

Franco La Cecla, Machos sin ánimo de ofender. Madrid: Siglo XXI (2004).