por Claudia Jaramillo


¿Quién tiene algo mejor que hacer un sábado en la noche que quedarse a escuchar una combinación entre Nick Cave, una parranda vallenata y un vendedor de mango? El Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM) está recién inaugurado, lleva dos días de apertura; es sábado en la noche y se presenta una de las últimas funciones del festival Ambulante. Los del museo todavía no están familiarizados con tanta parafernalia, se trata de su primera proyección al aire libre y tardan unos 45 minutos en probar la pantalla y el sonido, pudieron empezar antes de que el público acudiera, pero lo hicieron a la hora de la proyección, así parecen ser las cosas y nadie se queja. Seguimos sentados mirando como esperando a que algo pase, mientras me dedico a criticar el edificio —es una gran mole de cemento y metal—, pienso que es feo y que hubo mucho derroche de dinero público, pero qué voy a saber yo de arquitectura contemporánea.

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Estamos en Medellín, la ciudad de la eterna primavera, y todo empieza con retraso. Por fin anuncian la película, B-movie, Lust & Sound in West-Berlin. Alguien sale a presentar al autor que dice una grosería en español y nos quedamos como si nada, al final es solo una palabra. La película transcurre entre 1979 y 1989, es decir, hasta que David Hasselhoff se sube a lo que queda del muro de Berlín y canta para celebrar la reunificación. Es una década de ebullición artística en la que Berlín se convierte en el epicentro de la música europea y Mark Reeder está ahí filmándolo todo. Comienza la película y, al ser al aire libre, el museo se convierte en escenario de una obra involuntaria: una pareja atraviesa la plaza con su perrito, unos niños juegan y se caen y lloran y la madre corre a socorrerlos, un hombre pasa por entre todos los asistentes ofreciendo mango verde con sal y al lado se celebra una fiesta con orquesta en directo. Mientras en la pantalla sonaban Joy Division, Die Toten Hosen, Anne Clark, Sex Pistols, Nick Cave, un conjunto vallenato tronaba desde un apartamento, una mezcla no apta para puristas y, para acompañar, un rico aperitivo de mango verde con sal y limón. A mí me parece que la escena le quita solemnidad al museo y lo vuelve más cercano. Pienso que está todo bien, que por más que le pongan a uno el museo de arte moderno al lado de la casa no tiene por qué gustarle el arte y mucho menos el moderno y, menos aún, una película sobre unos músicos del otro lado del mundo, teniendo nuestra propia telenovela sobre un Rey Vallenato.

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Me gustó mucho que hayan sacado el Museo de Arte Moderno de la esquina en la que estaba y que ahora esté de cara a la calle, no hace mucho que volví a Medellín y todavía me sorprendo de lo cambiadas que están las cosas. Descubro sitios nuevos y veo la transformación de la ciudad, ahora más caótica y con más edificios. Del festival no me gustó la impuntualidad de las proyecciones pero eso es otro tema; fue muy complicado meterse en maratones de más de tres películas diarias por los horarios programados y las sedes tan distantes. Además, la mayoría de documentales se proyectaron solo una vez y no es fácil moverse de un lado a otro en esta ciudad. Tal vez por eso las funciones empezaron después de los famosos “15 minutos de tolerancia”, a excepción de Cartel Land que empezó media hora antes de lo que estaba anunciada y, pues nada, entré en la oscuridad, alguien se quejó, me agarró de la mano y me hizo sentar como pudo, me acomodé, apagué el celular y me metí en la película. No fue difícil, la historia no es tan ajena a la historia reciente de Colombia. En Michoacán un grupo de hombres se erige a sí mismo como salvadores de la patria, montan un grupo de autodefensa para ejercer justicia y limpiar la zona de “los malos”, empiezan con un código de conducta y terminan violando la ley y sus principios, combaten a los carteles de la droga mexicanos financiándose con el tráfico de coca; y en Arizona, al otro lado de la frontera, unos hombres se unen para impedir la circulación de droga por los caminos desérticos, mientras expulsan los inmigrantes ilegales que van encontrando en su trayecto. Dos grupos armados que imparten justicia de propia mano a ambos lados de la frontera, vigilantes de las buenas conductas pero al margen de la ley.

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La vigilancia fue el eje temático de la selección de películas de este año, según el comunicado oficial «nos invita a reflexionar sobre las nuevas dinámicas y la corresponsabilidad existente entre el vigilante y el vigilado, el observar y el ser observado, y las diferentes perspectivas y consecuencias de esta dicotomía en nuestra sociedad, hoy inmersa en la era digital». Y aunque no todas las películas obedecían al concepto de forma estricta, sí que fue fácil evidenciarlo en la mayoría de películas que tuve la oportunidad de ver. Como, por ejemplo, The Wolfpack, documental sobre un grupo de hermanos cuyo padre mantuvo encerrados y aislados del mundo, película que a decir verdad no cuenta mucho más que las notas de prensa cuando saltó la noticia. Lo interesante es descubrir cómo estos seis hermanos se construyen su propio mundo a partir del cine y de las películas que su padre lleva a casa. Otro ejemplo es The Russian Woodpecker, documental sobre Fedor Alexandrovich, víctima del desastre nuclear de Chernóbil y hombre de teorías conspirativas, que no queda muy claro si es un genio o un descerebrado. O la película Los reyes del pueblo que no existe, documental sobre los escasos habitantes de un pueblo que fue abandonado, en el que quedaron apenas tres familias con sus animales domésticos y los carteles de la droga que utilizan las ruinas para ejercer su terror.

Del festival Ambulante queda por decir que la selección de películas fue muy cuidada y acertada, si bien casi todas las películas son del 2010 en adelante, se presentó Tarnation (2003), un documental autobiográfico sobre la vida de Jonathan Caouette y su relación con su madre enferma. Esta película despertó mucha expectación del público tal vez por estar apadrinada por Gus Van Sant, a mí me pareció envejecida, comparándola con el conjunto de películas del festival, es como si por ella hubieran pasado muchos años, aunque la propuesta no deja de tener su novedad en cuanto a tratamiento de imagen. El total de películas presentadas son muy recientes y con una gran carga de actualidad como Children on the Frontline, que cuenta la historia de cinco niños sirios entre los 5 y los 14 años de edad, atrapados en Alepo y que, a pesar de las bombas, las balas y la guerra al pie de casa, asumen las cosas con normalidad porque para ellos eso es el mundo, en lo único que conocen, manejan el lenguaje de la guerra y la resistencia como un asunto cotidiano, sin dramas más allá de la pantalla. Un documental que cobra fuerza estos últimos días, con los noticieros hablando de la difícil situación que están pasando los refugiados sirios.

El festival Ambulante –organización sin fines de lucro– es una gira de documentales que nació hace 10 años en México, fundado por Gael García Bernal, Diego Luna, Pablo Cruz y Elena Fortes, con el objetivo de «apoyar y difundir el cine documental como una herramienta de transformación cultural y social», y desde hace un tiempo para acá, desde lo que se denomina Ambulante Global, se pasea por el continente, haciendo escala en Colombia, El Salvador, México y Estados Unidos, entre otros países en los que Ambulante ha presentado selecciones de documentales en colaboración con distintos festivales. En Colombia se presenta por segundo año consecutivo y en apenas un mes, debe mostrar alrededor de 50 películas en cinco ciudades distintas del país: Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Cartagena, en una maratón muy apretada con apenas una semana para cada ciudad, en la que no da tiempo a verlo todo, pero es bueno ver que todavía se apuesta por películas no comerciales.