Por Jessica Romero N. 


Este año, el grupo teatral Yuyachkani cumple 44 años de fundación. A principios de julio decidió celebrarlo con una nueva entrega: Cartas de Chimbote, su última producción original. Con esta puesta nos recordaron las dos grandes líneas temáticas más recurrentes del conjunto: la diversidad cultural peruana y la exploración de la memoria. Efectivamente, el colectivo ha demostrado, a lo largo de su trayectoria, un particular interés por investigar la historia y la realidad del país, pero es mediante la ficción que ha llevado al espectador a reflexionar sobre su lugar en la sociedad actual.

Siguiendo esta línea, Cartas de Chimbote es el resultado de la investigación que realiza el grupo sobre los últimos textos del escritor y antropólogo José María Arguedas. Lo novedoso, sin embargo, reside en que la obra desnuda el fragmentado proceso creativo del último gran proyecto del autor al lado de la crisis emocional que lo llevó al suicidio. Así, el elenco —conformado por Ana Correa, Augusto Casafranca, Déborah Correa, Julián Vargas, Rebeca Ralli y Teresa Ralli, y dirigido por Miguel Rubio— parte de la lectura de las cartas que envía Arguedas a su psicoanalista Lola Hoffman y al antropólogo John Murra, las cuales se centran en sus preocupaciones emocionales y sociales, respectivamente. Luego, los actores se adentran en el mundo conflictivo del autor a través de referencias a su diario íntimo y a episodios de su obra póstuma, El zorro arriba y el zorro abajo, así como a su famoso discurso “No soy un aculturado”, en que el autor reflexiona sobre la multiculturalidad de nuestra nación.

11393517_10153392670484451_762726671332343560_o

La valoración que Arguedas hace en vida sobre las manifestaciones del arte popular peruano han llevado a que, desde las artes plásticas, se asocie su figura con la estética colorida del folklor, estética que es también tomada como referente en diferentes obras de la producción de Yuyachkani como, por ejemplo, Sin título o Los músicos ambulantes. Por lo mismo, al entrar a la sala teatral de la casa cultural uno se sorprende con la simpleza de la propuesta del espacio escénico: en este solo encontramos una larga mesa de madera (conformada por varias mesas móviles) que luego será ocupada por los actores, quienes, incluso desde su vestimenta, se nos presentan como tales:  actores que todavía no han construido personajes.

En un inicio, se concentran en la lectura de las cartas desde la mesa, casi con la solemnidad que se asumiría en la mesa de un simposio académico. Sin embargo, poco a poco los actores se introducen en la experiencia melancólica de Arguedas, involucrándose emocionalmente con la lectura desde su propia voz y movimiento, hasta que, lentamente, el espacio austero y rígido del inicio se va convirtiendo en un espacio ritual por medio de los desplazamientos de las mesas, los melancólicos cantos en quechua y los juegos de roles.

De hecho, la obra personifica el mundo social de la obra póstuma de Arguedas cuando los actores construyen notablemente a los personajes de la misma en escena con adaptaciones mínimas en la vestimenta, y cambios en el registro de voz y la corporalidad. Así como la emoción va imponiéndose en el registro de la lectura, la estética colorida termina por sobreponerse a la austeridad inicial por medio de las célebres máscaras de los Yuyas y, sobre todo, en el banquete final que ofrecen los actores a Arguedas a manera de rito funerario al que invitan al público a participar. Este banquete, como en la tradición funeraria andina, no está cargado de una sentencia de desconsuelo, sino que genera un ambiente festivo en el que se invita al público a comulgar con la memoria del escritor andahuaylino.

A pesar de que, a lo largo de los diarios, se deja entrever la angustia de Arguedas ante la representación del caos social de Chimbote y ante sus propios demonios personales, casi al final de la representación teatral, el grupo evoca fragmentos del conocido  discurso “No soy un aculturado” con el que Arguedas recibió el premio Inca Garcilazo de la Vega en 1968. La lectura es emitida a través de un tono esperanzador y celebratorio, con el que los Yuyas parecen regresar a una de las lecturas principales del trabajo etnológico y literario arguediano: la revalorización de la multiculturalidad nacional.

yuyachkani_cartas

Sin embargo, ¿se corresponde este tono con el final de Arguedas? En los diarios que acompañan a su obra póstuma e inacabada, el autor reflexiona sobre su angustia emocional, producto no solo de los traumas de su niñez, sino también de su intento por culminar el ambicioso proyecto que implicaba representar la realidad de Chimbote de los sesentas y cómo esta ciudad se encontraba en un proceso de industrialización que impactó en lo demográfico, lo económico y lo cultural. El final de Arguedas, así como de su obra, deja una gran interrogante con respecto al devenir de nuestra nación. Incluso, podría pensarse que la imposibilidad de los personajes marginales de la obra por escapar de la subordinación impuesta por las fuerzas del capitalismo parece ser casi un presagio de las fisuras del proyecto de modernización peruano que se arrastran hasta la actualidad.

En ese sentido, parece que, en el intento por reapropiarse de la voz de Arguedas, los Yuyas, terminan por confundir el sentido final del autor de Los zorros con el discurso de valorización de la multiculturalidad con el que se le suele asociar desde las Ciencias Sociales. Habría que recalcar, en todo caso, que las interrogantes e incertidumbres finales del autor son también temas vigentes que nos permiten entender nuestra realidad actual, la cual sigue siendo tan o quizá más fragmentada que la que le tocó vivir a José María Arguedas.