Por Claudia Jaramillo

Una breve reflexión de nuestra editora adjunta en Madrid sobre el día en que supuestamente celebramos esa imponderable labor de ser madre; como si tácita y privadamente no la celebrásemos ya todos los días


Mami: ¿por qué me caigo, por qué me duele cuando me caigo, por qué a veces si me caigo me sale sangre, de dónde sale la sangre, por qué es roja y cómo se fabrica, por qué le gusta a los vampiros, porque no soy un vampiro si me gusta el sabor de mi sangre? A veces cierro los ojos, respiro 5 Misisipis y sigo y sigue y vamos fabricando nuestra propia lógica sobre las cosas; sabemos que las lágrimas saben a sal, que los adultos no lloran en público, que para probar las nubes hay que sacar la lengua cuando llueve, porque de qué otra manera se prueba las nubes que se derriten. 

Mami: ¿por qué tengo que ir a la escuela? (Para que nos dejes hacer dinero a los adultos y fomentar la sociedad capitalista que todo lo consume y así, vos, mi pequeña, te labrás un futuro en la cadena en la que algunos ganan y otros pierden) La respuesta más o menos ajustada a un adulto sería algo así como ir a la escuela es bueno para aprender cosas útiles como leer y que leer está bien para meter las narices en los libros y los números ayudan a que no nos engañen en la tienda. O algo así. 

Mami: ¿de dónde salen las respuestas? La infancia no cabe en una definición, ser padre no está en un manual que diga algo así como: guía para padres torpes, o guía para padres no normales, o guía para padres que no se saben la tabla periódica pero incendian manifestaciones, o guía para objetos sin retorno. 

Hace apenas seis años era yo la que estaba cargada de preguntas y todavía no tengo ninguna respuesta. Por qué no duermes mi niña, cómo llegaste aquí, cuándo te hiciste tan grande, de dónde sacaste esa cabeza de animal sangrante. ¿Cómo se fabrican las preguntas?

Hoy tiene seis años y está cargada de preguntas sobre el mundo, y en nada, como si se tratara de una frontera invisible, cumplirá 18 y heredará una cadena de responsabilidades. Es soplar las velas y ya puedes matar, votar, trabajar, beber, irnos de casa a ‘vivir la vida’. Y a partir de los 18 te da vergüenza tener miedo, llorar cuando te caes, caerse, buscar el consuelo en los brazos de mamá. 

Es probable que la infancia sea la patria del adulto, la única reconocida, a la única que debería ponerle bandera o cantarle un himno.

–¿De dónde eres?

–Del planeta tierra y de la infancia parque, río, jardín, árbol. 

–¿Cuál es tu animal mitológico preferido?

–Una infancia feliz. 


Claudia Jaramillo es cofundadora y Editora Adjunta de Revista Perro Negro en Madrid. No sabemos si esté de acuerdo con su descripción, pero es madre, poeta, escritora y diseñadora. En ese orden.