Por Claudia Jaramillo


Luis Miguel Rivas (Cartago, 1969) anda por estos días presentando su más reciente libro de cuentos ¿Nos vamos a ir como estamos pasando de bueno? Está editado por Planeta bajo el sello Seix Barral y todavía no tiene planes de cambiarse definitivamente a la novela, que es como una de esas cosas que suelen imponer los editores (porque ellos saben mucho de industria editorial), aunque escribe una sin abandonar el cuento o la poesía. Luis Miguel es un autor que se ha ido dando a conocer publicando de a poquitos aquí y allá; él dice que se gana la vida de escribiente, porque a veces escribe guiones para audiovisuales, todavía no vive de la literatura pero no tiene afán. Es un tipo sencillo, crecido en un barrio popular que se fue a vivir a Buenos Aires y ahora su literatura habla de Colombia desde otro punto de vista, al sur del sur. Mantiene casi en estado agónico un blog en el periódico El Espectador llamado Tareas no hechas, en el que publica o publicaba relatos cortos donde narra cosas que le pasan o cosas que simplemente pasan, las noticias desde otra perspectiva. Su obra puede irse leyendo rastreando páginas web, alguna revista o periódico viejo, pero él se mantiene muy joven. Dice que habla desde sí mismo, no como modelo, más bien, desde una soledad que se plantea obligatoria para el oficio de escritor.

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La presentación se realiza en Otraparte, una casa museo en el que no caben las personas, los últimos en llegar no alcanzaron sillas, han ido amigos de la universidad, amigos de siempre, hasta lectores desprevenidos que fueron a ver la bulla de ese mancito del que se habla tanto en la prensa. El auditorio se llenó y los que no alcanzaron puesto, se dedicaron la hora que duró la presentación a conversar a un volumen que se cruzaba con lo que intentaba decir el autor, subiendo cada vez más el tono para competir con el tumulto de afuera. A los que pudimos entrar nos habla del valor de las palabras, que un escritor siempre está en la búsqueda de esa palabra que logre significar todo lo que se quiere decir, que él, por ejemplo, desearía que cuando escribe la palabra beso, ojalá el lector sintiera una lengua adentro de la boca, queriendo decir, que lo que él busca es afectar al otro mediante las palabras y lograr eso, es muy jodido.

A mí me sorprende lo sudoroso que está, tenía en la mano un paquete de pañuelos desechables que fue gastando uno a uno limpiando los chorros que le corrían por toda la cara. No para de mover el pie  arriba y abajo de una manera impulsiva, en un repiqueteo constante que me puso nerviosa a mí y me pareció muy raro, porque ¿Nos vamos a ir como estamos pasando de bueno? es su tercer libro, además ha estado en la feria del libro de Guadalajara y acababa de llegar de la Feria del libro de Bogotá, la FILBO, un evento mucho más multitudinario que esta presentación que está repleta de amigos, de caras conocidas, de gente que no muerde. Supe después que no era nerviosismo, que es de pie inquieto, es como una forma de pensar, acompaña las ideas con un pie que baila al son de las palabras. En esas, la periodista que presenta con Luis Miguel el libro le pregunta a bocajarro que si ya dejó de odiarse. Él contesta de inmediato que sí, que por estos días se anda cayendo bien. La pregunta tiene lo suyo, los escritores en un momento de su vida, sobre todo en sus inicios, se odian, odian sus textos, odian todo su trabajo, parece una etapa que irremediablemente tienen que superar, aunque no todos sufren de eso, del odio a sí mismos.

La obra de Luis Miguel Rivas tiene dos grandes temáticas, el amor y el alcohol, el amor como motor de vida y el alcohol como destructor de la misma. Explora estos universos desde lugares variopintos, y a manera de chisme, contó que ¿Nos vamos a ir como estamos pasando de bueno? se iba a llamar Alcohol, un tema muy recurrente en los textos porque estaba muy metido en su vida, pero, a manera de chisme, contó que ya se está curando y está dejando el vicio de las lagunas mentales por el vicio de la sobriedad. También dijo que luego le cambió el nombre por Te quiero mucho, T.Q.M. pero que el editor en un arranque de lucidez le dijo que se volviera serio, entonces lo dejó en ese ¿Nos vamos a ir como estamos pasando de bueno?, que para él, insiste, es una frase muy paisa, y lo es, es una frase sacada del hablar de andar por casa, de los barrios y las calles de esta tierra.

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Le preguntan por su método y dice que su método es sin método, muy libre, que tiene una libreta en la que va apuntando ideas o sueños y los escribe cuando los recuerda, apunta cosas que pasan en el día, historias cotidianas, dice que a veces de ahí sale un tema para un cuento, una frase, o una idea que desarrolla más adelante, que cuando tenía máquina de escribir era horrible porque a veces de tanto tachar y corregir no le quedaba claro de qué quería hablar, o algo así, y que el método para escribir el libro fue ese mismo, sin pensarlo fue recopilando cuentos y armando una unidad junto al editor, que él no piensa en un título y se pone a escribir sobre esa temática, que su oficio es distinto y que más bien se dedica a vivir. Luis Miguel va contando que es una especie de contagiado, que si lee a Felisberto Hernández le sale un cuento de ese tipo, que si lee a Chejov lo mismo, pero que son los amigos o la lectura a posteriori lo que lo hacen caer en cuenta, que él, dice, ni lo nota, así que para hablar de cualquier influencia suya en su literatura, hay que estar pendientes de su biblioteca o lo que sea que esté viviendo en ese momento, de todas maneras y después de leerlo, se le nota mucho.

A Luis Miguel Rivas se le cuelan constantemente personajes de otros libros en su obra, incluso autores que entran sin avisar, sin pedir permiso aparecen haciendo hipertexto, lo estás leyendo y de la nada salen El doctor Jekyll con su míster Hyde saludando, o está Sábato sentado en un parque leyendo o García Márquez soñando un cuento; al leerlo se nota que ha leído mucho pero que ahora cuenta con su propia voz y esta es muy particular, madura, repleta de palabras en parlache que es una forma dialectal nuestra de hablar, sus cuentos son como los clásicos y no necesita explorar nuevos mundos porque es donde se siente bien, dijo y recalcó mucho en eso, que las historias ya estaban todas inventadas, que lo único que quedaba era la forma como son narradas. Suele comenzar sus cuentos desde el principio, es decir, desde la introducción, sin saltársela a manera de los otros cuentistas que alimentaron el eliminar el principio canónico, entonces va de ahí hasta el final, pasando por el nudo y el desenlace, respetando siempre la misma estructura, lo hace porque lo suyo no es cambiar el panorama de la narrativa actual, lo suyo es escribir, es convertir una anécdota en literatura, es narrar los quehaceres cotidianos desde un punto de vista muy cómico a veces y muy trágico, desde el oficio mismo, en sus palabras: «demasiado consciente de ser escritor, para mi gusto».


Ramiro no me mira a los ojos (Fragmento)

Yo no sé cómo hacen los que saben para dónde va su vida. A veces he creído que la mía va para algún lado y estoy contento y después, no sé por qué, me desvío y me devuelvo hasta el punto en que estaba al principio, pero sin saber por dónde es que había visto el futuro. Y vuelva uno a ver cómo vuelve a tener un punto de vista. Un piso sin jabón debajo de los pies. No hablé de eso con Ramiro porque no hubo oportunidad. Tampoco era necesario. Esa vez necesitaba encauzarme otra vez. Había tomado aguardiente dos semanas seguidas en jornada continua. Llamé a mi hermano Oswaldo y le dije que me prestara su pequeña finca en San Cristóbal.

[…]

Deseé un trago. Quise devolverme. Pero me quedé parado en el corredor en medio de un silencio tan de verdad que parecía algo físico. Como una cosa que no fuera nada pero que de todas maneras estuviera ahí. Empezó a anochecer y entré a la casita campesina. Tomé mucha agua y volví al corredor. El silencio cogió más forma. Era algo (que no era algo) como más viejo que yo, que permanecía sin inmutarse por nada y me pareció que me humillaba con su indiferencia y su paz.

Tanta tranquilidad tan afuera de mí y tan de repente me alborotó los nervios. El miedo me fue entrando de a poquitos y yo no le saqué el cuerpo sino que lo alimenté con pensamientos. No pude dormir. Primero tuve miedo de cosas imaginarias: podría aparecer un espanto, tal vez una niña vestida con uniforme de colegio que tocara la puerta a las tres de la mañana pidiéndome azúcar con un pocillo en la mano. Aunque sabía que nada de eso existía me forcé a pensar que en verdad no existía.

(El texto completo puede leerse aquí)