Por Javier Gragera

Según Marco Avilés, los Andes son una pared natural que divide al Perú en regiones que conviven sin conocerse bien. Frente a esta idea, el escritor y periodista peruano, nacido en la ciudad andina de Abancay, presenta el título De dónde venimos cholos, una recopilación de crónicas que conspiran contra esta geografía de la distancia y la incomunicación. Avilés ejerce así la función de un ingeniero de la palabra: sus textos tienden puentes, abren túneles y delinean nuevos caminos que nos permiten viajar con él por este país dividido en archipiélagos socio-culturales y económicos. El suyo es un mapa literario del país, una forma muy personal de periodismo que nos permite acercarnos y tratar de entender al otro, al cholo peruano.

El oficio de cronista es dejar por escrito una particular manera de mirar el mundo. Avilés se presenta así como el observador de un mundo al que se siente ligado, a pesar de que lo mira desde fuera, desde lejos, desde la mirada de un chico que nació en la sierra, pero que emigró a Lima con su familia cuando apenas era un crío tras la traumática muerte de su madre en un accidente de tráfico. Así lo cuenta Avilés en el primer texto de este libro, Abancay, el más íntimo y autobiográfico, donde el autor se cholea a sí mismo, algo que no haría casi nadie en Lima, una ciudad fuertemente estamental y reaccionaria. «Cholo significa mezclado, no blanco. Es un insulto en potencia. Cholo de mierda, por ejemplo», escribe Avilés.

En este sentido, Avilés reivindica su choledad al igual que lo hiciese cuatros siglos atrás en el prólogo de Comentarios Reales el Inca Garcilaso de la Vega, quien siempre se autoproclamó como indio ante sus lectores. Para ambos, ser cholo o indio es una reivindicación contestataria, una seña de identidad que se resisten a perder y que los aleja de los prejuicios elitistas del Perú citadino —donde todo el mundo quiere ser blanco en un país dominado por una minoría blanca, y el que no es blanco lo pretende o lo disimula—. Hay, por tanto, algo de revancha, de nostalgia y también de retórica del desengaño en este afán de Avilés por recorrer territorios de la sierra y de la selva en busca de historias protagonizadas por cholos que aún gobiernan sus territorios. El de Avilés es un viaje exótico —su mirada es la del forastero que se incursiona en mundos a los que no pertenece o dejó de pertenecer—, pero al mismo tiempo ideológico. La aventura de contar que nos propone es también un discurso político.

En su hoja de ruta, destacan destinos como Chumbivilcas, Río Camisea, Carancas, Huayana o Churubamba, que sirven como títulos de las distintas crónicas. En Chumbilvilcas, Avilés hace un retrato de largo aliento —más de 40 páginas— de la tradición del Takanakuy, cuando el día de Navidad los vecinos de un pueblo andino resuelven sus problemas postergados durante todo el año a puñetazos. Luego, sin bajarnos del Ande, el autor nos conduce hasta Churubamba, el pueblo de las cholas futbolistas, donde la práctica del deporte rey se presenta como un posible remedio contra endémicos problemas locales: el alcoholismo, el aislamiento geográfico, la necesidad de auto-reconocimiento cultural… En Carancas, otro pueblo andino cerca de la frontera con Bolivia, somos testigos de cómo afectó a una comunidad campesina la caída de un meteorito; mientras que en Hauyana acompañamos en su viaje hasta la capital a los pobladores de un caserío que han sido convocados por la feria gastronómica Mistura para promocionar las papas nativas que ellos cultivan en sus chacras. En esta crónica resulta particularmente conmovedora la escena en la que los campesinos, hombres y mujeres en edad adulta, ven y tocan por primera vez las aguas del océano Pacífico.

Río Camisea, que nos introduce en la reserva natural Kugapakori Nahua Nanti, es el texto más absorbente y rico en matices de todo el libro. Avilés propone una crónica que se lee como la bitácora de un explorador que se incursiona en los confines de la selva, del mundo conocido. Hay suspense, hay emoción, queremos saber qué encontrará Avilés al final de su aventura que tiene como meta entablar contacto con los pueblos aislados de la Amazonía. De por medio, el relato nos cuenta la relación conflictual de los pueblos ‘no contactados’ y el hombre blanco, dentro del contexto de una iniciativa para la extracción de gas dentro del perímetro de la reserva natural por parte de la empresa estatal PerúPetro. Además, Río Camisea presenta también la historia de Aladino, donde Avilés se permite una narración de marcado corte ficcional para retratar al indígena ‘no contactado’ que sale de su aislamiento empujado por la necesidad y la desesperación, y termina por ser asimilado por una pequeña comunidad de colonos.

En cada una de estas crónicas, Avilés saca músculo como autor, y demuestra tener una destreza inusual para dar forma a sus historias. Para él, cada frase importa, reivindicando una preocupación plástica poco habitual en los textos periodísticos. Resulta notorio en este punto la influencia capital que ejerció en Avilés el sello Etiqueta Negra, revista peruana que dirigió durante dos años, del 2008 al 2010. Fundada por el brillante y siempre exigente Julio Villanueva Chang, Etiqueta Negra logró dar nuevos bríos al periodismo literario en Latinoamérica, convirtiéndose en registro de marca a nivel mundial. Bajo su ímpetu renovador, y ocupando una posición de vanguardia junto a otras iniciativas editoriales como la mexicana Gatopardo o la colombiana El Malpensante, el texto periodístico dejó de lado antiguos prejuicios para acercarse sin rubor a la literatura y tomar de ella su afán por alcanzar una narración preciosista, donde la forma sí importa y cada texto tiene una firma: se reclamaba la autoría del periodista y su subjetividad, que dejaría de ser proscrita. En esa corriente de pensamiento —ya que aquí no se puede hablar solo de estilo, sino de una ideología del periodismo— se mueven las crónicas de Avilés. Es ahí donde él se siente más cómodo, en ese margen, en esa zona de encuentro.

Otra seña de identidad del estilo de Avilés es el uso premeditado de frases de sintaxis simple, que discriminan las construcciones subordinadas como si se tratasen de un lastre. Así la narración corre a una velocidad endiablada, y resulta adictiva, excitante, persuasiva. Sus textos no ofrecen concesiones, no dan tregua. Como lectores, nos precipitamos hacia el final del párrafo como si Avilés nos hubiera empujado a un abismo. Y uno termina por devorar sus páginas sin darse cuenta, feliz y casi con resaca después de una apabullante borrachera de palabras.

De dónde venimos los cholos es un libro astuto y vibrante, al que sin embargo se le puede achacar cierta disonancia entre las crónicas seleccionadas. Es difícil entender las motivaciones que han movido el autor a incluir, bajo el sugerente título de Iquitos, un perfil realizado al cocinero Pedro Miguel Schiaffino, chef limeño que se hizo popular por aplicar insumos de origen amazónico en la cocina gourmet. Primero, este texto se rige por unos parámetros distintos de la crónica —por más que Avilés haya acompañado al cocinero en una jornada de compras por el mercado de Belén en la ciudad de Iquitos y por sus paseos rutinarios dentro de Lima—, y segundo, resulta discutible la choledad que existe en este personaje y en su experiencia vital, por más que el chef sea promotor a nivel mundial de la gastronomía peruana o que el texto trace líneas que reflexionan sobre la necesidad de proteger nuestra biodiversidad amazónica y fomente —tal como hace Schiaffino en los fogones de su cocina— los vínculos interculturales entre el Perú criollo y el Perú del interior del país. La inclusión de este perfil en el libro deja en el paladar del lector una sensación de extrañeza, al igual que el último texto, titulado Lima, donde Avilés realiza un recorrido gastronómico por la capital del Perú tiznado de apuntes autobiográficos. En este sentido, pareciera que Avilés se ha dejado arrastrar por el empuje del boom gastronómico que ha ubicado a la ciudad de Lima en el mapa turístico de Latinoamérica, imprimiéndole un desacertado protagonismo dentro de un libro que se suponía trataba de otras cosas.

Pero no nos engañemos: De dónde venimos los cholos es un libro que ofrece suficientes evidencias para demostrar que Avilés es una de las voces más audaces y hermosas del periodismo latinoamericano actual. Una recopilación de crónicas con las que el autor nos invita a desandar con él ese camino que le empujó a abandonar su tierra natal y que ahora nos ofrece nuevas coordenadas para recorrer los múltiples paisajes humanos del interior del Perú. Un viaje de ida y vuelta para reencontrarnos con un país fascinante.


De dónde venimos los cholos / Marco Avilés / Seix Barral / 2016 / 286 pag.