Por Juan Toledo / Imágenes cortesía de The National Gallery de Londres


Muchos hispanoamericanos prefieren ignorar que España en los siglos XVI y XVII era el país más poderoso del mundo. Casi todo lo que hoy es Bélgica y la zona sur de Holanda eran territorios españoles, la llamada Spaanse Nederlanden. Y si a esos territorios le sumamos las Américas, las Filipinas y partes de África, tenemos un imperio más extenso de lo que fue en su apogeo el imperio británico. Y esto sucedía mientras en Holanda y España se empezaba a desarrollar una pintura totalmente moderna, alejada de la mirada neoclásica del renacimiento italiano. La presencia colonizadora española era una realidad evidente y tangible en la época en que Rembrandt y Veermer vivieron y pintaron. Contemporáneos a ellos fue el genio de Velázquez, quizá el mejor pintor que jamás haya existido.

Los nombres de Rembrandt y Velázquez importan porque ellos fueron las dos mayores influencias de Goya. Y Goya es alguien que logra, totalmente solo, encender de nuevo la vela que se extinguió a mediados del siglo XVI en España.  Es el primer pintor que desglorifica la guerra y quien la pinta en todo su horror visceral.  Cruza del siglo XVIII al XIX con una paleta y unas pinceladas que logran cambiar la percepción pictórica de su tiempo. Anticipa a los surrealistas –el mismo André Breton así lo testifica- y también prefigura de más de una manera a los impresionistas, al igual que –y esto lo dicen los organizadores de la maravillosa muestra en la National Gallery de Londres- funda el retrato psicológico. Esta última aseveración es un poco más difícil de probar. Que Goya preceda a Lucian Freud es debatible, pero que el pintor aragonés sea el enlace que une a los grandes maestros del pasado con los vanguardistas contemporáneos es un hecho innegable.

Self Portrait with Doctor Arrieta, 1820

Autoretrato con el Doctor Arrieta, 1820.

Ahora que el arte está atiborrado de premios, bienales, muestras y avales oficiales de las cancillerías, parecemos no percibir que el verdadero reconocimiento que le damos a cualquier artista es el de la adjetivación de su apellido. Hablamos de literatura borgesiana o kafkesca. No así omitimos los nombres de los renacentistas (nadie dice miguelanjeana o davinchesca) o de los más recientes vanguardias (tampoco oímos de pintura picassiana o dalesca) pero no en el caso de Goya. El éxito de esta exhibición es que logra alterar el significado del calificativo “goyesco”.  Salimos de la exposición no pensando en el autor de “las pinturas negras” -obras que por cierto Goya nunca exhibió en vida pues los pintó en las paredes de su propia casa- si no en un retratista, sordo, calladamente politizado, crítico y cuya pincelada mejoró a medida que fue envejeciendo.

Goya pintó aproximadamente 160 retratos durante sus prolongados 82 años, y la muestra londinense incluye 70 de ellos. Pintó toda su aciaga vida y los retratos que produjo antes de morir quizás sean sus mejores. Nace en 1746 en el seno de una familia modesta. Comienza a pintar a los 14 años bajo la tutela de José Lúzan y Martínez, luego se muda a Madrid y asiste al pintor Anton Raphael Mengs. En dos oportunidades trata de ingresar a la Real Academia de Bellas Artes y fracasa. Se costea su propio viaje a Italia y se auto educa con los renacentistas. Regresa a Madrid y comienza a trabajar como retratista. Su primer retrato lo pinta a la edad de 37 años, una edad nada joven para su época. A los 39 años sufre de una extraña enfermedad que lo deja sordo y todo esto mientras trata de sobrevivir como pintor y su esposa sigue sufriendo de preñeces inconclusas. Un par de años más tarde ya es pintor de la corte y antes de cumplir los cincuenta es el Director de la Real Academia de Bellas Artes.

Tras ese prodigioso cambio de fortuna le comisionan pintar al Rey Carlos IV y su familia. Retratos controvertidos por la manera poco lisonjera que Goya nos los presenta. A quienes ven en ellos una crítica a un monarca débil e inane, el mismo que perdió la península ibérica a manos de Napoleón.  En cambio, y principalmente algunos historiadores, ven esos retratos como un acto de generosidad pictórica de Goya pues al parecer la familia real de Carlos IV no eran nada fotogénica; “vaya si son feos” fueron las declaraciones del embajador francés de la época.  El primer cuadro de Goya del nuevo Rey Carlos IV data de 1799 y es parte de la muestra. En el apreciamos a un rey accesible y afable en traje de caza. Cabe anotar que en 1786 Goya ya había hecho un retrato de su predecesor Carlos III,  cuya fealdad al parecer era aún más acentuada e igualmente en pose de cazador. Ambas obras son parte de la exposición. También en 1799, Goya pinta a la Reina María Luisa, una reina para ese entonces totalmente desdentada, y Goya gentilmente en el cuadro le rellena las mejillas en un anticipo del Photoshop. Goya nos dibuja a la monarca con los brazos desnudos –la reina estaba orgullosa de sus extremidades superiores- y llevando una mantilla, prendas que María Luisa hizo tradicionales en España y en las cuales gastó una verdadera fortuna del heraldo público.

'The Duchess of Alba, 1797

Duquesa de Alba, 1797.

Entre los cuadros que Goya hizo para la corte española quizá el más celebrado es el de la Duquesa de Alba producido en 1797. La duquesa era la mujer de más alto rango en España después de la reina. Una mujer bastante atractiva pintada de cuerpo entero, vestida en traje típico español e indicando con su dedo índice hacia el suelo, una inscripción sobre la arena que lee “Solo Goya” en referencia ya a la supremacía que el artista tenía en España como retratista real y no como una insinuación a una posible relación de amantes entre retratista y retratada, como algunos llegaron a interpretar.

Con la exposición montada en orden cronológico, el espectador tiene el placer de ver deambular Goya entre sus propias creaciones, ya sea asomándose en los retratos a la manera de Velázquez, parado tras los lienzos, observándonos, o con los autoretratos en una clara venia artística a Rembrandt. Sus dos autoretratos más reveladores son el de 1792: “Autoretrato frente a un caballete” donde él se muestra trabajando un gran cuadro. Se retrata rechoncho y sin ningún tipo de vanagloria, lleva un sombrero especial que le permite poner velas sobre el ala para poder trabajar de noche sobre sus pinturas. Uno casi que se preocupa de que se pueda quemar en una de esas veladas nocturnas. El otro, casi treinta años más tarde, el artista se pinta con su galeno personal, el Doctor Arrieta, agarrando las sábanas mientras que el doctor se acerca por detrás del pintor y le suministra una medicina. En el trasfondo notamos una serie de rostros oscurecidos y anónimos a manera de un aquelarre de individuos esperando por el difunto. Goya incluye a Arrieta como muestra de gratitud tras haberlo salvado de una enfermedad casi fatal.

Los retratos de Goya impactan porque a través de los años fueron adquiriendo una presentación visual única e inédita hasta ese entonces. El fondo de los retratos en casi toda ocasión es de tonos neutrales y límpidos. Esto nos ayuda a enfocarnos siempre en el retratado. Por ejemplo, la invención de un pequeño en un traje rojo jugando con una urraca y dos jilgueros enjaulados, observados por tres gatos expectantes, mientras la urraca sostiene por el pico una tarjeta de presentación del artista es realmente magistral (Manuel Osorio Manrique de Zuñiga, 1788). Así también el impacto visual que se consolida al habernos dejado un legado histórico de toda una época crucial, incluso para Latinoamérica pues tras la invasión napoleónica de España y Portugal, y la subsecuente Guerra de la Península, fue que empezaron nuestras guerras independentistas.

Goya pinta a Wellington, uno de las némesis de Napoleón en Waterloo, y también a Felipe VII quien ha reemplazado al depuesto José Bonaparte, hermano del propio Napoleón. Pero si Bonaparte era un tirano, Felipe VII no se quedaba atrás, tanto así que Goya, quien había jurado alianza a la nueva constitución impuesta a Felipe VII cuando este asumió el trono, es buscado por la policía secreta y tras una breve amnistía huye a Francia para vivir allí sus últimos cuatro años. En París y en Bordeaux Goya retrata a varios de sus compatriotas exiliados y son cuadros de una belleza y candor especial, entre ellos los de Francisco Otin y Manuela de Álvares y Thomas de Ferrer, ambos de 1824.

A los 80 años Goya aseguró “todavía estoy aprendiendo” y la prueba está en la exquisitez de sus últimas obras. La fuerza humana y la personalidad artística de Goya está plasmada en esta magnífica exposición. España quizá ya no sea un imperio colonial pero continúa siendo una potencia global tanto lingüística como pictórica. Nuestros países son testimonio de la primera mientras que Velázquez, Goya, Dalí y Picasso son los bastiones de la segunda.

 

Goya. The Portraits, National Gallery, London. Hasta el 10 de enero 2016.

Link: http://www.nationalgallery.org.uk/