Reseñamos las dos últimas colecciones de relatos breves de esta cuentista porteña que ya ha engalanado nuestras páginas con unas narraciones tan originales como diversas y placenteras de leer
Cuando hablamos de ficción, la pregunta fundamental no es ¿para qué leemos? (ya hay toda una letanía de respuestas bien ensayadas al respecto) sino ¿por qué leemos? La respuesta inmediata —y tal vez también la más honesta— es “leemos por placer.” Pero de ahí se forja otra pregunta ¿qué es lo que realmente nos genera placer cuando leemos ficción? La contestación a esta subsecuente pregunta es quizá de índole más intelectual que emocional, pero de todas maneras importante. Uno de los placeres que nos produce la ficción es que nos ofrece la visión de un mundo de simetrías, paralelismos, epifanías y cabos sueltos atados. Es lo contrario a esa realidad turgente de nuestras existencias, donde una cosa se sucede tras otra sin interrupción.
La experiencia cotidiana está repleta de esos cabos sueltos, de mala dicción, de pensamientos interrumpidos y de deseos truncados. En contraste, el mundo de la ficción literaria es un mundo completo, encerrado y autosuficiente. En el poema, la novela o el cuento podemos evidenciar totalidades así como sus causas y efectos y eso nos complace. Dicho de otra manera: la literatura es un intento por ordenar un ininterrumpido flujo emocional, la inconsecuencia de la mayoría de nuestros actos y la miríada de deseos incumplidos que constituyen nuestro diario vivir.
En el cuento, como género literario, para que esa totalidad funcione, se requiere de ciertos parámetros. Por ejemplo, todo lector medianamente atento sabe que, a diferencia de los novelistas, la epifanía es una de las características de un buen cuento. No sorprende entonces que un gran número de los relatos de Gabriela Mayer concluyan en epifanías y algunas de ellas verdaderamente magistrales. Mayer es ya una cuentista sazonada con cuatro libros de relatos publicados bajo su nombre y su calibre literario se puede corroborar en los tres cuentos suyos que hemos ya publicado. En esta nota nos referiremos a sus dos últimos títulos: El pasado sabe esperar (Alcion Editora, 2018) y Sueños como cuchillos (Milena Caserola, 2022).
Estas dos colecciones contienen un total de veintiocho cuentos, doce en la primera y dieciséis en la segunda, presentados de manera casi simétrica si nos fijamos en los temas que aborda cada cuento. Y es que la simetría es uno de los elementos más conspicuos en la narrativa de Mayer, no solo en la forma en que están concebidos sino también presentados. En el pasado saber esperar hay tres secciones de cuatro cuentos cada una, mientras que Sueños como cuchillos nos ofrece dos partes de ocho cuentos en cada sección. En los primeros cuatro relatos de aquel hay un tema recurrente: el marginado social cuyos breves momentos de esperanza se disuelven en desencanto. Desde el intento de llevarse a casa un sillón encontrado en la calle, hasta la posibilidad de un robo callejero para congraciarse con un jefe o la reventa de una bolsita de droga dejada caer, intencionalmente o no, dentro de un auto por un pasajero sospechoso.
En estas narraciones conocemos a El Pájaro, un personaje viviendo al día y a quien la pobreza obliga a aceptar la criminalidad como una forma de sobrevivencia. El Pájaro evoca un poco al Falstaff de Shakespeare, ya que reaparece en varios cuentos, incluyendo en Sueños como cuchillos, escrito y publicado años más tarde. Su figura parece ser un tótem no solo narrativo sino temático de Mayer. Cabe preguntarnos ¿hasta qué punto El Pájaro es un emblema de la angustia cívica que se vive en el mundo y, en este caso particular, en la Argentina? Ese existencialismo social que emana de la convicción de que aun así lo queramos, las cosas posiblemente no van a cambiar.
Para Aristóteles la esperanza equivalía a soñar despierto y en la primera parte de El pasado sabe esperar, Mayer deja que sus personajes sueñen despiertos y se esperancen, así sea por breves momentos y así romper la monotonía de sus destinos fallidos.

Son viñetas que contienen una innegable crítica social, en donde una especie de hado asociado con la clase social y lo personal se imponen sobre cualquier vestigio de justicia poética. Otra de sus tramas recurrentes es el cuestionamiento de la identidad de las personas y, en su caso particular, de algunos de sus personajes femeninos. Mayer lo hace con un lenguaje accesible, pero meticuloso y psicológicamente preciso. Ella está constantemente delineando situaciones mundanas que por una u otra razón se desdoblan en el tiempo y el espacio, convirtiéndose en experiencias que trastocan la identidad: la mujer cuyo cambio de documento de identidad altera su personalidad; la motorista que durante cuatro lunes descubre que quien atiende la segunda casilla de la derecha del peaje por el que transita —siempre usa la misma sin saber por qué— es un exnovio o un ex amante; o la joven que se cita románticamente con un arquitecto de la UBA, Agustín —porque según ella él “pareció correcto, por no decir intachable, en el intercambio que tuvieron por escrito. Ningún comentario grosero, ni una palabrota. Ningún error ortográfico. A lo sumo, alguno de puntuación.”— y experimenta en carne propia que el “amor es un duende de múltiples caras” con varias versiones de ella y de Agustín cenando simultáneamente en el restaurante.
También están las historias enmarcadas dentro de lo que llamaríamos lo fantástico o surreal que nos invita a recordar al mítico Cortázar. En el penúltimo cuento de El pasado sabe esperar titulado Viajes cortos creemos detectar ecos del famoso y ultra analizado La casa tomada. En Reptiles, el relato que abre su última colección, una pareja parece sucumbir a una serie de metamorfosis impuestas por la fuerza de gravedad, casi reinterpretando el acertijo que Edipo descifró de la esfinge: ¿cuál es el ser que con una sola voz tiene cuatro patas, dos patas y tres patas? Estas narraciones funcionan como metáforas visuales de los extraños rituales con los que las personas enfrentan los cambios a los cuales estamos sometidos y los sentimientos de dolor, resignación o abandono que esos cambios a veces generan. En el epónimo El pasado sabe esperar, un viudo tímido, solitario —y en un estado no físicamente óptimo— decide empezar a correr, pues le han dicho que al hacerlo él puede ver de nuevo a su fallecida esposa. Es su manera heterodoxa de combatir el dolor y la soledad que lo agobia. Incidentalmente, aquellos interesados en una versión cinematográfica de esa misma idea pueden ver el filme 1 Mile to You.
Por último, tenemos los cuentos de índole más autobiográfica, aunque algunos de esos relatos fantásticos a los cuales nos acabamos de referir también poseen una buena dosis de elementos personales, como es el caso de La condena de Peter Krag, quizá el mejor de todos los veintiocho cuentos de los dos libros mencionados en esta reseña. Una historia de animismo donde el apego de una mujer por un viejo reloj heredado adquiere consecuencias que son reminiscentes de los famosos relatos de Poe. Es un cuento, sin más ni menos, perfecto.
Hay momentos en que Mayer se acerca mucho más a vivencias familiares, como en La terraza que trata del fallecimiento de su madre, o Ahora están todos contentos, abordando el drama familiar que su familia tuvo que enfrentar al tener que enviar a su hermano mayor a Brasil, en medio del ambiente triunfalista que envolvió a la Argentina en las primeras semanas de la invasión de Las Malvinas. No obstante, lo interesante es que la resolución de esas tramas son mucho más abiertas, pues sus finales parecen estar todavía resolviéndose. En vez de una resolución absoluta o epifánica tenemos pausas. Es como si su autora se hubiese detenido y al hacerlo nos hubiera obligado a detenernos con ella para reflexionar.
Se dice que el novelista siempre aspira a lo universal, pero que el poeta está condenado perpetuamente a su individualidad. ¿Qué decir entonces de los cuentistas? Tal vez no sea un despropósito imaginar que ellos están a medio camino entre lo universal y lo individual. Y en el caso particular de Gabriela Mayer, ella parece habitar perfectamente esos dos ámbitos: el de lo universalmente mundano junto con lo individualmente bizarro y revelador. Es una autora que invitamos a leer pues la precisión verbal con que ella despliega su maravillosa y versátil imaginación es un placer de leer.
Gabriela Mayer es periodista y colabora en medios como Infobae. También trabaja en el área de comunicación para el Goethe-Institut de Buenos Aires y ha publicado cuatro volúmenes de cuentos: Sueños como cuchillos (2022), El pasado sabe esperar (2018), Todas las persianas bajas, menos una (2007) y Los signos transparentes (2003).