He aquí una breve nota sobre la historia de la religión en donde se expresa un sentimiento de comprensión y entendimiento a ambos lados de esas líneas divisorias y fundamentalistas que separan a creyentes de ateos, y a conciliadores de fanáticos. Quizá ya sea hora de que aceptemos -y no a regañadientes- que la religión forma parte fundamental de la condición humana así nuestras creencias en un ser supremo preocupado por nosotros nos hayan abandonado hace mucho tiempo


En 1637, al pintar su obra de Apolo y Marsias, ‘el españolito’ José de Ribera se sumó a la larga lista de artistas que se han inspirado en Las Metamorfosis, obra maestra de Ovidio. En este mito griego, la soberbia del sátiro Marsias lo lleva a tal punto que se atreve a decir que su flauta suena mejor que la lira del dios Apolo; este termina desollándolo y aquel se arrepiente clamando piedad infructuosamente, pues «al que clamaba, la piel le fue arrancada de lo sumo de sus miembros, y nada sino herida él era; crúor de todas partes mana, y destapados se ven sus nervios y trémulas sin ninguna piel rielan sus venas; sus palpitantes vísceras podrías enumerar, y diáfanas en su pecho las fibras». En la obra de José de Ribera observamos el rostro agonizante del pobre Marsias quien quiso igualarse a un dios y salió perdiendo. 

A pesar de esta relación desigual entre dios y subordinado, cabe destacar que nuestro concepto de la religión difiere bastante con el de los griegos. Bertrand Russell explica que la religión primitiva era más tribal que personal y que sus ritos funcionaban como una “magia solidaria” que servían para defender los intereses de la tribu; en el contexto Judeo Cristiano, el individuo experimenta una relación personal con un dios benévolo y todopoderoso quien ofrece salvación póstuma. Estanislao Zuleta aclara que para los griegos, al carecer de textos sagrados como la Biblia, les era imposible ser herejes; claro está, la religión sí estaba escrita, pero por poetas como Homero y Hesíodo y «nadie puede ser hereje con relación a un poeta». Es precisamente esto que permite que en la Grecia antigua surja la filosofía como un «intento de explicación del mundo por sí mismo, es decir, no por el mito ni por la religión sino por los elementos naturales». 

Cuando Horacio describe la conquista romana de Grecia nos hace entender la grandeza del mundo helénico, pues «la Grecia conquistada conquistó al bárbaro conquistador e introdujo las artes en el Lacio agreste» De hecho, el conquistado conquistó por completo a Roma en los campos de la arquitectura, el arte, la literatura, la educación, el lenguaje de las élites, la filosofía, la religión y la mitología. Es después de esta conquista en reversa – en el primer siglo a. de C -que surge el poeta romano Lucrecio al componer su poema científico De rerum natura, en el cual le sigue el hilo a los atomistas griegos Demócrito y Epicuro. Lucrecio dice que ni siquiera por fuerza divina es posible que una cosa nazca de la nada; luego explica que es el miedo que «reprime a todos los mortales… de manera que se inclinan a creer» que «muchas cosas del cielo y de la tierra» son «producidas por los dioses… por no llegar a comprender sus causas [verdaderas]». Además, declara que, tras la muerte, la naturaleza no aniquila nada por completo, sino que lo reduce todo a sus «cuerpos primitivos», es decir, a sus átomos indestructibles. Nada de esto era considerado herejía por los grecorromanos.

El filósofo colombiano Estanislao Zuleta aclara que para los griegos, al carecer de textos sagrados como la Biblia, les era imposible ser herejes; claro está, la religión sí estaba escrita, pero por poetas como Homero y Hesíodo y «nadie puede ser hereje con relación a un poeta».

En 1633 – cuando Galileo Galilei tuvo que rendirle cuentas al Santo Oficio, la Inquisición romana – sí era posible ser hereje dado que para esta fecha ya existían textos sagrados y protectores de la fe. Galileo fue citado a declarar por haber defendido el modelo heliocéntrico de Copérnico, lo cual era grave, ya que refutar las ideas de la iglesia era ir en contra de Dios. Su castigo – no tan severo como el de Marsias – fue ser obligado a reconocer su herejía y a vivir el resto de su vida bajo arresto domiciliario. 

Quizá Cervantes, siendo consciente de la presencia del Santo Oficio, decidió ofuscar la verdad sobre la autoría de la primera parte del Quijote, pues a partir del capítulo noveno, el libro se ofrece al lector como la traducción al castellano por un morisco bilingüe llamado Cide Hamete Benengeli; de aquí en adelante Cervantes pasa a ser más editor y comentarista que el narrador que comienza el libro. A pesar de esta ingeniosa maniobra literaria, su libro fue censurado por la iglesia y el Santo Oficio señaló una línea en el índice expurgatorio de 1632; específicamente la línea que pronuncia la duquesa al criticar la blandura de Sancho y que contradice la doctrina luterana de la sola fide, «las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente no tienen mérito ni valen nada». 

Sea como sea, si bien es cierto que la religión forma parte fundamental de la condición humana, también lo es el escepticismo y la sátira.

En 2010, el ex-mandatario británico Tony Blair se enfrentó a Christopher Hitchens – ateo acérrimo – en un debate sobre si la religión es una fuerza para el bien o el mal. Tony Blair defiende la religión, mostrándose más católico que luterano, aclarando que muchas veces la fe conduce a los creyentes hacia las obras benéficas. Hitchens descarta esta noción al enunciar que los humanistas también ayudan al prójimo pero sin hacer proselitismo; además ridiculiza la religión y gana convincentemente el voto al final del debate; su golpe de gracia fue cuando dijo que la religión era «un experimento cruel a través del cual [Dios] nos crea enfermos y nos ordena a estar aliviados». Indudablemente, Hitchens se mofa de la religión y la denigra rotundamente. Además, al destacar el carácter religioso de la guerra de los Balcanes, dice que los croatas son católicos, no porque entienden la complejidad de las doctrinas sino porque nacieron croatas: nos lleva a la conclusión de que somos producto del entorno en que nacemos, es decir, de nuestra cultura.     

En el quinto siglo a. de C. el primer historiador, Heródoto de Halicarnaso ya entendía que nuestro entorno nos moldea y que nuestra religión es el resultado de las circunstancias aleatorias de nuestro nacimiento. Debido a esto, a Heródoto le parece un disparate irrespetar y mofarse de las religiones y culturas ajenas; describe el momento cuando el impío rey persa Cambises «iba abriendo los antiguos monumentos [egipcios]» antes de entrar al templo de Vulcano donde se divirtió «haciendo burla y mofa de su ídolo». Heródoto termina tildando a Cambises de loco porque «si diera elección a cualquier hombre del mundo para que de todas las leyes y usanzas escogiera para sí las que más le complacieran, nadie habría que al cabo … no eligiera las de su patria y nación …  no hay educación, ni disciplina ni ley, ni moda, [ni religión], como la de su patria. Por lo que parece que nadie sino un loco pudiera burlarse [de las costumbres ajenas]». Lastimosamente, su perspectiva de aceptación y tolerancia aún suena progresiva y moderna: al parecer, hemos avanzado poco en los últimos 2.500 años. 

En el debate entre Hitchens y Blair, Hitchens acepta que siempre habrá religión pero si seguimos la enseñanza de Heródoto hacia la tolerancia debemos bregar a coexistir en paz y harmonía: esta utopía se complica cuando los religiosos se matan entre sí y cuando los ateos critican con ánimo de ofender. Sin embargo, el método científico no pretende ser sensible sino buscar verdades irrefutables así que han habido ocasiones donde los pensadores del momento han entrado en conflicto con la religión. Dos ejemplos: en 1844, Karl Marx dijo que la religión era «el opio del pueblo» y a comienzos del siglo veinte Sigmund Freud dijo que Dios era una ilusión basada en la añoranza infantil por una fuerte figura paterna, capaz de otorgar perdón y seguridad. El contraargumento de los religiosos puede ser el siglo veinte y el ruin desenlace de un mundo ateo, pues ese siglo nos dio los genocidas – para nada religiosos – del nazismo y del comunismo, Hitler y Stalin. Sobra decir que abundan ejemplos de actos terroristas, represivos y bélicos que se han cometido en nombre de la religión. Para los que valoramos la libertad de expresión – creyentes y no creyentes – aceptamos las críticas de pensadores como Marx y Freud, Hitchens y Blair. Sea como sea, si bien es cierto que la religión forma parte fundamental de la condición humana, también lo es el escepticismo y la sátira.

Luciano de Samosata fue un escritor de sátiras que vivió en el segundo siglo d. de C. durante el Renacimiento aticista y la Segunda Sofística; era un escritor griego del imperio romano en lo que hoy día sería Turquía y resulta ser bastante interesante por haber sido el primer escritor laico -además de culto y políglota – en escribir sobre los cristianos. En su libro Sobre la muerte de Peregrino le cuesta disimular su desdén por los cristianos y el personaje de Peregrino, «en poco tiempo [Peregrino] descubrió que todos ellos [los cristianos] eran unos niños inocentes y que él, solo él era el profeta, el sumo sacerdote», tanto era el poder que ejercía sobre ellos que además «redactó él mismo» algunos «libros sagrados». Luciano cuenta que cuando Peregrino termina en la cárcel – por el presunto delito de parricidio – los cristianos sobornan a los guardias, introducen todo tipo de manjares y lo proclaman el nuevo Socrates. Los cristianos de Luciano son unos ingenuos que no vacilan en llenarle los bolsillos a Peregrino, «y es que los infelices creen a pie juntillas que serán inmortales y que vivirán eternamente». Cuenta Luciano que los cristianos «reniegan de los dioses griegos y adoran en cambio a ese filósofo crucificado y viven según sus preceptos. Por eso desprecian los bienes que consideran de la comunidad». Así que, según Luciano, los primeros cristianos eran una especie de comunistas precoces, mamertos inocentones que enriquecieron a un falso profeta, quizá porque «si se les presenta un mago cualquiera, un hechicero, un hombre que sepa aprovecharse de las circunstancias, se enriquece en poco tiempo, dejando burlados a esos hombres tan sencillos». Claramente, Luciano no era la persona indicada para establecer vínculos con los cristianos: sus obras muestran un desprecio marcado hacia ellos.

¿Tenía razón Luciano al tildar a los cristianos de ‘hombres sencillos’ fácilmente manipulados? En 1274 durante el Segundo Concilio de Lyon – y en plena niñez de Dante Alighieri – la iglesia católica aclaró por vez primera su postura sobre la doctrina del purgatorio. Concretamente, algunas almas se purifican póstumamente y se benefician de ‘actos piadosos’ como la limosna por parte de los vivientes. Seguramente Luciano se sentiría vindicado al juzgar a los cristianos de este modo si supiera que mil años después de escribir, aún practicarían el intercambio de dinero por salvación. 

Pero ¿qué es, concretamente, el purgatorio? Según la doctrina de la iglesia católica el purgatorio no es el limbo sino una ruta hacia la salvación; es un estado donde se produce la purificación a través del castigo de arder en el fuego. En 2011 el Papa Benedicto XVI aclaró que «el purgatorio [ya] no es un elemento de las entrañas de la Tierra, no es un fuego exterior, sino interno». Gracias a este Papa, los católicos actuales podrán interpretarlo de manera más alegórica que literal. En 1610 el artista boloñés Lodovico Carracci representó la salida del purgatorio en su óleo sobre lienzo, Un ángel libera las almas del purgatorio y queda el interrogante, ¿cómo hubiesen interpretado esta pintura los católicos del siglo diecisiete? En la pintura observamos a un ángel sacando a ocho almas pecadoras de las llamas hacia el paraíso, supuestamente luego de haber ardido lo suficiente como para complacer a Dios. ¿También hubiesen interpretado el cuadro como algo metafórico? Probablemente no. Además, en 1320, Dante ya se había encargado de narrar su travesía por la Montaña del Purgatorio, guiado por el poeta Virgilio, a quien se le niega el acceso al paraíso por ser pagano. Para estos creyentes de antaño, el purgatorio era indudablemente un lugar real y verdadero.

La perspectiva de Heródoto es fundamental; si entendemos que todos somos el producto de nuestros entornos podemos aceptar al prójimo así piense diferente. Esta enseñanza sigue vigente, ya que, si la fe y la religión forman parte esencial de la condición humana, siempre existirán. Debido a esto, es imperativo que todos – creyentes y no creyentes – adoptemos el pragmatismo para obrar juntos por el bien común. Esta tarea quizá hubiese sido más alcanzable para los grecorromanos, cuyos ritos religiosos buscaban fines más terrenales y pragmáticos, mientras que los religiosos de la actualidad buscan la salvación personal. La principal traba por superar es entonces la falta de diálogo fructífero entre seguidores de distintas religiones, ateos y agnósticos. 

Viéndolo así, lo importante del debate entre Hitchens y Blair no es quien haya ganado o perdido, sino el hecho de que el debate tuvo lugar de manera civilizada, cada lado escuchando cortésmente al otro; tampoco se trata de evangelizar o de divulgar el ateísmo. Los griegos nos dejaron como legado los cimientos de nuestras civilizaciones occidentales pero ¿qué le debemos a la religión? Si bien es cierto que la religión ha causado conflictos, también toca reconocer que ha inspirado a muchos a dedicarse a la caridad. En nuestra lucha incesante por la paz entre los extremos del fanatismo podríamos adoptar la máxima aristotélica del medio dorado que propone la moderación y la búsqueda por el equilibrio. También es necesario reconocer que ese punto intermedio tan anhelado seguramente esté más cerca de un extremo que del otro así que si queremos ver el panorama más amplio debemos estar dispuestos a hacer concesiones. Todo esto es preferible a una situación de posturas opuestas, arraigadas y recalcitrantes que sólo conducen a la intolerancia, como la del dios Apolo para con el sátiro Marsias.


Gustavo García reside en Londres, es profesor de lenguas y jefe de departamento. Es licenciado en Civilizaciones Clásicas de la Universidad de Leeds, con una Maestría en Educación. Actualmente está traduciendo al inglés al filósofo colombiano Estanislao Zuleta. Es padre y, al igual que Eduardo Galeano, un futbolista frustrado.

La imagen corresponde a Apolo y Marsias pintado por el artísta español José de Ribera del año1637. Royal Museum of Fine Arts of Belgium.