Por Juan Gustavo Cobo Borda

De manera casi que exclusiva publicamos la única reseña que creemos existe sobre El caudillo, la novela que el padre de Jorge Luis Borges escribió y publicó en 1921. Lo interesante, según Cobo Borda, es que ella es un premonitorio borrador de las obsesiones temáticas y estilísticas del conocido autor argentino


Jorge Guillermo Borges (1874-1938), el padre de Borges, es autor de una novela singular. Titulada El caudillo y aparecida en Mallorca, en limitada edición, en 1921, se deja leeer con agrado y sus páginas finales poseen una sorpresiva intensidad narrativa.

Ese caudillo, Andrés Tavares, maneja su feudo en la provincia de Entre Ríos con los ademanes de un antiguo señor rural. Busca afiliarse a las ventajas del Progreso, la Educación y la Cultura, pero conserva muy razonables dudas sobre la adhesión a la mejor causa. Centralismo o federalismo. La autonomía de la provincia, al terminar siguiendo las tropas de López Jordán, «rumbo al sacrificio estéril, a la causa perdida«, como dicen las líneas finales. O apoyando al Gringo, un personaje casi conradiano, en su fustrada lógica de construir un puente que diera pie a la brillante modernidad de una urbe sólo imaginaria.

De todos modos la historia romántica que vivifica este marco de adhesiones políticas, de empresas científicas que la naturaleza sepulta, y de la crueldad machista con que el caudillo disuelve el nudo de la intriga , posee una originalidad que la salva del estereotipo. Todos los personajes terminan por ser más complejos, dentro de su lógica interna, de lo que sospechábamos. Empezando, como es obvio, por el supuesto antagonista del Caudillo, Carlos Dubois, hijo de un francés residente en Buenos Aires, «una aldea chata y desgrabada«.

Sensible, débil de carácter, y fracasado en sus estudios, regresa al campo paterno, colindante con el de el Caudillo. Allí padecerá, literalmente, el desborde torrencial de sentimientos, que experimenta la hija del caudillo, Marisabel, revelándole su amor. Y obligándolo, en definitiva, a cancelar su retorno a Buenos Aires, a su novia y a su padre. Vislumbrará así esas fuerzas primitivas con que la mujer tuerce destinos y termina por hundir al amable lector de Montaigne y Voltaire en una tragedia absoluta: la misma muerte a manos de una cuadrilla enviada por el padre. Todo ello paralelo a la creciente fuerza de una tormenta invernal que inunda el campo y altera a los personajes. La involuntaria noche que han pasado juntos, por la creciente de las aguas y su ulterior unión, casi forzada, es vengada así, arrasando la casa y matando a Dubois, inerme ante la violencia que su propia pasividad desconcertada alcanzó a desatar en esa muchacha reprimida y ese padre autoritario. El Caudillo terminará entonces por darles la espalda, con el frío desprecio de quien cumple con su deber, a ese cadáver y a esa hija que reza a su lado, arruinada para siempre su existencia.

Importa destacar además cómo la novela que Jorge Luis Broges ayudó a corregir en 1919, se constituye, indirectamente, en un premonitorio borrador de sus obsesiones temáticas y de su estilística. Antes de fijarnos en ellas, veamos lo que el propio Borges cuenta de su colaboración con su padre. El mismo padre que siempre lo quiso escritor y que terminó por depositar en el hijo el cumplimiento de su vocación fustrada:

Fuimos a Mallorca porque era barata, hermosa y escasa de turistas. Vivimos allí casi un año, en Palma y en Valldemosa (una aldea en lo alto de las colinas). … Mi padre estaba escribiendo su novela que recordaba tiempos viejos de las guerras civiles de su Entre Ríos nativa. Yo le ofrecí mi ayuda en la forma de algunas metáforas bastante mal copiadas de los expresionistas alemanes. y que aceptó por pura resignación. Hizo imprimir unos quinientos ejemplares y los trajo consigo a Buenos Aires, donde los regaló a sus amigos. Cada vez que la palabra «Paraná» (su ciudad natal) aparecía en el manuscrito, los impresores, creyendo corregir un error, la cambiaron por «Panamá». Para no molestarlos, y pensando que así era más divertido, mi padre dejó pasar la «enmienda». Ahora me arrepiento de las juveniles intrusiones en su libro. Diecisiete años más tarde, antes de morir, me dijo que le gustaría mucho que yo volviera a escribir la novela en un estilo directo y suprimiendo toda la literatura «fina» y los pasajes retóricos.

En la novela se hallan, entonces, su interés por el tema del eterno retorno, la figura del intelectual que vacila y pierde la partida, arrollado por los hombres de acción, el saludable hálito de anarquista consecuente que distinguió a su padre y que él comparte. Buen ejemplo de ello es la diatriba contra los abogados:

La abogacia es propio de los arribistas. Se basa en lo convencional y muerto. Protege los intereses mezquinos de la sociedad, su afán de lucro y las pequeñas preocupaciones de familia, nacionalidad, Estado… ¡Es más noble soñar en los caminos!

En la novela, como en una nuez, se halla el futuro Jorge Luis Borges, quien jamá escribiría una novela.

Hay allí la eficacia reveladora de sus enumeraciones: «Fue crupier en Monteraclo y Minero en Califormia. Estuvo preso por deudas en Londres y estableció una agencia de cambio en la Puerta del Sol en Madrid. Lo conocieron las ciudades de Oriente, fue amigo de Khedive en El Cairo» Y la capacidad sintética para reducir toda una vida a tres o cuatro escenas que bien pueden terne la impactante fuerza visual de una secuencia cinematográfica.

Y hay también la poderosa fuerza con que el crescendo de la pasión inunda y estremece a los protagonistas, en esa suerte de de vértigo inmóvil donde el orgasmo, como el Aleph, temina por revelar la multiplicidad infinita del universo. La sensación ya fija y perdurable de la eternidad atisbada por fin, en la sucesión congelada de la escritura.

El «Motivo liminar» del libro alude a esa fabula milenaria del yacaré y el diluvio universal, conectada, sin lugar a dudas, en esos mitos ancestrales del inconscienjte colectivo, donde «los dioses no mueren, ni olvidan ni perdonan, son inmortales, rencorosos y crueles«. Otro dato más para corroborar como Padre e Hijo comparten un terreno común de singulares motivos afines. Ese terrreno que va desde la violencia del degüello y el hombre estaqueado en mitad de la pampa hasta los versos de Espronceda. Historia argentina y literatura universal anuncian ya aquí el futuro autor de Ficciones y La muerte y la brújula, creador de mitos perdurables que tocan a todos los hombres. Pero sus raíces naturales e intelectuales bien puede rastrearse en esta única novela de Padre, como acostumbraba a llamarla el joven Georgie.


Juan Gustavo Cobo Borda (1948-2022). Fue editor, poeta, periodista y diplomático pero, sobre todo, un ávido crítico y lector colombiano. Fue una de las personas que trabajo con más ahínco en la promoción de la lectura en ese país suramericano. Este reseña es del libro Borges enamorado publicado por El Insituto Caro y Cuervo, Bogotá 1999.

Recordando a Gustavo Cobo Borda fue un artículo que publicamos a raiz de su fallecimiento en septiembre pasado. También pueden escuchar un podcast de la conversación que tuvimos con Cobo Borda en 2018

Imágenes: principal, retrato familiar de Borges con sus padres y su hermana Norah. En el artículo, la portada de la edición de 1921 de El caudillo y Juan Gustavo Cobo Borda con Jorge Luis Borges en la Biblioteca Nacional de Bogotá en 1978.