Él es uno de los poetas más perspicaces e íntimos de la literatura colombiana y aquí nos ofrece unas anotaciones muy agudas sobre lo que ni la poesía ni la literatura deben ser. Pero, como todo buen maestro, también nos señala lo esencial que siempre debemos buscar en todo verdadero poeta o creador


I. El aplaudidor.

Hay que verlo. Es un tipo singular. Como pocos. Hay hombres que caminan por el aire en una cuerda tensa entre altos campanarios sin llamarse Zaratustra y resultan verdaderos ejemplos de rareza.

Hay otros a los que llaman tragaldabas porque todo se lo comen, inclusive las palabras cuando tienen que decir algo verdadero y hasta cuando quisieran pedir auxilio, atragantados por la espina de pescado de una palabra que no entienden.

Pues sí. Hay grandes hacedores de agujeros en el agua, como llaman a los ociosos los burlones y diligentes esquimales del «país de las sombras largas». En esos paisajes albinos una sola noche dura seis meses y mientras pasa, pueden dedicarse a limpiar arrumes de pescados con su cuchillo glacial. En materia de oficios hay gente para todo.

Entre tantas rarezas en ejercicio, como la de los cazadores de nubes del páramo o los contadores de sílabas y versos, nadie me sorprende más que el aplaudidor de oficio. Este hombre no parece distinguirse en nada de los demás cuando está solo. Ah, pero cuando está en rebaño revela su profesión de aplaudidor, su pasión y paroxismo. Hasta podría decirse que así como hay virtuosos del violín o el clarinete, del clavecín o la viola, los hay del aplauso, de un feroz palmoteo que llevan engatillado a los teatros.

Intentaré describirlo. Posee un habla untuosa, una lengua pringosa, conoce bien unas palabras al dente que deja caer en las solapas del aplaudido como si le entregara una provisión de maná o de agua bendita. A veces, impaciente, aplaude a destiempo. Cuando lleva las manos en los bolsillos muy seguramente se le agitan con ganas de salir de esos pequeños agujeros negros y aplaudir, aplaudir, aplaudir sin descanso, no importando la naturaleza de lo aplaudido.

En verdad, en mi país son muy vistosos estos ejemplares de la fauna cortesana. Un amigo dice que esos lamedores de suelas están en todo el derecho de paladear adulaciones, así como otros lengüetean helados de fresa.

El aplaudidor sueña con tener un juego de manos de todos los tamaños para abrirlas y cerrarlas a compás, como quien junta dos sonoras panderetas. A veces logra cooptar a otros aplaudidores que van por las salas convocados al santo y seña de una devoción por la lisonja. Y entonces es la apoteosis. La extensión de los aplausos mide lo que no podrán recibir de parte de todos los públicos del futuro.

Aduladores en ejercicio permanente, así se pasan la vida, los días que unos tras otros son granados. Hay que verlos haciendo calistenia, calentando las palmas de las manos antes de que empiece el recital de turno, la serenata, el ballet, el discurso, la conferencia o el concierto. Resulta mucho más frecuente que triste su ritual. Hay que verlo, muy seguro de sí, medrando por las pasarelas del mundo y derrochando sonrisas y abrazos a órdenes del dios de los Tartufos.

En verdad, no necesita que alguien cante, lea un poema en la tarima, baile o toque un fagot para ejercer con disciplina su oficio. Para el aplaudidor de oficio, el mayor intérprete de la noche es quien toca una estruendosa sonata para gritos y aplausos. ¡Ay!, cómo se duele de no tener más de dos manos para aplaudir.

II. La cosecha de poetas

¿Que cuáles son los poetas que más abundan?

Están, como en todos lados, los poetas sumisos, que repelen a la legua. Parecen en el peor de los sentidos artistas circenses, gimnastas de la obediencia. «Salta el aro» y el poeta obediente como un can amaestrado, salta. «Introduce la cabeza en la boca del león desdentado» que ya no ruge sino bosteza en la pista, «mete tu soledad en la jeta de una secta política» y el artista sumiso cumple la orden del dueño del espectáculo. Pero cuando le dicen como al funámbulo de Jean Genet o al de Zaratustra que cruce la cuerda tensa entre dos vacíos, sin malla protectora y, sobre todo, sin aplausos, hasta ahí llega el artista obediente que mira de reojo y melancólico la tribuna de los triunfadores. La poesía es imaginación y desobediencia, que además son hermanas siamesas.

En muchas partes la literatura y más aún la poesía que por su propia naturaleza y por su antigua relación disfuncional con la realidad inmediata debiera estar por fuera de ese mercadeo oportunista, está sin embargo coptada por lo que Aldo Pellegrini llama «la internacional de la mediocridad». Por fortuna, recordando a Gabriel Zaid, «no juzgamos los tiempos por sus legiones de mediocres sino por sus milagros».

¿Qué milagros? «Al poeta le es dado decir que una golondrina apuñala el cielo y hacer de esa golondrina un puñal», decía un pintor que en toda su obra aspiraba a encontrar una poética, George Braque. El milagro está en fecundar el lenguaje que reúne magia y credibilidad en el mismo espacio.

«Están, como en todos lados, los poetas sumisos, que repelen a la legua. Parecen en el peor de los sentidos artistas circenses, gimnastas de la obediencia.» «La poesía es imaginación y desobediencia, que además son hermanas siamesas.»

III. Votos de pobreza

Un singular y en alguna forma patafísico personaje creado por Miguel de Cervantes, El Licenciado Vidriera, decía que los poetas eran pobres por puro gusto pues sus mujeres eran riquísimas ya que ellos las investían de cabellos de oro, frentes de plata, ojos de esmeraldas, dientes de marfil, labios de coral, de aliento de ámbar y otras piezas de alta joyería. Con haber asaltado a mano armada uno de esos sonetos de gran pedrería, los poetas de antaño podrían haber salido de pobres. Y a sus deudos no solamente les hubieran dejado deudas. Me temo que esa idea de la poesía manierista no ha desaparecido del todo y que hay aún herederos de esa versificación, inclusive entre políticos, esas gentes de la contingencia inmediata. Algunos se han tomado la legendaria Casa de Poesía Silva y allí planean una suerte de falsos positivos líricos, de fallidos poemas. Buena parte de esa visión pasadista es lo que aleja a muchos de la poesía, valga decir. Witold Gombrowicz no se tragaba la poesía por ser demasiado poética. Y René Menard afirmaba que «el poeta no piensa lo poético sino para desconfiar».

No me atrevo a decir que esos personajes de la escena criolla aludidos no puedan escribir versos por ser políticos, pues buena parte de la mejor poesía contemporánea es consciente de que como no se ha podido poetizar la política se ha politizado la poética. Ahora, en esa materia creo que lo que sí es cierto es lo dicho por el poeta y pensador anarquista Herbert Read: «el poeta no puede, sin renunciar a su función esencial, acogerse en reposo a los fríos conciliábulos de un partido político».

Lo que en verdad molesta de estos poetas de última hora es el gusto que tienen por los temas preconcebidamente líricos y su olor a pergamino y naftalina. No se puede decir que hagan mala poesía pues ella no existe. Si es mala, sencillamente no es poesía.

IV. El sombrero en la percha

Debo decir que hay poetas ideólogos que viven dando consejos mesiánicos, poetas de la autoayuda que hasta pueden escribir un volumen de elogio del suicidio con el título práctico de «hágalo usted mismo», poetas que escriben sus desideratas para que nos esforcemos «en ser felices», poetas de registros auto-referenciales que creen que tienen biografía y que ella nos incumbe a todos, tanto sus heridas de amor como sus suturas. Esos poetas no dan ganas de ponerse o quitarse el sombrero, sino de coger sus volúmenes a sombrerazos.

«Lo que en verdad molesta de estos poetas de última hora es el gusto que tienen por los temas preconcebidamente líricos y su olor a pergamino y naftalina».

Coda

Hay mucho menos poesía que poetas, camaradas. Y no se puede creer en novelones épicos en una época sin heroísmo ni dignidad.

Es bueno, por si alguien aún no se ha enterado, recordar a don Alfonso Reyes: «hasta los perros le ladran a la luna pero eso no es poesía».


Juan Manuel Roca ha publicado más de treinta libros de poesía así como también narrativa y ensayo. Ha sido galardonado como periodista, pero es como poeta que ha ganado tres veces el Premio Nacional de Poesía en Colombia y también los Premios Internacionales de Poesía Casa de Las Américas, Lezama Lima, 2007 y Premio Casa de Las Américas de Poesía Americana, 2009. En el año 2014 recibió un Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de Colombia. Esta es la página de Poetry International dedicada a Juan Manuel Roca.