Un relato de Gonzalo del Rosario

Ilustración de Ivana Li


ERAN MIS ÚLTIMAS dos semanas en Estados Unidos y no terminaba de conocer New York. Esta vez solo mi padre llegó al aeropuerto JFK. No lo veía desde mi cumpleaños y cuando quisimos correr a abrazarnos, nos detuvimos un poco avergonzados, y solo estrechamos las manos como dos personas que ya han hablado lo suficiente por celular durante los últimos tres meses para querer decirse algo.

Tres meses preparando, gracias a un intercambio universitario, burgers y whoppers, con o sin queso, de diez a doce horas al día en el Burger King de una estación gasolinera ubicada en la parte sur de la carretera transversal de Maine; pero yo vivía todavía mucho más lejos, en el tan tranquilo, que asustaba, pueblo de Kennebunk, a media hora en carro desde Portland, la ciudad principal de dicho estado, y de allí otra media hora más en vuelo doméstico para llegar a Manhattan.

-Ya debes acostumbrarte a caminar solo por el JFK, porque en el futuro no te voy a recoger más. Es muy lejos y sale caro, así que mira bien a tu alrededor y aprende el camino- la cochera que compartía con mamá quedaba al otro extremo de Long Island, en el suburbio de Brentwood, lugar mezclado entre gringos, afroamericanos e hispanos cuyo centro de labores, como mis padres, eran las factorías. Sus calles sin veredas despedían un olor penetrante pero no, yo no huelo nada- mi padre siempre lo negaba.

-Estamos ingresando al tren del futuro, ¿ves? No tiene chofer y flota en el aire- el airtrain traslada a los pasajeros por las diferentes estaciones de este aeropuerto que más parece ciudad –mira, cada parada te dirige hacia un continente distinto-. Sentados en las bancas diseñadas lateralmente para dar espacio a las maletas, aguardábamos por la estación Jamaica donde tomaríamos el tren que llega hasta Ronkonkoma –solo que nosotros bajaremos antes-.

Saqué mi cámara y nos dirigimos a un extremo sin gente para tomarnos fotos con el fondo de los aviones. Luego de varias, ya tocaba una juntos, y tras el penúltimo flash escuchamos los murmullos de los pasajeros y alguien que repentinamente inició un diálogo casi gritando. No le hicimos caso al comienzo, pero luego entendimos que era con nosotros.

-God, this can´t be happenin´ again! I´m gonna call the police! Next station I jump out this wagon and I´m gonna inform this to the police!-*

Conforme sus gritos se elevaban y nos plantara por ratos su mirada amenazadora, supimos que debíamos acercar mis maletas y sentarnos tranquilos. El mutismo de mi padre me instaba a mantener la calma.

-How could this shit is possible and non of you say nuthin´boud´id… eh?… An’body?… That´s wha septemba elevan just happened! So whad? ´Cos Nobody care ´boud Nuthin´bud themselves! Everybody lives without…-, -¡oh, comon! ¡Could you please just shut up?- intervino una señora de unos cuarenta y tantos años, aunque puede que menos porque las gringas siempre aparentan más edad –It’s just a man with his kid taking some family pics! So what´s wrong with that? Tell me!-,      -Well ma’am, I’m just tellin’ y’all that I´m gonna stap next station and-, -Oh my…-** seguía gritando, casi rapeando sin parar. Por ratos me causaba gracia escuchar su voz, pero luego volteaba y todo se diluía.

Mi padre tenía el rostro fijo en la ventana, no sabía hacia dónde llevar la mirada, permanecía en silencio como rezando para que lleguemos ilesos a la estación Jamaica, donde desaparecimos en el primer tren, ya con mi mochila en brazos que, entre los gritos del afroamericano y la señora, recogí avergonzado de la esquina en la que la había dejado olvidada.

Al comienzo no sabía exactamente por qué gritaban pero en aquel vagón del airtrain se respiraba un terrible ambiente a miedo. Bastaron algunos minutos para darme cuenta de mi error. La señora permanecía sentada a mi lado.

-You don’t have to listen to him, but please, just keep your eyes open and never let your bag alone again! This madman thought that you’ve got a bomb inside your bag-, -ah! What?-, -Yes, son, it may sounds crazy, but after september eleventh everybody just been seriously mad- tomó un respiro, irritada, y sus ojos me soplaron –and don’t you ever forget that this is New York City, and maybe not all of us are as dumb as him, but as I told you, just keep your eyes open!-***

No entendí ni mierda, pero nunca había visto a mi padre tan pálido y silencioso. Acabábamos de asomar el rostro a través del mismo miedo que nos impidió mantener la mirada durante más de diez segundos en el cráter dejado por las desaparecidas torres gemelas cuando días más tarde visitamos el bajo Manhattan.

 ——

ABRIÓ CON FUERZA la cerca de la casa de Brentwood y desde el patio ya se percibía el aroma del pollo frito con puré y arroz –bah, ¿y esas caras?, ¿a estos qué les pasa?-. Mamá acababa de llegar del trabajo y estaba cocinando. Mi padre se apresuró al baño y yo me senté a la mesa y prendí la laptop.

Cuánta tranquilidad en esos pocos metros cuadrados de la cochera donde vivían. De la puerta a la mano izquierda quedaba el baño con ducha de plástico y un lavatorio que también recibía la vajilla sucia, y al frente un ropero y estante dividían a la cocina-comedor-estudio (donde dormiría durante mi estadía) de su habitación: una cama, pegada a la pared de madera que limitaba con la casa, y un televisor a sus pies.

-Por eso primero conociste Manhattan, para que luego no te decepciones – bromeó mi padre.

No tenía que abrir demasiado los ojos para saber que este no era el lugar más agradable para vivir, pero allí estábamos los tres al fin, sentados nuevamente a la mesa después de tanto tiempo, y eso era lo único que importaba ahora.

 


*-¡No, esto no puede ser, yo voy a dar parte a las autoridades, en la siguiente estación bajaré e informaré a la policía!-

**-¿Cómo mierda es posible esto sin que ninguno de ustedes diga nada! ¿Nadie? ¡Por eso sucedió el 11 de setiembre! ¿No? ¿Por qué? ¡Porque a nadie le importa nada más que ustedes mismos! ¡Todos vivían sin…-, -¡oh, vamos! ¿Podrías callarte ya? (…) ¡Es solo un padre tomándose fotos con su hijo! ¿qué hay de malo con eso?-, -bueno señora, yo solo estoy diciéndole a todos que me bajaré en la siguiente estación y…-, -¡Oh Dios!-

***Hijo, tú no tienes que escucharlo, pero por favor, mantén los ojos abiertos y no vuelvas a dejar olvidada tu mochila, este loco creía que tenías una bomba allí-, -¿qué?-, -sí, suena extraño, pero luego del 11 de setiembre todos han quedado realmente mal- (…) –y nunca te olvides que esto es Nueva York; y quizá no todos seamos así de idiotas, pero como te dije, mantén tus ojos abiertos-


Gonzalo del Rosario (Trujillo, 1986) es escritor, periodista y docente de Lengua y Literatura por la Universidad Nacional de Trujillo. Ha publicado los libros de narrativa breve Cuentos pa’ Kemarse (2008), Losocialystones (2010) y Mishky stories (2011). Además, es autor de la novela corta Ven ten mi muerte (2012) e integró el híbrido Tv-out (2009). Sus narraciones han aparecido en revistas y antologías a nivel nacional e internacional.