La Orquídea de Cuenca llega recortada a su quinta edición. Según los organizadores, el festival de cine ha sufrido una disminución considerable en su presupuesto con relación al año pasado, lo que ha devenido, entre otras cosas, en la ausencia de un país invitado, como lo fuera España en el 2014. Pero que no se me malentienda, esto, en realidad, no ha mermado en la calidad del evento, que mantiene una programación con énfasis en el cine iberoamericano, y conserva el mismo espíritu democrático de años anteriores, al contar con acceso gratuito a todas sus funciones. En fin, que el Festival, aunque austero, ha sabido armar un line up más que interesante, y esto, finalmente, es lo que importa.
La noche del último sábado, con la habitual (y a veces desconcertante) presentación de personajes públicos por la alfombra roja, en el Teatro Carlos Cueva Tamariz se inauguró el festival proyectando El abrazo de la serpiente, nuevo film del colombiano Ciro Guerra, que llega, a esta altura del año, con varios e importantes premios en distintos festivales del mundo. Y no es para menos, la cinta muestra la relación entre dos científicos europeos y un chamán, en la selva colombiana, lo que representa, en principio, el encuentro de dos mundos: el occidental y el de las tribus nativas, cuyo conocimiento ancestral, en estrecha relación con la naturaleza, se contrapone al escepticismo de los científicos y su afán comercial. La película plantea así un enfrentamiento cultural intenso, a la vez que una denuncia por los maltratos que los pueblos originarios han sufrido desde la colonización, propiciado en su mayoría por el culto a la religión católica. Es este el punto más débil de la cinta de Guerra, sin embargo, que en su afán por mostrar los abusos cometidos y la demencia a la que puede llevar el fanatismo religioso, se vuelve, en cierta medida, didáctico y rompe con la fluidez del relato, en donde lo más interesante resulta la relación final entre el chamán, en una edad longeva, y el segundo científico. De este modo, la cinta plantea una reeducación del mundo occidental a mano de las culturas nativas, es decir, coloca el conocimiento de dichas culturas en primer plano, y al hombre occidental como alguien que debe aprender de ellos, y no de modo inverso, como formularon los colonizadores (españoles en tiempo de conquista y gran parte del pensamiento occidental actual, hay que decirlo). La emotividad y contundencia del film radica en este postulado, que se exhibe de modo casi uniforme en toda su extensión y que tiene, sobre el final del film, el clímax, la ebullición de este encuentro.
Otra de las cintas destacables en estas dos jornadas ha sido La tierra y la sombra, del también colombiano César Augusto Acevedo. Una historia que, a diferencia de la película de Guerra, muestra un conflicto en apariencia sencillo, narrado con sutileza, silencios y claroscuros realmente notables. La historia de un hombre que tras muchos años vuelve a su finca, a reencontrarse con su familia, movido por la nostalgia a la tierra y un hijo enfermo, transcurre sigilosamente, pauteado por una cámara que sigue lentamente a los personajes, y que en los momentos de total inmovilidad, compone con maestría los encuadres. Es que sí, la película se apoya todo el tiempo en la composición y su fortaleza visual va de la mano con aquello que va narrando, lo que representa un punto tangencial consecuente -y francamente feliz- entre el argumento, la temática del film y la estética. [Reseña de la película]
Además de estas dos cintas colombianas, destacaron Dégradé (Tarzán & Arab Nasser, 2015), una historia inquietante que retrata, desde una suerte de microcosmos femenino, el conflicto constante en la Franja de Gaza. El temor y la incertidumbre, en un ambiente normalizado de hostilidad, se apoderan de una peluquería atiborrada de mujeres cuando un enfrentamiento bélico se produce en los exteriores del local. Atomic Heart (Ali Ahmadzadeh, 2015) es, en cambio, una película, por decirlo menos, confusa. Narrada desde la mirada de dos jóvenes iraníes de clase alta, inicia con conversaciones absurdas (en el buen sentido, con fines cómicos), ingeniosas, con muchos referentes culturales de occidente y buen manejo del diálogo; sin embargo, con la aparición de un personaje masculino misterioso, oscuro, tanático, se transforma súbitamente en un thriller que te mantiene expectante hasta el final del film, pero que no termina de cerrar ni responder al propósito de la aparición, y función, de dicho personaje. Por último, Aventurera (Leonardo D´Antoni, 2014), una película argentina hecha con escasos recursos y evidentes carencias técnicas, que no obstante ello consigue elaborar un relato sincero de una joven actriz colombiana que busca, a toda costa, conseguir un papel en alguna película y salir del anonimato. La cinta plantea una pregunta inicial, en una cita intertextual a Nueve Reinas, cuando uno de los personajes pregunta a la protagonista si se prostituiría por una cantidad exuberante de dinero. Desde aquí, la trama de la película se preocupa por responder a esta interrogante, desde la propia experiencia de la protagonista. A pesar de los tópicos maniqueos (cine vs televisión, el sexo como motor de ascenso laboral, la enajenación producto de la fama), la película consigue elaborar un relato verosímil, en gran medida por la naturalidad de sus personajes y situaciones. Aunque en el balance general, hay que decirlo, no es suficiente.