Por Juan Toledo

Seguimos con nuestras reseñas de poemarios recientemente publicados. Aquí una nota detallada de un libro tan diverso como irreverente del escritor español Luís Elvira-Sierra


¿Qué hacer cuando uno de los primeros versos que uno lee de un poeta
que aún no conoce, nos presenta a un Hegel onanista y poco después a
un Heidegger exigiendo una felación de su alumna y admiradora Hannah
Arendt? En ese momento se puede dejar de leer y el libro que quede
marcado para siempre por esas imágenes de lúbricos filósofos alemanes o
se puede insistir en su lectura para ver si en realidad sus poemas giran en
torno a esa contradicción de términos: sexo y filosofía. Este texto, no del
todo breve y ojalá se den cuenta por qué, es el resultado de esa insistencia.

Oportuno anotar aquí que su autor, Luís Elvira-Sierra, es un filósofo
madrileño licenciado de la Universidad Autónoma de Madrid y que además
de escribir poesía también pinta. Parte de la obra de Elvira-Sierra ya se ha
publicado en inglés y el libro que aquí reseñamos – Nuevos modos de ser en cocinas diferentes -es, a juzgar por la contra contraportada, su cuarto libro de poemas.

La imaginería de este poemario está compuesta de un número variado de
fuentes, de retratos y de tonos de voz. Tenemos así la reflexión histórica o
mitológica, y el horror con que ambas narrativas muchas veces están
escritas; la mofa epistemológica; la música pop; los sueños falazmente
utópicos y egocéntricos de los arquitectos; la carga simbólica de lo
ceremonial y lírica de las flores. Hay igualmente poemas que nos hablan
de una realidad e identidad personal, mundana pero no por ello no heroica
que es moldeada por la inexorable marcha de los días. Pero para mí lo más
interesante es la idea de la carne como oblación y  transformación.  Una
oblación, por cierto, visceral y salvaje como lo es toda ofrenda carnal. Y
salvaje, hay que decirlo, es un epíteto que se repite a menudo en sus
páginas.

Si hablamos de reflexiones de índole histórica y mitológica como
recurrencia en Nuevos modos de ser en cocinas diferentes, es necesario
añadir que sus fuentes no solo son el mundo clásico helénico o romano
-Aquiles arrastrando a Hector según cuenta Homero en La Ilíada, los
reformistas agrarios y sociales de la Roma cristiana Tiberio y Cayo Graco
junto con sus míticos fundadores Rómulo y Remo- sino también la historia
europea de la revolución francesa y más recientemente la Segunda
Guerra Mundial o el arte vanguardista. Son imágenes imbuidas de una
ironía cargada de burla salvaje …bañados en gasolina / se prenden fuego / 
y gritan / y gritan / cantan / aquella canción / bellas / bellas palabras en un
poema intitulado. Majestad / majestad / déjanos portarte / en la bandera /
como penacho / como estandarte dorado / alto / más alto hablando del
arresto y la decapitación de Luis XVI en la plaza parisina de la Concordia
en 1793; naufragamos / quemamos el barco / y escupimos / sobre sus restos
leemos en una página dedicada al dadaísta rumano Tristan Tzara o
estas líneas al fallecido heroinómano y dandy inglés Sebastian Horsley
Aquí / amigos / llega a su fin / este barco / este cuerpo / sin brillo / por el
uso de un amor / inmaculado / hacia todo / lo que fuera polvo / y escombro.


Pero es, además, una forma dialéctica de ver la historia. Una dialéctica de
opuestos que se invalidan y resuelven en unos pasajes de una intensidad lírica, breve y penetrante. En Rómulo et Remo dice: Dos hermanos / se amamantan / de una máquina / prometen / construir / un templo / en el que rendirle culto / y reducirlo / a cenizas. En Cayo y Tiberio Graco: Arde Roma / por nosotros / para nosotros; mientras que en el Dasein 321589:  ...haznos ver / lo que no podemos comprender / la herida / y la cura; y en La escalera de Wittgenstein: 05:00 pm / pintar de rojo / la habitación / 06:00 pm / prenderla fuego. La obra cuya conclusión invita de inmediato a su destrucción, anatema a la idea de progreso.

“Toda ironía es, en últimas, un acto de negación” dice Octavio Paz en El arco
y la lira. Pero la historia está también hecha de negaciones y omisiones por
ello se está reescribiendo todo el tiempo. El pasado nunca ha sido estático.
Pero en manos de Elvira-Sierra esa ironía en más de un caso se traduce en
mofa. Y en su caso no hay mofa mayor que la que ataca el discurso
filosófico, las figura políticas -Adolf Hitler, Margaret Thatcher,
David Cameron- y los símbolos de esa metanarrativa que es la idea de
nación. No es gratuito que uno de sus poemas se titule Limpiarse el culo con la bandera

En el poema del filósofo masturbandose al cual me refería al comienzo de
esta nota, Los avatares de la conciencia y la historia, leemos: Hegel dijo
mientras se masturbaba…Lo verdadero es el todo”. Personalmente creo
que esa burla un poco cruda y lasciva no es del todo desatinada. Hegel es el
penúltimo de los pensadores alemanes que intentó promulgar un
pensamiento sistemático y totalizante que de alguna forma, y no sin
arrogancia, abarcara la totalidad del pensamiento y experiencia humana.
En la filosofía moderna, los otros dos pensadores que aspiraron a los
mismo fueron Kant y Marx. “Lo verdadero es el todo” pasa ser una especie
de eyaculación prematura manchada con tintes cuasi-religiosos donde
el “espíritu de la historia» es nuestra guía a un supuesto futuro más
prometedor. La otra figura filosófica que recibe escarnio en este libro es
Heidegger, el proto-pensador nazi que nunca se disculpó de su pequeño
error epistemológico y a lo que Elvira-Sierra parece apuntar es a esa
malsana relación entre maestro y alumna como se dio con Martin
Heidegger y Hannah Arendt y unos años más tarde también en cierta
medida con Ortega y Gasset y María Zambrano. 

Y ¿qué decir de la imagen del arquitecto? Que su ego es colosal, que sueña
construir / una torre / en el desierto mientras llena calles y ciudades enteras
con grotescos y superfluos símbolos al dinero. Que no es inocuo, ya que
juega con la arena / como un niño para luego creer que es un dios
(Al menos / eso le han dicho y no duda / en lo sagrado / de su tarea). Sus
sueños de aluminio fácilmente tornándose en pesadillas parricidas:
Castraron al padre / para mejorar / y ser más fuertes / pero por las noches /
sus sueños/ perfectamente geométricos / imbricados / como estructuras
cristalinas / huyen de ellos / despiertan asustados / buscando algo a lo que
aferrarse. 

Y si lo onírico de la arquitectura y el arquitecto como temas poéticos son
singulares también lo son, y de una manera igualmente reveladora, la
mundanidad del paso de los días y cómo ese paso nos cincela a todos y
cada uno la máscara que debemos llevar puesta: Ser para otros / lo que
no se es / lo que no se puede ser / lo que se teme ser / lo que se debe ser / lo
que se sueña ser / cincelar / en el tiempo / esta máscara / hasta que todos/ 
la saluden / al pasar / cada día.  El tiempo y su devenir como la verdadera e
irreducible esencia del ser humano. Los días como rituales otorgándole
sentido a nuestra prosaica realidad: Lugares / donde / comer / dormir / reir /
un domingo cualquiera / salvajemente monótono; y con la exactitud inherente al ritual: domingos / con exactitud / cumplen sus rituales /sexo / televisión / y galletas de hojaldre.   
 
Otro aspecto interesante es la representación de la carne del cuerpo como
recipiente de toda experiencia. En Tatuaje, el primer poema, nos
enteramos de que todos esperamos bajo la piel y unas páginas más adelante
de la llamada salvaje / de la carne. Es el cuerpo como ritual y
ofrenda: dulce cuerpo incorrupto/ eres bálsamo / ceniza en el altar / donde
el talón / a la mano se ofrece / cuerpo / dulce cuerpo incorrupto. El cuerpo
del drogadicto muerto, Sebastian Horsley, se transforma en ofrenda de hijo
divino, en plegaria herética: …comed / desde mi carne / a otra carne / con
más olor / a muerte / si cabe. Transformaciones de carácter bíblico con el
verbo hecho carne se repiten pero aquí es una libélula metálica
amenazada / por el beso / del óxido / vuela ligera / es toda de metal / pero al
cuarto día / se hará carne. Visión de ofrenda carnal y visceral que culmina
en unos de los poemas más intrigantes del libro pues no lleva título y nos
deja con una imagen de comunión carnal, en el sentido más literal de la
palabra: Un hombre / se abre la carne / para que otro hombre / entre /
penetre en él / lo atraviese como puente/ como túnel / dulce túnel de sangre /
reafirmándose / sin dolor / ni cicatrices / carne sin mácula / para ofrecer al
silencio / una oquedad / dentro de sí mismo. Es como si la pasión de Cristo
tuviese que haber sido reinterpretada para nuestros días sin dioses o
esperanza de redención divina. 


Pero, ¿hay alguna imagen o idea reconciliatoria con el mundo en la poética
de Elvira-Sierra? Sí, la hay. Los momentos más líricos y redentores
aparecen bajo la visión de la flor como ofrenda de amor: De la tierra /
surges / desnuda / para besar mi cuerpo / tallo / donde mi alma / se deshoja /
como flor / a ti ofrecida. Es ese el amor que parece replegarse en el
yo-mismo: De cerca / somos flores / pétalos / hacia nosotros / besamos /
ciegos / implosionando. Es, sin ambigüedad alguna, la figura sino de
un paraíso por venir sí al menos de su apetencia: Cada pétalo se
consagra / a un paraíso / venido / o por venir / porque esta flor / es el anhelo.

En su prólogo Enrique Zattara habla del papel de la poesía de despojar
al lenguaje de su mero soporte comunicativo de los discursos del sistema.
Es cierto, pero la poesía es otra forma de comunicación, sigue siendo
verbal y son las imágenes que algunas veces logran conjurar los poemas
-fuera de la historia y de los sistemas- lo que hace que la busquemos una
y otra vez. Quizá poetas más versados le critiquen a Elvira-Sierra su falta
de consistencia, su voz y temática heterogénea pero acaso sea su
irreverencia y esa diversidad en su poética las que logren atraer a más de
un lector a ese enrarecido mundo de los que aún leen poesía.                   

Luís Elvira-Sierra, Nuevos modos de ser en cocinas diferentes.
El Ojo de la Cultura, Londres 2019, £8.68