Por Mario Flecha

Disfruten de esta narración inédita de uno de nuestros más cercanos colaboradores, quien en estas épocas de virus y mutaciones evoca -en su manera siempre muy peculiar- no otro que al espíritu de Boccacio. Ilustración Óscar Grillo


Ya pasaron 2 años de convivir con el asesino invisible, —El virus —se murmura en las calles, en los bares, en la iglesia y en los parques. 

Los diarios, la radio y la televisión frecuentan con seriedad el miedo 

que provoca la muerte.

En los corredores del poder, los políticos temblaban ante la impotencia que les producía el enemigo intangible que iba socavando sus prestigios y las vidas de los pobladores.  Los gobiernos tartamudeaban evasiones disfrazadas de leyes.  El virus corría a todos los rincones del planeta como el fuego persiguiendo el fuego. 

Enemisnal Pérez y Ladio Rodríguez habían decidido vivir juntos durante la cuarentena, en el departamento de Enemisnal.

—¿Qué hacemos para entretenernos? —preguntó Enemisnal.

—Podemos hacer lo de Boccaccio quien al finalizar la pandemia relató tragedias de amores con finales felices, cuentos religiosos y ficciones sin objetivos en el Decamerón.

—¿Y eso que tiene que ver con nuestro encierro?

—Todo tiene que ver con todo, mira el primer relato que deberíamos abordar es sobre los distintos conflictos que se desarrollaron en los supermercados.

—¿Qué?

—Por ejemplo, la guerra del papel higiénico.  Apenas se decretó la cuarentena vimos como el pueblo británico formó cooperativas de delincuentes dispuestos a robar la mayor cantidad de papel higiénico posible. 

Los supermercados, Sainsbury, Tesco y Waitrose fueron los campos de batallas donde varios bandos de desesperados se enfrentaban alrededor de las góndolas de artículos domésticos, las peleas se originaban casi siempre de la misma forma.  Señora A llenaba su carro de paquetes de papel higiénico, furiosa, la Señora B le reprochaba que se llevaba casi todos, las voces de ambas subían de volumen hasta que la Señora B perdía la paciencia y le arrebataba varios paquetes del carro. La respuesta de Señora A no se dejó esperar y tomándole los cabellos con las dos manos los estiro hasta que la Señora B gritó, cosa que atrajo la atención de todos los que estaban comprando más el de la banda de delincuentes que patrullaba los pasillos del supermercado, quienes divididos en dos grupos.  Se acercaron a las litigantes, se pusieron detrás de ambas y trataron de calmarlas cosa que irritó aún más a la Señora B quien tomando un paquete de Andrex se lo arrojó a la cara del que parecía uno de los jefes. El envoltorio de plástico estalló al chocar con el hombre y una tira de papel se desprendió del rollo que fue tomado por la Señora A que lanzándose hacia la Señora B le envolvió la cara con las tiras de papel.

—Si quiere lléveselas todas— dijo la Señora A.

Mientras los pandilleros, sorprendidos, comenzaron a discutir cual de ellas tenía la razón, al no poder ponerse de acuerdo decidieron resolverlo a golpes mientras las trompadas volaban de un lado al otro. Se escuchó la sirena de la policía.

—Ok, este cuento no cuenta.

—¿Qué tal si nos filmamos sentados alrededor de la mesa, como en esos programas de televisión donde dos imbéciles se desafían a un duelo verbal para ver quien es el más pazguato?

—¿Para qué filmarnos?

—Ja ja sos un pendejo, para colgarlo en YouTube, después invitamos a nuestros amigos a que voten, aquel que consiga menos votos gana.

—Elitista, el que obtenga más votos es el más vulgar.

— Sí —dijo Ladio mientras organizaba el iPhone para filmarlos.

—Bah —contestó Enemisnal.

 —Mi historia sucedió hace mucho tiempo en el barrio de Barracas. Paseaba a orillas del Río Matanza cuando veo un desconocido sentado sobre una pila de maderas sucias del petróleo que solían vomitar los barcos anclados en la costa y él me contó esta historia.

En el año de 1960 del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, había un niño de 11 años llamado Teófilo Barrios.  En el amanecer del 8 de diciembre se despertó con los ojos legañosos al escuchar el canto de Raúl, el canario enjaulado, bajándose de la cama cuando aún le quedaban los sueños que se atropellaban en su memoria. Camino descalzo por el pasillo al costado de las cuatro habitaciones y al llegar al final del corredor entró a la cocina donde estaba su abuela quien tomándole de la cabeza con sus manos arrugadas dijo,

—Hoy es Domingo y vendrá el Obispo a Confirmar a los pibes del barrio —mientras metía el dedo índice en la oreja de Teófilo en busca de una suciedad ausente y luego de inspeccionar las rodillas y las uñas de las manos, aprobó con un gesto y lo ayudó a vestirse.

—Víctor, tu padrino, vendrá pronto y te llevará a la parroquia, mientras tanto puedes ir a dar vueltas a las manzanas hasta que él llegue.

Víctor, el primo de su padre, era un gigante paraguayo, tenía un andar payasesco y una nariz roja invadida de granos…

Obedeciendo a su abuela, Teófilo fue a la calle a dar las vueltas a las manzanas y para entretenerse levantaba piedras del suelo para luego tirarlas a los árboles que bordeaban las aceras.

Después de recorrer las cuatro esquinas cuatro veces se inquieto 

al recordar cuando Alberto y él casi queman la iglesia.

¿Qué pasaría si Dios le contara al Obispo que Alberto y él habían tratado de incendiar el altar?

Hace un par de meses estaba jugando a la hora de la siesta con Alberto y Saúl a cachurra monto la burra y a las escondidas.

Saúl que tenía una voz de chicharra atolondrada grito,

—A esconderse — apoyándose sobre la pared de la casa, cubrió su cabeza entre sus brazos mientras contaba pausadamente — 1—2—3—4… 

Alberto y Teófilo corrieron desesperados buscando un refugio donde ocultarse.  Al llegar a la iglesia vieron que la puerta estaba semiabierta y no había nadie adentro. Cerraron las puertas detrás de ellos y caminaron en punta de pie evitando el eco de sus pasos. 

El olor dulzón del sahumerio invadía los alrededores del altar.

—¿Los padrecitos estarán durmiendo la siesta? ––preguntó Alberto.

—Mi viejo dice que después de la misa de once deben descansar

porque eso de hablar con dios es agotador —contestó Teófilo.

—Shhhh —dijo Alberto tapándose la boca.

Recorrieron las naves laterales de la capilla en silencio, husmeando si los ojos de vidrio muerto de la santería los delataría.

Jadeantes, se sentaron sobre el piso debajo del oratorio.  Alberto sacó un cigarrillo del bolsillo de la campera.

—¿Nos fumamos un pucho? —dijo.

—Dios nos puede ver —contestó Teófilo.

—No seas cagón. 

Alberto extendió sus brazos como para ser crucificado, desafiando a Dios prendió un fósforo que sostuvo entre sus dedos.

—Dios si existís, apágalo.

Se quedaron quietos, Teófilo asustado vio como Alberto encendió el cigarrillo.  Chupando el filtro amarillento, pitaron unas bocanadas infantiles, llenando de humo sus cabezas mientras flotaban y tosían repetidamente. En el sopor del momento Alberto camino hacia el altar y levantando el cáliz entre sus manos imitando a los sacerdotes se bebió el vino sagrado.

—Viva Drácula —dijo adelantando la teoría que si los curas tomaban la sangre de Dios seguro que eran unos vampiros.

—¿Qué?

Comiéndose las risas siguieron deslizándose hasta llegar al retablo. Alberto tomó la cruz de sal que estaba sobre el mantel de lino que cubría el altar y la escondió en el bolsillo del pantalón.

—¿La estas robando? —preguntó Teófilo.

—No, la estoy confiscando —

Las luces proyectadas por el oro falso y el color violeta obispal del terciopelo que cubrían la puerta del paraíso los enceguecían y encima el humo del cigarrillo los había mareado.  

Alberto sonrío, moviéndose sigilosamente acercó la colilla del cigarrillo encendido sobre la tela de terciopelo que cubría parte del retablo. 

Esperaron hasta que vieron aparecer un círculo rojo de chispas incipientes.

—¡¡¡¡FUEGO!!!! —gritaron para ser escuchados por todos y huyeron de la iglesia sin que nadie los viera.

El hombre se irguió sobre sus piernas sucias, dijo —fin —y se fue.

—Ah, no podés dejarme en suspenso con ese final. ¿Si quieres yo lo termino? 

—No, mejor me imagino otro final.

Cuando llegó Víctor, enfilaron para la parroquia, las rodillas de Teófilo temblaban de emociones místicas. Parados en la nave central de la iglesia, hombro con hombro formaron la fila de niños, detrás de cada uno de ellos los padrinos. Mientras los familiares de los niños se acomodaban, ocupando los bancos de los pasillos laterales, las dos puertas se abrieron simultáneamente, el Obispo atravesó el pórtico de la iglesia envuelto en el alba aristocrática, llevando en su mano izquierda el báculo y en su derecha el anillo pastoral. Sus pasos resonaban sobre las baldosas, acompañando todos sus movimientos, su báculo se estrellaba contra el piso en un hueco bang.

—¿Che que simboliza todo ese circo? —interrumpió Ladio.

—El báculo sirve para empujar a los descreídos hacia la fe, la recta bastonera para sostener a los débiles y las curvas de la parte superior para atraer a los pecadores.

—Vaya invento.

El obispo, conocido por los feligreses como el Obispo Nemesio se acercó a Teófilo y a su padrino Víctor, parado frente a ellos gesticulo la señal de la cruz mientras decía,

—Recibe la gracia del Espíritu Santo. La paz y el señor sea contigo y con tú espíritu.

Teófilo vivía la magia del momento mientras las palabras desaparecían entre suspiros y amenes. Cuando fue a besar el anillo del Obispo sintió varias palmadas en su mejilla y escuchó a su tía Carolina gritar Carlos, al tiempo que se desmayaba.

Y colorín colorado este cuento se ha terminado.

—¿Por qué se desmayó la Tía?

—Porque descubrió que el obispo Nemesio fue el amante que la embarazó cuando era quinceañera haciéndole el cuento del Espíritu Santo. En ese entonces era el Padre Carlos de la diócesis de los Barnabitas quien fue trasladado a las oscuridades de los sótanos del Vaticano cuando las autoridades religiosas se enteraron del doble pecado. De cómo mi tía Carolina y el padre Carlos perdieron su virginidad la noche de San Lorenzo cuando caían las estrellas.

Mientras el Padre Carlos estaba en el purgatorio papal, la tía debió abortar para mantener el honor familiar.

Se rieron del giro inesperado de la historia.

Ladio se sirvió café en una taza de porcelana, metió un cubo de azúcar blanco de esos que se parecen a las piezas del juego del Dominó, mientras giraba la cuchara para desprender las dulzuras escondidas.

—¿Cómo haces para transformar el sonido del roce del metal con la cerámica en un gesto irónico? —dijo Enemisnal.

—Es una técnica milenaria que aprendí en el medio oriente, el movimiento circular te da tiempo para pensar que vas a decir, todos fijan sus ojos asombrados en tus manos y esperan con ansiedad que digas algo importante. Nunca tengo nada que decir sin embargo mientras gira la cuchara de café como en el tango se produce un misterio fascinante que nadie entiende pero que todos admiran…

—Aquí va mi historia, sucedió en Londres a orillas del Río Támesis.

—Había una vez una tal Joanna quien saltó del asiento del andén en la estación de Canonbury con la cara roja de furia. El tren se había adelantado 2 minutos impidiéndole poder terminar el email que estaba escribiendo.

Joanna Tiff era una mujer medianera de ojos pálidos y sensualidad insospechada. Estudiosa de los significados de la poesía, intrigada con la palabra amor, a quien culpaba de todos los malentendidos. 

En búsqueda de aprehender las diferencias entre la palabra amor y la asociación emocional a la realidad de la palabra amor, persiguió a los que consideraba culpables de atormentar la palabra amor, a esos personajes que cuelgan en las redes sociales sus miserias sentimentales de labios rojos.

Estudio a los poetas sonoros, a los concretos, a los eróticos, a los poetas sexuales, a la poesía orgásmica, a los de la muerte, a los de la alegría, a los de las pasiones juveniles y aquellos que sin tener nada que decir escriben, escriben y escriben con reiterada obsesión sobre el amor, debajo del amor, encima del amor y el amor en cualquier parte.

—¿Cómo explicarla? ¿Quién era? —se preguntaban los poetas.

La señora era una mujer furiosa de una lucidez insoportable, repetían.

Armelina Arista era amiga de Joanna y fue ella quien la convenció para que organice un blog en la web. 

Así nació la Asociación Narrativa.O.   Más conocida por las siglas A.N.O.

La desconfianza que se había instalado entre los poetas ante esta página en el internet los llevó a denominarla PP o policía poética. 

 —Joanna, el Instituto del Poeta— dijo Armelina Arista.

—¿Qué?

 —Te invita a que des una conferencia sobre la poesía. 

—¿Zoom?

—No, te esperan el viernes 13 de agosto a las 19.00 horas en la Casa Infernal de Muswell Hill.

—¿Qué quieren?

—¿Ponerle un rostro a tu fantasma? 

Joanna accedió y el 13 de agosto fue hacia la conferencia. Se sentó frente a un público anónimo, los separaba una mesa de madera agobiada por el tiempo, un silencio respetuoso precedió a sus palabras, escucho su voz en el auditorio. 

Recito el poema de Abd ar Rahman de Trapani, poeta Siciliano–Árabe en inglés.

The oranges of the island are like blazing fire

among the emerald boughs

And the lemons are like the pale faces of lovers

who have spent the night crying.

El público enojado comenzó a golpear el piso con los tacos de los zapatos, un ruido infernal se escapó del silencio, al murmullo de desaprobación se sumó el placer del kilombo.

—Hablá en español —gritaron irritados. 

Joanna golpeo con el dedo el micrófono para escuchar si estaba bien calibrado y dijo, 

—Me encantaría hablar en español, pero no existe, probaré con Castellano.

Las risas sacudían a los poetas y a los otros, todo rondaba alrededor del odio que encendía la Asociación Narrativa.O dirigida por Joanna.

Ella se pasó la mano izquierda sobre su cabeza, sus dedos se separaron como si fuera un peine navegando sobre un mar de cabellos.

—¿Podría seguir en inglés si lo desean? —dijo.  Con impaciencia continuó —la red de internet junto a los malos poetas están asesinando la poesía, nadie publica poemas, los poetas poco a poco abandonan las palabras suplantándolas con imágenes y sonidos.

De esta manera destruyen la historia que tratan de vendernos. ¿Qué venden? Que la poesía es la panacea de todas las emociones sin embargo apenas se aproxima a la desesperación y si las emociones que pretende enunciar la desesperación se quedan en un lodazal meloso, la poesía desaparece y el poeta es un fiasco que solo sirve para envenenar el universo con su ego. 

—Escuchen estas perlas que recogí en la página web de un poeta. 

  Mi amor, mi pétalo de rosa, estás pegada a mi nariz, 

cuando te veo mi olfato se suaviza y las orejas se sensibilizan

escuchando el sonido irreal del corazón

que se estira como las cuerdas de una guitarra alcoholizada 

Amor amor amor amor 10 mil veces  amor…

—¡Hija de PUTA! —gritaron furiosos los poetas que se sintieron agredidos.

Joanna, dolorida, se revolvió sobre la silla, bajando la cabeza se observó por un instante así misma mientras los dedos de las manos deshicieron cada uno de los botones de su blusa.  Estiró el brazo derecho para sacarlo de la manga que lo cubría, la camisa se deslizó sobre su espalda hasta detenerse sobre el hombro izquierdo, con su mano libre la tomó del cuello y extrajo el brazo quedándose con el torso desnudo y las cosquillas que las corrientes de aire que se colaba entre los intersticios de puertas y ventanas les producían a sus pezones…

El público gritó su furia. Ella sostuvo la blusa sobre su cabeza, la hizo girar varias veces y la lanzó sobre los concurrentes. Se levantó con dignidad, desafiandolos con un corte de manga, camino hacia la salida y desapareció en la noche.

— Me imagine que los poetas la atarían a la silla y la torturarían taladrándole las orejas con la palabra AMOR hasta volverla loca…

 —Ja ja, pongamos las dos historias en YouTube, ¿veremos quién gana?

—Gana el que pierde.


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