Nos complace anunciar la publicación de una nueva colección de cuentos de nuestro colaborador y amigo Mario Flecha.  Y aquí Juan Toledo nos recuerda por qué este nuevo libro es perfecto para comentar sobre lo que realmente significa el placer de leer

Siempre se habla del placer de la lectura, pero en realidad ¿en qué consiste ese placer? ¿Qué es lo que hace que disfrutemos o no un libro?  Podríamos, no sin cierta cobardía, eludir una respuesta y afirmar que todo arte es subjetivo y que  el gusto de leer depende de un sinnúmero de factores personales y sociales como la educación, la edad y hasta el ingreso per capita. En fin tendríamos casi carta blanca para elegir y enumerar razones diversas y hasta improbables.

No así, no creo que sea así. Quizás la lectura es una acción mucho más mundana y emocional de lo que pensamos. Y en lo emocional no me refiero a esos supuestos paradigmas que suponen encontrar la palabra justa a lo Flaubert o la palabra feliz, a lo Borges. Tal vez sea posible argüir que lo emocional es aquello que le confiere a lo mundano un valor, lo que realmente le otorga un significado. La lectura es un acto tan común como rústico y solitario. De igual manera creo que uno de los placeres indelebles de la lectura está en ese reconocimiento y evocación personal que ciertas páginas o historias generan en nosotros. Entre más nos reconozcamos en un texto mayor es la posibilidad de disfrutarlo. Y es justamente ese reconocimiento de algunas de mis propias experiencias que ha hecho que disfrute tanto de Profesor Monday Zofana, la colección de cuentos de Mario Flecha.
Como muchos buenos libros, Profesor Monday Zofana es un libro breve. Recoge nueve relatos todos muy diversos. Es una diversidad que intuimos ha sido posible a partir de las diferentes experiencias personales del autor.  Y como lectores, contamos con la fortuna que Mario Flecha sí ha tenido eperiencias de donde nutrir sus historias. Nacido en Buenos Aires en 1949, de padres paraguayos, su niñez la pasó en el barrio Barracas cerca del riachuelo, no río, Reconquista y del puente con el improbable y aliterado nombre de Prilidiano Pueyrredón. Según las malas lenguas Reconquista está más contaminado que el río Styx y el infierno mismo. Allí en el siglo XIX se ahogaron primero un escocés y luego su novia con lo cual es posible explicar en algo su alto grado de contaminación.
A los quince años  empezó a trabajar en la redacción del diaro Crónica, según él «un pasquín sangriento» de esos que solo existían en Latinoamerica. Allí, se desempeñó como «refritero» es decir: plagiador de noticias de otras fuentes que él re-escribía enmascarando el verdadero origen de la noticia. Una especie de metaficción para aquellos que tengan una preferencia por el lenguaje estructuralista fránces.  Pero por alguna extraña y morbida razón, Mario decidió que eso era lo suyo y años más tarde se matriculó para estudiar periodismo en el famoso, pero ya ahora olvidado, Instituto Moreno.
El 5 de junio de 1975, un día después de una de las ya tantas crisis financieras e hiperinflacionarias argentinas, Mario cruzó el Atlántico y aterrizó en Londres. Y como todo inmigrante que se haga respetar, el azar lo ha convertido en un polifaceta. Primero hizo joyas de plata haciendo honor al nombre del país que lo vió nacer. Después trabajó con marcos y muebles y su taller se transformó en una galería de arte contemporáneo, un destino y una práctica que que ha seguido con él hasta nuestros días. Por muchos años Mario editó y publicó una revista en inglés de crítica de arte contempóraneo llamada Untitled. Algo así como una publicación sin título que lo ocupó por trece años hasta el 2006. Actualmente vive en el norte de Londres en una calle que quizá explique bastante bien su gusto por la prosa, Poets Road.
En la actualidad, distribuye su tiempo entre Londres y Jafre, un remoto y diminuto pueblo en Cataluña que según Mario fue visitado en una ocasión, vaya a saber uno si ficticia o apócrifamente -que en este caso vendría a ser lo mismo, por Julio Cortázar y Alejandra Pizarnik. pero además de ser amanuese de diario amarillista, periodista, joyero y editor de una revista de arte, Mario también ha sido, y aún lo es, director de la bienal más breve y pequeña del mundo – La Bienal de Jafre –  y fundador de un museo que no busca preservar nada para la posteridad. Un museo sin paredes, sin objetos llamado El museo de las palabras.
Y aquí es de vital importancia subrayar que las historias que escribe no excavan ideas arcanas asociadas con el arte conceptual o el recargado lenguaje contextual del mundo de la curaduría.  Todo lo contrario, sus historias parecen destilar una escepticismo inteligente ante las pretenciones del mundo político y artístico en donde se destaca lo absurdo, la prevalencia de la mentira y el engaño como forma de convivencia y de poder, y esa incongruencia constante que significa ser inmigrante y estar obligado mental y emocionalmente a habitar dos o más mundos al mismo tiempo.
El reconocimiento, la evocación y por lo tanto placer que despierta la lectura de esta novena de cuentos está en que se destaca esa continua relación entre la vida latinoamericana con la rutina europea y también londinense. En el cuento que le da título a la colección, Profesor Monday Zofana hay un prodigioso curandero que «te puede ayudar a resolver tu problema de negocios suerte amor impotencia sexual y mal de ojo«. Al leerlo, ese relato de inmediato me transportó a la Avenida Caracas con calle 54 de Bogotá donde el Indio Amazónico, un mestizo melenudo y un tanto obeso que no era ni indio ni amazónico, publicitaba su oficina con un enorme figura plástica emplumadaa de casi dos metros pero con similares o quizá mayores poderes curativos que las del susodicho Profesor Zofana.
Todas y cada una de las historias están salpicadas de originalidad y humor. El vendedor de productos dentríficos  que es «castrado» dos veces pero se excita con la presencia y textura de un ladrillo y cuyas cada vez más infrecuente y aburridas conversaciónes con su pareja que labora en una centro de investigación nuclear giran «alrededor de la energía nuclear o la importancia de la clorofila para la preservación de los dientes.»   Así también hay un cuento sin palabras pero con tildes y comas que gana un premio literario; un Juan que se hace llamar John y cuya falsedad se extiende mucho más allá de su nombre; un egocéntrico  novelista quien literalmente se desvanece y el joven por primera vez enamorado cuya idea platónica del amor le obliga a rechazar la posibilida del más mínimo defecto físico en su amada.
Lo que Mario logra con su libro es recordarnos cómo los latinoamericanos en Europa nos hemos tenido que reinventar cada uno a su manera. Y que esa reinvención no implica que olvidamos el tercermundismo que también existe aquí en el viejo continente, ahora probablemente más evidente que nunca. De igual manera nos permiten entrever cierta fachada oficial del mundo de la política, el arte y hasta la literatura. De cómo ese rostro oficial está realmente adornado de pequeños engaños y egos distorcionados que esconden un mundo donde la falsedad y la mediocridad son componentes permanentes de la ficción que esos mundos representan.