Se nos puede tildar de narcisistas, autoreferentes y hasta posmodernos pero hemos decidido hacer una nota recopilando no solo algunos temas musicales sino también algo del nefario simbolismo y folclor sobre un bestia harto bella e incomprendida que -por coincidencia- lleva el nombre de nuestra revista: el Perro Negro


Algunos lectores han preguntado en más de una ocasión la razón tras el nombre de nuestra revista, la respuesta más véridica quizá sea «¿por qué no?» Cualquiera sabe que lo importante con una publicación cultural no es cómo se llame sino el contenido y la constancia. El nombre fue imaginado en Lima pero ahora que «residimos» en Londres y publicamos en castellano y en inglés, preferimos pensar que se nos empieza a asociar no con las connotaciones lugubres de muerte y depresión tan arraigadas a la imagen del Perro Negro en el folclor noreuropeo sino con algo un tanto más positivo y afirmativo de la vida como lo es la literatura, la música y la cultura. Esta nota reune un poco de las tres para presentar la proveniencia de esas leyendas así como algunas manisfestaciones poéticas y musicales sobre el Perro Negro en nuestro tiempo.

Ahora que la religión y la ciencia han desvirtuado al mundo de la magia y lo demoníaco, el simbolismo actual del Black Dog, particularmente en mundo angloparlante, es el de ser la analogía perfecta de la depresión. Su etimología proviene del latín deprimere, es decir: presionar hacía abajo. Antes se le conocía como melancolía. De ahí el famoso libro de Robert Burton The Anatomy of Melancholy, un texto amplio, difuso y heterodoxo que Burton publicó por primera vez en 1621 y que luego republicó y expandió en varias ocasiones por otros diesiciete años más.

Les Murray es un australiano que decidió compartir sus experiencias sobre la depresión que sufrió a finales de la década de los 80 cuando se mudó de Sydney a su pueblo natal en New South Wales. Su libro es una recolección de la secuelas y huellas de la depresión y de cómo se convierte en la sombra de un animal que sigilosa y continuamente acecha a muchos. En Killing the Black Dog -nótese que el autor usó «the» y no «my» Black Dog– Murray, verbigracia, narra como en alguna ocasión evitó que le impusieran una multa de tráfico alegando que sufría de locura mental tras haberle suplicado al agente de tránsito que en vez de arrestarlo, le matara.

A pesar de ser el amigo más leal del hombre, el folclor que prevalece en torno de la figura del Perro Negro es la de ser un fiel lugarteniente del archienemigo por excelencia: Lucifer. Quizá por su enigmática belleza o por su pelaje de noche perfecta y desestrellada, al Perro Negro siempre se le ha asociado con el ángel caido. Así, en Fausto, Goethe presenta a Mefisto, un apócope de Mefistófeles, como un caniche negro. Luego de descartar la idea del suicidio por la fustración de no poder saber todo lo que hay que saber, Fausto sale a dar una caminata con su ayudante Wagner y durante el recorrido se les une el extraño caniche que luego, en el estudio de Fausto, se revela él mismo como Lucifer. Es muy factible que esta idea Goethe no la haya tomado de fuentes literarias sino adaptado directamente de leyendas del folclor alemán.

Los origines precisos de estas ominosos relatos, como siempre, son muy difíciles de establecer. En el mundo helénico tenemos la imagen de ese monstruo canino de tres cabezas, el Cancerbero, cuidando las puertas del infierno. Esa idea de bestia infernal se consolidó después en las mitología celtas y germánicas. Hay hasta quienes aducen que la asociación del los perros con el submundo y el averno viene de su hábito de excavar. Tan solo en la Gran Bretaña existen decenas de leyendas sobre perros negros. Leyendas estas ascritas siempre a un lugar determindado. De ellas, y para su posible deleite, hemos seleccionado solamente dos.

El Perro negro de Newgate

Prisiones, ejecuciones y actos de injusticia parecen ser una constante cuando se trata de las apariciones de perros negros. Newgate, por ejemplo, fue una prisión que existió en el centro de Londres hasta 1904 cuando fue demolida para construir Old Bailey, la principal corte de justicia criminal de Inglaterra. Partes de sus torres originales pueden ser aún vistas hoy día. Se dice que un Perro Negro ha rondado el lugar por cuatro siglos, apareciendo cada vez que había una ejecución. El origen de tal aparición se remonta a 1596 cuando un erudito fue enviado a Newgate acusado de brujería. Los prisioneros hambrientos le mataron y se lo comieron antes de su juicio. Instantes después un perro negro apareció, los prisoneros se aterrorizaron y cuando los guardias trataron de aplacarlos, los reos lograron sobreponerse a ellos, matándolos y escapando. Sin embargo, el perro los mató uno por uno dondequiera que los prisioneros huyeron.

El negro lanudo de Norfolk

Norfolk, en la costa este de Inglaterra, es conocida por ser la ciudad de La Sirena, por ser el lugar en el mundo con más iglesias medievales y por sus corrientes marinas un tanto traicioneras -el agua panda del canal de La Mancha se puede extender hasta un par de kilómetros y su marea tranquila y sosegada a veces cambia repentinamente. Es también en Norfolk donde encontramos la leyenda del Black Shuck (y Old Shuck o Shock). El término Shuck es inglés medieval de Shaggy, que significa lanudo. Pero si usualmente asociamos a lo lanudo y canino con el adorable bienestar de una mascota consentida y amada, ese no es el caso del «Lanudo de Norfolk» cuyo pelaje negro lo ha transformado en una historia malévola, de venganza y muerte. La leyenda incluye desde el aterrorizar a inocentes hasta directamente matarlos. Es también un presagio de muerte para aquellos que lo ven o personas allegadas a ellos.

Supuestamente este lanudo luciferino atacó la iglesia de la ciudad de Bungay (en la foto) en 1577 matando a dos personas y apareciendo de nuevo, momentos más tarde, en el pueblo vecino de Blythburgh donde atacó fatalmente a otros tres y dejó las marcas de sus garras que todavíá son visibles. En la parroquía de Overstand existe un camino llamado Shuck’s Lane por ser el lugar donde este demoníaco canino usualmente merodea. Y si por mala suerte se llega a topar con Black Shuck, podrá comprobar su naturaleza infernal ya que se pueden ver las marcas de quemaduras y percibir el olor a azufre en el sitio donde la bestia ha aparecido.

Quepa decir que no todas las leyendas de perros negro son nefastas. La ciudad alemana de Friburgo, ha perpetuado el nombre de una sabueso negro. Están, así mismo, los cuentos de perros negros guardianes que velan y ayudan a los traunseuntes perdidos en los bosques a encontrar su camino de regreso. No así, y retornando brevemente al tema de libros, la literatura -hermana cercana del folclor- sí ha perpetuado la imagen infame del Perro Negro. Charlotte Bronte en su conocida Jane Eyre habla de Gytrash, un canino negro que es presagio de muerte en senderos remotos en el norte de Inglaterra y que a veces toma la forma de caballo, mula y hasta de vaca. Tal vez era una moda literaria de la Inglatera victoriana pues Sir Arthur Conan Doyle -sí, el mismo de Sherlock Holmes- en Los sabuesos de Baskerville se refiere a «un enorme sabueso negro como el carbón pero que los ojos de los mortales nunca habían visto; con fuego en sus ojos y en su aliento».

No deja de ser diciente en que la literatura abunde en excelentes representaciones de los gatos pero no de los perros. Pensamos en Poe, en Baudelaire y por supuesto en Borges cuando hablamos de gatos. No es lo mismo cuando se trata del supuesto mejor amigo del hombre. Es posible pensar que se trata de una especie de miopía dialéctica ya que su proximidad y apego a nosotros no nos ha permitido el distanciamiento requerido para toda buena literatura. Cuando se trata de perros negros la omisión literaria y poética es todavía más evidente. La prueba está en que durante la búsqueda de material para este artículo no pudimos encontrar un poema medianamente decente en inglés o castellano al Perro Negro. Es por eso que decidimos solicitarle a nuestra entrañable amiga Jernnifer Smith, que compusiera algo exclusivo para nuestros lectores. Su respuesta fue «será de unas cuantas líneas y nada más».

Perro Negro

Por Jennifer Smith

Bestia de un laberinto ya profanado.
Ánima de animal incomprendido.
Presagio de muerte y depresión.
Eres el ser desleal entre los más leales.
Tu pelaje es noche pura
y tus ojos, según dicen, roca magma.
Reflejo del temor más urgente
hecho belleza pura.
De ahí el miedo y su menosprecio.

§

Sería una especie de incumplimiento del deber redactar una nota sobre el Perro Negro sin hacer referencia a la música contemporánea. Está, por supuesto, la conocida canción de Led Zeppelin donde el simbolismo del animal se transforma en potencia sexual. No obstante hay dos canciones más provenientes de Colombia y ambas son re-interpretaciones de temas precedentes. En primera instancia está Moisés Angulo, un acordionista del vallenato cantando Perro Negro de Alejo Dúran, uno de los primeros «Reyes del vallenato». Podrán observar que la escena tiene lugar a modo de duelo entre dos músicos en medio de una gallera y rodeados de gente. En las letras hay una referencia directa a las creencias de las cuales ya hemos hablado. De hecho en la canción, el perro se resguarda en la iglesia de La Inmaculada en el pueblo de Planeta-Rica, en el Departmaneto de Cordoba, cerca de la costa caribeña colombiana.

El segundo Perro Negro es de Milmarías, una banda bogotana no muy conocida pero si bastante entretenida. El tema original es de la reputada aprupación punk mexicana Molotov, pero hemos preferido esta versión por la historia que cuenta su vídeo y en particular porque subvierte la idea de la energía erótica masculina, depositándola en manos de tres mujeres jóvenes que salen por la calle a festejar. Es como si el bastón del poder sexual y de seducción ellas se lo hubiesen arrebatado de las manos a Robert Plant.

Y cómo no terminar esta nota con Led Zeppelin y su Black Dog, una tema concebido inicialmente por el bajista y multi-instrumentalista John Paul Jones. El año es 1973 y el sitio es Madison Square Gardens en todo el centro de Manhattan. En el universo de Robert Plant hay muchas mujeres traicioneras, aprovechadas y hasta desalmadas. ¿Cómo interpretar entonces cuando él canta «I don’t know, but I’ve been Told / A big-legged woman ain’t got no soul«? Pero sucede que es él quien lujuriosamente la ha perseguido al comienzo de la canción «Ah, ah, child, way you shake that thing / Gonna make you burn, gonna make you sting. / Hey hey baby when you walk that way / Watch your honey drip, can’t keep away». De cualquier manera esa energía -sea erótica, tántrica o espiritual- Led Zeppelin la sublima en cinco minutos con una canción de puro rock destilado que tiene una potencia musical imperecedera.