La película de Luciana Decker es un testimonio honesto de la relación que, durante años, mantuvo con su nana. Registrada de manera casual y accidentada, la cinta posa la mirada en la figura de Hilaria y su entorno inmediato, despojando de interés todo aquello que escapa del plano. Asimismo, es evidencia tangible de la cercanía que la directora estableció con ella a lo largo de los años. En la película, se muestra de manera elíptica el tránsito de Hilaria hacia su emancipación. El punto de vista es asumido por la propia directora para ingresar a la intimidad de su protagonista y elaborar un retrato de ella, en donde la relación del cuerpo, el idioma aymara y el trabajo de la tierra son fundamentales.

Existe, desde la elección del material editado, una intención clara: rescatar la fortaleza y sabiduría de la protagonista. Empoderarla. De ahí la necesidad por mostrar, en primerísimo plano, el trabajo que realiza Hilaria con las manos (en la cocina, en la tierra), o la constante alusión de vocablos aymaras por parte de ella, en un rol casi pedagógico. Una película, finalmente, que muestra con originalidad esta relación, en donde Hilaria, el personaje retratado, y sus distintas aristas son abordadas con sencillez e inteligencia.