Por Sara Pardo Del Río

Ser joven y escritora parece presentar la doble dificultad no solo de enfrentar la página en blanco sino también encarar algo culturalmente mucho más insidioso: la autoduda que a veces se siente acerca del valor que algunas personas le otorgan a palabras y juicios emitidos por mujeres


En muchas de mis conversaciones con Olgalucía Gaviria Angel, una de mis escritoras favoritas, ella me decía, “no le tengas miedo a la página en blanco.” La verdad es que muchas veces tuve temor de emitir en tinta cualquier palabra, ahora parece una total revolución que las palabras de cualquier mujer en este mundo posean un valor, el valor enmarcado en las palabras de las mujeres.

La lucha aún no termina. Hemos sido perseguidas, invisibilizadas y desvaloradas por mucho tiempo y de muchas maneras. Hemos sido el resultado del silencio cientos de miles de rostros perdidos e historias anónimas de mujeres que un día emitieron una sola palabra en contra de algún hombre y sus injustos deseos, No es una queja sobre el machismo o la muerte, es la exaltación de momentos de valentía de cada mujer que no se doblegó ante el silencio. He vivido y conocido la vileza de ese poder del hombre, pero la lucha no concluye en ir en contra de los “designios morales” ¡una sociedad tóxica! que sigue sacrificando la vida de mujeres para así preservar el poder de ciertos hombres.

El poder biológico del hombre significó un lugar muy indigno para la mujer desde el inicio de las primeras sociedades. La palabra de la mujer era voz al viento, su opinión era polvo y su poder no existió por milenios. Ahora, después de muchas luchas y miles de victimas, la mujer obtiene por fin un nombre en la sociedad. Hoy en día con los derechos humanos se pueden alcanzar a preguntar cómo es posible que la mujer haya sido reconocida solo para una estrategia política y no realmente por su verdadera capacidad de discernir u objetar sobre las decisiones democráticas de un país como Colombia, la República del Sagrado Corazón pero cuyo corazón esta más lleno de sangre que de sagrado. Y por supuesto, para sumarle una dolorosa ironía, hay que recordar a las mujeres machistas: aquellas que han permitido ser silenciadas para darle poder a sus hombres, los mismos que las golpean por planchar mal sus camisa o no calentarles la sopa.

Y ya en pleno siglo 21 continuan siendo comunes los repudiables tratos laborales donde se nos paga menos que a un hombre y se nos explota más. Prevalece el dominio de las super industrias donde no nos permiten ni una mueca de lamento y juegan con nuestra emocionalidad biológica de mujer para manipularnos a su acomodo. Es por ello que la lucha sin duda aún no termina. Mujeres de mi edad, entre los 20 y 27 años y también mayores todavía huyendo del trauma y fracaso heredado del machismo. Es por eso que nuestras inseguridades están a flor de piel y nos da miedo decirle a los hombres ¿cómo es la ´vaina´, entonces? Todavía hay cientos de miles de pequeñas guerras que debemos lidiar a diario, desde el acoso sexual en el transporte público hasta la desaparición y homicidios de mujeres -sobre todo en Colombia y otros países latinomericanos- hasta el trabajo mal remunerado, la trata de blancas y la explotación sexual de las mujeres.

¡¿Cuándo terminará entonces la locura?! ¡El sistema por fin se pondrá en marcha para generar una viabilidad económica para las mujeres latinas y de otras partes? ¿Seguiremos siendo el peón en un juego de ajedrez que solo favorece a la reina o al rey, porque, sin duda, aquello de la lucha de las mujeres también se ve opacado por unas cuantas cuyo poder en la sociedad está destinado a destruir cualquier derecho que permita a la mujer desenvolverse mejor y darle el valor que merece sin necesitar de un título noble más allá de su carrera profesional, su voluntad y su obstinación? Y ni qué decir de las madres de mantel, que permiten ser esclavas de una casa donde viven aburridas porque no tienen opinión más que para elegir el decorado de las paredes, la ropa y el jabón para sus hijos.

Definitivamente, es una lucha incesante por acabar con un legado que por defecto solo favorece a unos cuantos, y cuando hablo de equidad de género, no lo hablo con las palabras de una mujer ultrafeminista que marcha, sino por una que se ha cansado de ver la mirada ciega en los ojos ciegos a quienes les importa muy poco más que su propia comodidad económica. La misma mirada de aquellas que no discuten las infidelidades de sus maridos por conservar la comodidad financiera y status social. ¡Créanme que no las culpo!, pero eso habla de su poca capacidad y autodeterminación para salir adelante sin la necesidad de acompañar a un cuerpo sin alma al que llaman esposo.

En mi opinión, ese compromiso no es más que un negocio donde se vende la carne y los servicios caseros, negocios de la llamada «modernidad», porque finalmente para muchos seguimos siendo un pedazo de carne fructífero, que no merece más que dinero en una tanga o un pago de servicios, arriendo y comida a cambio de una partícula de amor y consideración para el macho de la casa. 

La lucha aún no termina, porque todavía no hemos explotado del todo nuestro poder de mujer, ni ejercitado una verdadera sororidad entre nosotras mimas, Y si he sonado crítica en está página que antes estaba en blanco, no es más que la opinión de una joven mujer a otra, anhelando que estas palabras le puedan ayudar a darse ella misma el valor que merece.


Sara Pardo del Rio es una joven escritora colombiana. Es periodista de investigación científica y ha publicado artículos sobre el espacio. Reside en Medellín, ciudad donde pasa sus horas, leyendo, escribiendo y aprendiendo a tocar el violín