A ese hombre a quien Dios, «con magnífica ironía» le «dio a la vez los libros y la noche», también le dio -y desde niño- un miedo y una obsesión por los espejos. Quizá esa paulatina y amarillenta ceguera de la que hablaba este argentino ubicuo fuese otro regalo divino para que los sigilosos espejos reflejaran un rostro que él ya no pudiera ver. Esta es una modesta celebración de algunos de sus rostros y líneas


«(…) Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.”

El espejo

Yo, de niño, temía que el espejo
me mostrara otra cara o una ciega
máscara impersonal que ocultaría
algo sin duda atroz. Temí asimismo
que el silencioso tiempo del espejo
se desviara del curso cotidiano
de las horas del hombre y hospedara
en su vago confín imaginario
seres y formas y colores nuevos.
(A nadie se lo dije; el niño es tímido.)
Yo temo ahora que el espejo encierre
el verdadero rostro de mi alma,
lastimada de sombras y de culpas,
el que Dios ve y acaso ven los hombres.

«La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último. No hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño.  Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso»

El instante

¿Dónde estarán los siglos, dónde el sueño 
de espadas que los tártaros soñaron, 
dónde los fuertes muros que allanaron, 
dónde el Árbol de Adán y el otro Leño? 

El presente está solo. La memoria 
erige el tiempo. Sucesión y engaño 
es la rutina del reloj. El año 
no es menos vano que la vana historia. 

Entre el alba y la noche hay un abismo 
de agonías, de luces, de cuidados; 
el rostro que se mira en los gastados 

espejos de la noche no es el mismo. 
El hoy fugaz es tenue y es eterno; 
otro Cielo no esperes, ni otro Infierno.

«La tierra que habitamos es un error; una incompetente parodia. Los espejos y la paternidad son abominables porque la multiplican y afirman»

Everness

Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Dios, que salva el metal, salva la escoria
y cifra en Su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido.

Ya todo está. Los miles de reflejos
que entre los dos crepúsculos del día
tu rostro fue dejando en los espejos
y los que irá dejando todavía.

Y todo es una parte del diverso
cristal de esa memoria, el universo;
no tienen fin sus arduos corredores

y las puertas se cierran a tu paso;
sólo del otro lado del ocaso
verás los arquetipos y esplendores.

«El es la luz, lo negro y lo amarillo. / Es y los ve. Desde incesante ojos / te miras y es los ojos que un reflejo / indagan y los ojos del espejo»

“Siempre sueño con laberintos o con espejos. En el sueño del espejo aparece otra visión, otro terror de mis noches, que es la idea de las máscaras. Siempre las máscaras me dieron miedo. Sin duda sentí en la infancia que si alguien usaba una máscara estaba ocultando algo horrible. A veces (estas son mis pesadillas más terribles) me veo reflejado en un espejo, pero me veo reflejado con una máscara. Tengo miedo de arrancar la máscara porque tengo miedo de ver mi verdadero rostro, que imagino atroz. Ahí puede estar la lepra o el mal o algo más terrible que cualquier imaginación mía.”

«Tal vez un rasgo de la cara crucificada acecha en cada espejo; tal vez la cara se murió, se borró, para que Dios sea todos. Quién sabe si esta noche no la veremos en los laberintos del sueño y no lo sabremos mañana.»

Un Ciego

No sé cuál es la cara que me mira / cuando miro la cara del espejo; / No sé qué anciano acecha en su reflejo / con silenciosa y ya cansada ira.

Lento en mi sombra, con la mano exploro / mis invisibles rasgos. Un destello / me alcanza. He vislumbrado tu cabello / que es de ceniza o es aún de oro.

Repito que he perdido solamente / la vana superficie de las cosas. / El consuelo es de Milton y es valiente,

Pero pienso en las letras y en las rosas. / Pienso que si pudiera ver mi cara / sabría quién soy en esta tarde rara.

«Estoy solo y no hay nadie en el espejo»

El hacedor

Somos el río que invocaste, Heráclito. / Somos el tiempo. Su intangible curso / acarrea leones y montañas, / llorado amor, ceniza del deleite, / insidiosa esperanza interminable, / vastos nombres de imperios que son polvo, / hexámetros del griego y del romano, / lóbrego un mar bajo el poder del alba, / el sueño, ese pregusto de la muerte, / las armas y el guerrero, monumentos, / las dos caras de Jano que se ignoran, / los laberintos de marfil que urden / las piezas de ajedrez en el tablero, / la roja mano de Macbeth que puede / ensangrentar los mares, / la secreta labor de los relojes en la sombra, / un incesante espejo que se mira / en otro espejo y nadie para verlos, / láminas en acero, letra gótica, / una barra de azufre en un armario, / pesadas campanadas del insomnio, / auroras, ponientes y crepúsculos, / ecos, resaca, arena, liquen, sueños. / Otra cosa no soy que esas imágenes / que baraja el azar y nombra el tedio. / Con ellas, aunque ciego y quebrantado, / he de labrar el verso incorruptible / y (es mi deber) salvarme.


Jorge Luis Borges, quien entre las muchas cosas que dijo «…deseó una desaparición completa»; se ha convertido, gracias a otra magnífica ironía (orquestrada por él mismo), en el autor más citado del mundo. Tratando de substraernos casi del todo a ese ejercicio de citarlo, hemos sólo de decir que la última imagen en esta nota corresponde a un autorretrato que el mismo Borges dibujó estando ya ciego.