Jonás Trueba vuelve, después de Los ilusos (2013), al largometraje de ficción con una historia que comparte con la anterior cierto carácter artesanal. Grabado entre amigos y “sobre la marcha”, Los exiliados románticos (2015), que adopta el título del libro homónimo de E.H. Carr, narra la historia de tres chicos que salen de Madrid movidos por pulsiones amatorias. Una road movie sentimental que los lleva a Francia, a reencontrarse con amores del verano, y que va dibujando en el camino el carácter de los personajes. La historia funciona con capítulos tácitos, en donde cada uno muestra su conflicto emocional. El primero se reencuentra con su affaire, conversan, intercambian ideas en apariencia profundas sobre las relaciones interpersonales, se gesta un pequeño drama que luego se diluye, y continúan. Lo mismo el segundo y el tercero. Tres historias personales dentro de una, cuyo protagonismo se va relevando conforme avanza la narración. Un verano que termina con los protagonistas desnudos y sumergidos en un lago, lo que representa la levedad misma de sus intenciones, esa misma levedad que atraviesa, como una canción indie, toda la película.muerto

El polo opuesto, sin embargo, viene desde México. Entre las tinieblas de la primera escena, emerge un ser a contraluz, y una voz. Parece un fantasma. De hecho, lo es, oficialmente está muerto y vive, si se me permite el oxímoron, en el ostracismo. En medio de esta oscuridad inicial va apareciendo el resto de personajes, marginados, delirantes, que componen esta ópera tanática -a lo largo de la grabación, cuenta el director, fueron falleciendo los actores, hasta finalmente hacerlo el protagonista, una vez terminada la película. El retrato de Rosendo, el protagonista, se va articulando a partir de su testimonio y la relación que mantiene con el resto de inquilinos de un hotel transitorio, el refugio de ex convictos, drogadictos y alcohólicos, producto de la narcoviolencia mexicana. La virtud de El regreso del muerto (Gustavo Gamou, 2015) radica en la capacidad de su director de involucrarse en este submundo y poder capturar, sin filtros, la personalidad de Rosendo y su ambivalencia: un pasado nefasto frente a un presente de cierta ilusión, y todo esto con una estética lúgubre, propio de su mundo interno, plagado de demonios, y la atmósfera que lo cubre a él y al resto, que avanzan como zombies en la ciudad fronteriza de Tijuana.sangue-del-mio-sangue-1

La cuota fantástica, en el sentido estricto del término, la trajo Marco Bellocchio con Sangue del mio sangue (2015), en donde el italiano ha dejado a todo el mundo bastante confundido. La cinta está dividida en dos partes, dos momentos temporales radicalmente distanciados. En el primero, un claustro del Siglo XVII, en donde una mujer es acusada de tener un pacto con el diablo y haber propiciado el suicidio de su confesor, quien habría perdido la cabeza por ella. En el segundo, en cambio, en un tiempo actual, un vampiro vive en el mismo inmueble que otrora funcionara como convento, y la llegada de un supuesto inspector que pretende ponerlo en venta hace que este decida salir y poner su vida en riesgo. Hasta aquí nada parece tener sentido, salvo la presencia del actor principal en ambos relatos, pero algunas relaciones pueden desprenderse entre ambos, sin que esto signifique, sin embargo, la redondez del film.

El deseo erótico es sin duda uno de esos elementos, que aparece claramente censurado en el primero, por un fanatismo religioso e irracional (valga la redundancia) que raya el absurdo. Esta radicalidad lleva al motivo de la segunda parte, en donde un vampiro contemporáneo representa ese mismo absurdo, pero potenciado, es decir, si en el primero el pensamiento sacro convierte a la mujer en un objeto diabólico debido a su sensualidad, esto deviene en un gesto más radical aún por parte del director por exhibir la sinrazón de las dos épocas, el de ubicar la figura de un vampiro (como representación mítica del deseo) en el mundo actual, cuya presencia es símbolo del sinsentido en un mundo igual de delirante. En ambos casos esto desemboca en la muerte (es el deseo hacia una mujer lo que, en uno y otro, lo propicia), y eso, finalmente, en un marco oscurantista, parece ser el nexo más fuerte y el puente tendido entre los dos.