Por Claudia Jaramillo



Luke Caulfield y yo quedamos para ir juntos a ARCO, nos encontramos en la Plaza de Tirso de Molina, no nos habíamos visto nunca, nos pusimos en contacto unas semanas atrás en una página de intercambio de idiomas y llevábamos días mandándonos mensajes, él en español y yo en inglés hasta que me dijo que venía a Madrid a la Feria de Arte Contemporáneo, le dije que podíamos ir juntos. Él ha sido invitado por una galerista colombiana que tiene intención de exponer su obra en Bogotá y PerroNegro es el tercer año consecutivo que asiste a la feria de arte más internacional de Madrid. Me manda un mensaje diciendo que va con una camisa color turquesa. Lo saludo, nos metemos en el metro y no sabemos si hablar en un idioma o en otro, así que vamos construyendo un espanglish interrumpido por el ruido del metro y las conversaciones ajenas. Le digo que a su camisa le falta un botón y me dice que sí, que ya unas chicas se lo hicieron saber con sus comentarios en el desayuno. Seguimos hablando de cualquier cosa y nos quedamos en silencio cuando el tren pasa por la estación Colombia, como si no quisiéramos tocar ese tema, pero hablamos del tema muy por encima porque no nos cabe en un trayecto de metro. Para mí es imposible no mirar por el hueco de la camisa la piel que queda al descubierto un año de ir todos con la cara tapada.


Llegamos a IFEMA y nadie se fija en nosotros, ni en mi falta de estilo ni en su botón perdido, nadie pregunta nuestro nombre. Dos máquinas muy eficientes escanean nuestras acreditaciones y ya estamos dentro. Notamos que este año hay menos gente, menos galerías, menos países participando. La pandemia todavía retrasa la toma de contacto con lo que éramos antes si es que volvemos a una realidad parecida a la anterior; vemos en ARCO algunas obras relacionadas con el COVID y se les nota lo reciente, lo inmediato, lo crudo; un grupo de personas que pasa al lado nuestro con copas de champán y sin mascarillas, como si en las palabras champán y mascarilla fuera antónimos y una copa eliminara los protocolos de salud, uno de ellos señala con el dedo un cuadro y se pierden por los pasillos. Nosotros también nos perdemos en nuestro camino, un recorrido libre al que Luke llama serpenteante, porque le gusta mucho hacer notar que sabe palabras difíciles. Habla muy bien castellano, se le nota la calle, el uso, yo en cambio le hablo con mi inglés de libro y a veces me mira como si yo fuera un extraterrestre.


Alguna que otra obra nos saca de nuestra conversación sobre nada en particular, a veces Luke encuentra un cuadro de algún compañero de estudios, o de algún artista amigo y se pone contento, a veces nos llama la atención una misma obra, parece que nuestro gusto no es muy distinto, nos acercamos a alguna escultura, un cuadro en blanco y negro que parece hecho en carboncillo, un collage, una espina dorsal de la que brotan ramas y raíces, la obra se llama Médula y es de Javier Pérez(2020), estamos en la galería Wilde de Suiza y nos gusta todo lo que vemos; y luego, un rato más allá nos fijamos en una obra hecha en papel maché que yo le digo que esa sería la favorita de mi hija de cinco años, la obra se llama señor afeitándose(2016) de Rafa Macarrón y efectivamente es un señor afeitándose y entonces hablamos de las obras que hemos visto que les gustarían a nuestros hijos y luego hablamos del gusto y yo aprovecho que estoy con alguien que se dedica al arte para decirle que me gustaría entender el criterio para que entre todo el arte que se genera en el mundo, haya un puñado de obras que se expone en ARCO y él me contesta de manera pausada y español como para asegurarse de que lo entienda bien sobre lo que llamamos gusto, del mercado actual y cómo funcionan las galerías.


Para mí es imposible hacer el recorrido sin mirar el agujero de la camisa de Luke, intento que no se me note, pero él se da cuenta y bromea de que es el increíble Hulk que en España se llama La Masa y me dice que no lo haga enojar, entonces nos perdemos en los matices de la lengua que nos separan, y ya no nos acordamos de su botón perdido, de las partes del cuerpo que nos quitó la pandemia, nos dejó sin cara y teníamos que rellenar con imaginación, como si yo pudiera figurar su cara partiendo de una costilla.


Después de casi cinco horas juntos ya nos conocemos un poco más, nos damos cuenta de que la galería que lo invitó a ARCO es de una amiga de uno de mis mejores amigos y no nos sentimos tan extraños, como si el mundo cupiera en el mapa de ARCO que Luke mantuvo todo el trayecto en la mano. Volvemos al centro de Madrid juntos sorteando el ruido del vagón intentando no perder el hilo de una conversación que va llegando a su fin en una lengua que nos hemos inventado y que solo nos funciona a nosotros. Nos bajamos en Sol, en el punto cero de España y nos decimos adiós, él se va para su hotel y yo a mi casa, a mi realidad.


Página web de Luke Caulfield https://www.lukecaulfield.com/