Los viajes en el tiempo abundan, pero ninguno con tanta popularidad como Volver al futuro. Y precisamente hoy, 21 de octubre del 2015, Marty McFly llega al futuro. Aquí un repaso por los viajes en el tiempo en la literatura y el cine, y un homenaje a ese mundo de fantasía y ciencia ficción creado por Robert Zemeckis. Que empiece el viaje.

Por Manel Dalmau*


Entre 1863 y 1905, Julio Verne iluminó la literatura de aventuras con viajes extraordinarios alrededor del mundo, insólitas expediciones a la Luna y sorprendentes misiones al centro de la Tierra, así como por países exóticos e, incluso, hasta lo más profundo de los océanos. Mark Twain escribió, en 1889, Un yanqui en la corte del rey Arturo, un viaje al pasado, concretamente al siglo VI, en la alta edad media, y H. G. Wells relató otro viaje en el tiempo, esta vez rumbo al futuro, en 1895, con su novela La máquina del tiempo. El planeta se convertía en un espacio más pequeño, era una consecuencia de la revolución industrial que dio un acelerado progreso a la ciencia.

El turismo todavía no existía, los únicos trotamundos eran los científicos en busca de respuestas para la Medicina o la Biología, los militares que se apropiaban de las riquezas de países lejanos, los sacerdotes y misioneros que llevaban la palabra de sus religiones a pueblos con otros credos, y otros muchos que eligieron la aventura de ir detrás de civilizaciones desconocidas en las que esperaban encontrar nuevas oportunidades para subsistir.

La literatura de aventuras se fusionó con la fantasía y con la ciencia, y por qué no, con algunas corrientes filosóficas. Los autores como Verne crearon viajes utópicos por todo lo ancho y profundo de la Tierra y más allá del cielo. Otros autores como Wells, Mathison o Isaac Asimov imaginaron viajes por el tiempo hacia épocas pasadas o futuras, con lo cual convirtieron la teoría de la utopía en oscuras distopías, y abrieron interrogantes sobre la humanidad en el futuro, apoyándose unos en teorías científicas, como la relatividad o los agujeros de gusano, o desprovistos de cualquier teoría racional, en el caso de otros. Se publicaron narraciones como El jardín los de senderos que se bifurcan (1941), de Jorge Luis Borges; El fin de la eternidad (1955), de Asimov; Cronopaisaje (1980), de Gregory Benford; la saga de Juan José Benítez y su Caballo de Troya (1984-2013) o Rescate en el tiempo (1999), de Michael Crichton.

la maquina del tiempo

Cuando nació el cine, en 1895, el lector se convirtió en espectador y sus ojos comenzaron a ver esos viajes alucinantes en la “gran pantalla”. La fantasía se hizo movimiento. Durante los psicodélicos sesenta, se estrenaron las adaptaciones cinematográficas de La máquina del tiempo de Wells, en 1960; El tiempo en sus manos, de George Pal; el maravilloso y apocalíptico corto de Chris Marker La jetée (El muelle, 1962); y El planeta de los simios (1968), de Franklin J. Schaffner, la impactante odisea espacio-temporal del astronauta George Taylor, quien acaba en un mundo habitado por simios, donde el hombre es un esclavo, y finalmente descubre la aterradora respuesta a sus interrogantes existencialistas. Asimismo, la televisión nos trajo al viajero del tiempo más longevo: el inacabable Doctor Who (1963).

No sería hasta la década de los ochenta que el cine se vería invadido de nuevas aventuras de cierta calidad la cinta El final de la cuenta atrás (1980), de Don Taylor, en la que un moderno portaviones estadounidense, accidentalmente golpeado por una tormenta en alta mar, viaja en el tiempo hasta el día del ataque japonés al Pearl Harbor, ocurrido en diciembre de 1941. En esa década también nació la saga del robot T-800 con Terminator (1984), de James Cameron, y hasta los trekkies verían, a partir de 1987, las particulares peripecias de Mr. Spok en otra saga espacial, la de Star Trek.

En 1985, Steven Spielberg ya había roto la taquilla con tiburones blancos, extraterrestres de buena voluntad y un arqueólogo seducido por la aventura. Spielberg amplió su rol de director de cine para convertirse también en productor y delegar en otros directores historias para todo tipo de público. Durante ese 1985 produjo tres blockbusters que, con el tiempo, se han transformado en clásicos del cine de entretenimiento, de aventura y de fantasía. Primero, en junio, se estrenó Los Goonies, filme dirigido por Richard Donner. En diciembre se estrenó El secreto de la pirámide, una película que muestra la juventud de Sherlock Holmes, Watson y el malvado Moriarty. Pero entre estos dos filmes, llegó la cinta más importante, el primer episodio de una trilogía: Volver al futuro, conducida por un pupilo de Spielberg, Robert Zemeckis, y guionizada por Bob Gale.

Nunca un viaje en el tiempo se había convertido en una moda y una pasión para el espectador. Los ochenta, una década bautizada como de mal gusto y conservadora, logró crear un universo de íconos populares, desde la música, la moda o el cine, y que sobreviven hoy en la memoria de todas las generaciones que la disfrutaron (y la padecieron).

Se cumplen 30 años de Volver al futuro en su primer viaje a 1955, y se va a celebrar por todo el mundo. Ya es inolvidable el estilo que Marty McFly provocó en todo el planeta con sus zapatillas blancas Nike Bruin, su videocámara JVC, su reloj Casio, su pantalones Guess, su Walkman Aiwa HS-PO2MKII, su pin con la inscripción Art in revolution, el monopatín, la Pepsi, la Budweiser Light y su chaleco de color rojo.

CONDENSADOR DE FLUJO

Ilustración: Gonzalo Miñano

Toda la película avanza en función del tiempo. Desde su escena inicial en el garaje/laboratorio/almacén del doctor Brown y todos los relojes de distintos formatos que marcan la misma hora, o la avería de la Torre del Reloj, dañada por un rayo la noche del 12 de noviembre de 1955, siete días después de la creación del condensador de flujo, el particular artilugio que permite los viajes en el tiempo a bordo de un Delorean DMC-12 con una particular inscripción en la matrícula: “OUTATIME”. Hasta el eslogan del candidato para la alcaldía de la ciudad ficticia Hill Valley (supuestamente fundada un 5 de septiembre de 1885), Red Thomas, tiene que ver con el tiempo: “El futuro está en sus manos”.

Volver al futuro contiene también muchas referencias al cómic y el cine de ciencia ficción, hecho que se refleja en Tales from space y Space zombies from Pluto, revistas que leen los jóvenes lugareños de Hill Valley en 1955. El cine de los cincuenta estaba repleto de películas de este género, en las que la Tierra era constantemente invadida por marcianos o venusinos, y vemos acertados guiños a Star Wars y Star Trek, además de certeros homenajes musicales a Chuck Berry, Nat king Cole y Patsi Page.

El DeLorean y la pareja protagonista deberán viajar a otras épocas para no cambiar el futuro de sus vidas. No será hasta 1989, año del estreno de la segunda parte de la saga, que Doc Brown y McFly regresan a Hill Valley, pero un 21 de octubre del año 2015. En la ciudad hay un simpático tributo de antaño en el Café de los 80, y se puede observar una serie de homenajes al cine de ciencia ficción, como los coches voladores y la lluvia que ya habíamos visto en Blade Runner (1982, Ridley Scott).

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No importa la explicación científica ni el razonamiento para justificar la paradoja del condensador de flujo y su posibilidad de viajar al pasado o al futuro; tampoco importa que el Delorean se alimente de plutonio en la primera parte y de basura en la segunda parte: sucede en el cine. Podemos encontrarnos con centenares de teorías imposibles para justificar una historia, para acompañar a estos viajeros del tiempo encarnados por científicos visionarios, doctores locos o astronautas y seres de otras galaxias. Tanto la literatura de ciencia ficción como las películas y las series de la pequeña pantalla tienen un camino marcado: entretener y ser inmortales en el tiempo.

En 1990 llegó a las pantallas la tercera y, hasta el momento, última aventura de la trilogía de Robert Zemeckis. No me sorprendería que en años venideros la ya agotada industria de Hollywood rescate el Delorean para azotar a futuras generaciones con un nuevo remake. En Volver al futuro III, Marty McFly debe viajar hasta 1885 para rescatar a su mentor, Doc Brown. El salvaje oeste no fue del agrado de todos los espectadores y lo más destacable es la convicción que surge en la mente del creador de la máquina, su necesidad de destruirla, ya que Brown no desea (ni debe) modificar el pasado y el futuro. Es el mismo argumento al que llegaron otros científicos como Victor Frankenstein, quien en un arrepentimiento, tal vez lúcido, cree haber inventado un monstruo para la humanidad.

*Manel Dalmau Etxalar nació en La Pobla de Segur. Es documentalista, guionista, historiador y dinamizador cultural. Ha colaborado durante varios años con la Corporación Cultural Otraparte  y otras instituciones en la ciudad de Medellín, Colombia. En el 2016, regresará a su pueblo natal para continuar contando historias.