Por Juan Toledo


Prefiero dejar que las nuevas generaciones de tlönistas o uqbaristas hablen de sus paisajes, sus animales y de sus hermenéuticas o de la imposible belleza de sus objetos clonados. Yo en esta nota prefiero la bastante más humilde pero mucho más gratificante y menos ostentosa labor de demostrar que el verdadero Orbis Tertuis de ese argentino maravilloso, casi asexual y quien murió afrentado por su familia, no es otro que el continente que lo vio nacer. También me propongo demostrar que esa prodigiosa fantasía de cinco mil seiscientas y tantas palabras que es Tlön, Uqbar, Orbis Tertius fue en verdad una invitación codificada a los hombres de letras latinoamericanos a insertar a nuestro continente en la gran narrativa histórica del mundo usando la única herramienta que realmente poseíamos: la literatura.

La América Latina era, ya en mayo de 1940, una “tercera orbita” en el mundo occidental. La narrativa vencedora –eso que otra gente llama historia– estaba dominada, y de varias maneras aún lo sigue estando, por la “realidad” europea y estadounidense. Una realidad que en el preciso momento de publicarse el cuento, en la Revista Sur de Victoria Ocampo, empezaba a contemplar la pesadilla más goyesca engendrada por el sueño de la Ilustración, es decir: la Segunda Guerra Mundial.

De alguna manera Orbis Tertuis anticipa ya el epíteto “Tercer Mundo” usado desde la posguerra para designar a países como los nuestros; naciones fuera de la órbita de la producción industrial y del discurso cultural mundial. No así, la pregunta central –aunque no esencial- es la de si Borges intuyó, planeó o simplemente deseó la inserción de esa otra narrativa que intentara describir la realidad latinoamericana. Narrativa que, según Karl Popper, tiende a ser autónoma y sin precedentes.

La pregunta de si Borges predijo o intuyó el Boom de la literatura latinoamericana un poco más de veinte años antes es interesante pero no esencial, simplemente porque ese fenómeno, esa incorporación de Latinoamérica en la conciencia global, se dio y hoy día es un hecho. Uno de sus grandes precursores fue, como todos saben, el mismo Borges. Tlön, Uqbar, Orbis Tertius es su postulación epistemológica y filosófica mientras que un subsecuente ensayo suyo, El escritor argentino y la tradición, diecisiete años después, fue la declaración abierta de que la totalidad del mundo también nos pertenece a nosotros: “los exóticos primos hermanos de los europeos”

Miremos esa postulación filósofica y epistemológica un poco más en detalle. Para empezar hay una lista de autores de nuestra América muy importantes mencionados en el cuento. Todos ellos aparecen en la sección donde se especula sobre la existencia o no de otros tomos de A first Encyclopaedia of Tlön, tras el descubrimiento en el bar de un hotel del tomo XI de dicha enciclopedia. En orden de aparición tenemos a Adolfo Bioy Casares, autor de la magistral novela La invención de Morel publicada el mismo año en que apareció Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, y según el escritor peruano Gunter Silva «la verdadera viuda de Borges». Luego leemos de Néstor Ibarra, escritor y amigo personal de Borges y quien lo vertió al francés mucho antes de que fuese traducido al inglés. De hecho Ibarra es el gestor de que Borges haya sido reconocido por primera vez en Europa, reconocimiento que se hizo evidente en 1966 cuando el joven filósofo Michel Foucault publicó Les mots et les choses.

Los otros dos autores mencionados son los dos grandes ensayistas Ezequiel Martínez Estrada y el maestro Alfonso Reyes. El primero, un argentino que escribió ensayos sobre La Pampa, Martín Fierro y la nefasta influencia de los Estados Unidos sobre la América no sajona; mientras que el segundo es un mexicano a quien el mismo Borges y otros autores como Octavio Paz o Carlos Fuentes siempre reconocieron como el precursor de una prosa inteligente y diáfana, alejada de ese estilo barroco que tanto perduró en nuestras letras. Borges enlista autores que crearon las bases para el subsecuente despliegue de la generación de autores que irrumpirían en la literatura global algunos años más tarde. No es gratuito tampoco la presencia del joven novelista, Bioy Casares, junto a renombrados ensayistas que ayudaron a la creación de esas grandes narrativas épicas del Boom.

Y si estos autores ofrecen las bases filosóficas necesarias para la “invención literaria de la América Latina”, la parte epistemológica nos la ofrece el mismo Borges en la descripción del lenguaje de Tlön. Para empezar es un lenguaje dividido entre los del hemisferio norte y el hemisferio sur. Es un lenguaje insustantivado. En el Norte, modificadas formas verbales remplazan a los sustantivos, mientras que en el Sur se hace a través de agrupaciones adjetivales. “No se dice luna: se dice aéro-claro sobre oscuro-redondo o anaranjado tenue-del-cielo.”

Los habitantes de Tlön conciben la realidad como un tiempo progresivo en vez de objetos ubicados en el espacio. Léase esos sustantivos y ese espacio no existentes en la realidad tlöniana como un reflejo de la carencia, en nuestra cultura, de los hitos y los nombres históricos ubicados en el gran espacio de la historia universal. La falta de sustantivos en Tlön, se asemeja a la carencia de hechos de resonancia universal en nuestros anales y también a esa gran masa de individuos sin protagonismo alguno en el discurso histórico del mundo; anónimos y por lo tanto inexistentes.

Reflejos de esas dos ideas están presentes en el primer capítulo de Cien años de soledad, donde los habitantes de Macondo viven “fuera” de la historia y “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.

No es baladí conjeturar entonces que Cortázar, Fuentes, Vargas Llosa y por supuesto García Márquez pertenecieron a esa secta, ya no tan secreta, que escucharon el llamado hermenéutico de Borges y soñaron a nuestro Orbis Tertius, para insertarlo de una vez por todas en la sintaxis de la narrativa del mundo. Una sintaxis que, queramos o no, seguimos todos escribiéndola y en donde también todos somos escritos.