Un encuentro cartagenero con Claudia Jaramillo

Fotografía:  Laura Morsch Kihn


Quedé con Carlos Tribiño para hablar de El silencio del río, su ópera prima, que competía en el Festival de Cine de Cartagena de Indias (FICCI). Pasamos de la oficialidad a una charla animada entre amigos que se interrumpen, nos conocimos hace tiempo en este mismo festival no muy lejos de la Torre del Reloj, donde estamos sentados ahora, incluso nos encontramos en Madrid cuando fue a desarrollar el guión de su película gracias a una beca de desarrollo de la Fundación Carolina en 2010. Carlos habla con pasión de su trabajo, se extiende en los detalles técnicos, dibuja con dos dedos una cámara y los levanta simulando un plano desde una grúa. Luego hablamos del guión, me cuenta de lo inevitable que es en medio del rodaje improvisar escenas, cambiar cosas con las que no se contaba, sobre todo cuando se graba en exteriores.


silencio del rio
En el cine todo empieza en el papel, la escritura de un guión, la gestación de la idea inicial (una anotación que es el borrador de una historia que empezó como un cortometraje y terminó siendo la película ganadora en la categoría de cine colombiano del Festival), luego buscar localizaciones, actores y, sobre todo, la evasiva financiación. Hablamos del casting, una de las cosas que me llamó la atención de todos los detalles que me contó, fue que en el rodaje no se le habló a los actores, que era una condición fundamental para el desarrollo de su trabajo. De alguna manera el espectador lo intuye, o al menos lo nota en la parquedad de los diálogos, en ese ser áspero de las personas del campo y, además, en la película apenas hay música, no se necesita, aunque tiene su propia banda sonora. Yo le digo que a veces esa música se hace incómoda e inmediatamente me arrepiento de mi comentario, Carlos sonríe y me dice que tal vez lo digo porque mi medio natural es la literatura y no el cine.

Cambio de tema aprovechando la pausa que nos da el encender un cigarrillo. Me dice que el montaje lo hizo Fernando Epstein y que de más de dos horas de metraje dejó solo 71 minutos, porque es consciente de que había algunas escenas que no narraban nada, sobre todo largo secuencias que acompañaban al personaje en su trayecto. Me cuenta además que de Epstein aprendió mucho sobre las habilidades narrativas del corte, del saber meter tijera a tiempo. Luego me dice que es el mismo montajista de films como 25 Watts o Whisky y nos ponemos a hablar de esas dos películas, sobre todo de Whisky y yo le digo que es como la suya, que en El silencio del río cuentan tanto los silencios como las palabras, lo que está fuera de plano tiene un increíble poder narrativo que supo mantener Epstein. Carlos asiente con la cabeza, bebe un trago de su cerveza y me sonríe, no lo dice, pero noto que le gusta que yo haga esa comparación, los dos acordamos que Whisky es una gran película. Nos ponemos a hablar del valor de la brevedad, de la disponibilidad que tienen las redes sociales para lo breve en literatura, para el aforismo, ese género que parecía olvidado, y para la poesía.

 

Yo le digo que me gusta que mostrara las cosas como son, desnudas y sin disfrazarlas, dice que claro, que «el río es la memoria que exige un duelo para los muertos». A mí se me ocurren muchas cosas para preguntarle mientras él habla, me gusta por ejemplo que la película se desarrolle en un lugar sin nombre, eso hace que se inscriba en cualquier parte del país, en cualquiera de los ríos cómplices de los desaparecidos que arrastran sus corrientes, pero no se lo digo, no quiero decirle obviedades, cosas que él ya sabe y están implícitas en su trabajo, más bien le pregunto por el estreno y me cuenta que no se quedó en la proyección porque ya se la sabe de memoria de tanto verla y, que de alguna manera, su cabeza sigue trabajando en ella, puliendo detalles, que volvió a entrar para la ronda de preguntas, ese momento crucial en el que enfrentas al público. Nos interrumpe el camarero con la cuenta en la mano para decirnos que ya van a cerrar. Nos vamos y por el camino un grupo de personas se para a saludar, le dicen que les ha gustado mucho la película, que felicidades por su trabajo, muestras de afecto de desconocidos que se multiplicaron después de la ceremonia de entrega de premios, una noche en la que Carlos se la pasó con la estatuilla de la India Catalina en la mano.

 


Carlos Tribiño estudió cine en Barcelona, se graduó en la Especialización en Dirección de Cinematografía en el Centre de Estudis Cinematografics de Cataluya. Su trabajo anterior, Lux Aeterna, ganó los premios Don Quichote de la FICC (Federación Internacional de Sociedades Fílmicas) en el marco del 54 Festival de Cine de Cracovia, y los de Mejor Dirección, Mejor Fotografía, y Mejor Dirección de Arte en el último Bogoshorts.