Por Juan Toledo


Poco después de que Margaret Thatcher comenzara el desmantelamiento de la gran infraestructura industrial y manufacturera de la Gran Bretaña, la música pop británica se convirtió, después del petróleo del Mar del Norte, en el principal contribuyente del fisco de Queen Elizabeth II.  Los elevados impuestos a la industria musical no fue un invento thatcheriano si no del partido laborista. Las bandas emprendían prolongadas giras con el fin de permanecer fuera del país por al menos seis meses y cumplir con el requisito de autoexilio fiscal y así pagar mucho menos impuestos. De ahí que álbumes como Exile on Main Street de los Rolling Stones, 1972, fuese grabado en Francia para evitar que el recaudador se saliera con la suya.

Lo que muchos economistas no dicen es que esa contribución de tantos músicos y agrupaciones británicas, en particular inglesas, fue el producto de una política socialista de educación creativa establecida en la academia británica. La cantidad de músicos que pasaron por las escuelas de arte y de bandas que se conformaron en los corredores de esas alma maters es realmente significativo. McCartney y Lennon se conocieron en la escuela de arte de Liverpool, Brian Ferry de Roxy Music y Jimmy Page de Led Zeppelin  asistieron a Wimblendon School of Art en el sur de Londres. Freddy Mercury conoció a Roger Taylor mientras estudiaba diseño gráfico en Ealing Art College y los Pink Floyd están asociados a la afluente clase media de Cambridge y su universidad. La lista es en verdad extensa. No obstate, hay dos grandes excepciones que preceden a la antiacademia y al anti-todo de los punk; los trabajadores metalúrgicos de Black Sabbath quienes crearon el llamado Heavy Metal y el tristemente desaparecido David Bowie, quien quizá no inventó nada pero anticipó muchas cosas de la realidad cultural de hoy día.

Las credenciales autodidactas de Bowie se manifestan en su nombre mismo dado que en la Gran Bretaña no se sabe –bueno, ni siquiera David Robert Jones lo sabía- la pronunciación correcta de su nom de guerre. ¿Se pronuncia “baoui” a la manera en que se dice proa en inglés, bow, o es “boui” con una “o” y no una “a” como lazo, también escrito bow en inglés? Las vicisitudes de una lengua no fonética dirán los lingüístas entre ustedes. Pero yendo más allá de la ambigüedad fonética de su nombre, Bowie también triunfó encarnando y explotando un tipo de persona que en la cultura anglosajona -pragmatica y anti-intelectual por antonomasia- es desconfiable en el mejor de los casos y detestable en el peor de ellos: el polifaceta.

A pesar de no haber recibido ningún tipo de entrenamiento en ninguna de las disciplinas en las que se precia su contribución, Bowie sigue siendo celebrado como músico, actor, artista y hasta como lector. ¿A cuántos personajes de la música popular se justificaría celebrarlos de la misma manera? Atino a pensar solo en Bob Dylan o en Leonard Cohen, y quizá ninguno de los dos festejados de la  misma manera en que sigue celebrando al camaleónico Bowie. Coincidencialmente, en el momento de comenzar a escribir estas líneas he recibido una invitación a un recital de lectura en Brixton en su memoria. Y para aquellos un tanto ajenos a la geografía histórica de Londres, Brixton es el mítico barrio del sur de Londres donde nació el Duque Blanco, un barrio inmortalizado por The Clash en su canción Guns of Brixton y el único vecindario en todo el Reino Unido donde se celebró con igual vehemenencia  y abandono las muertes de Thatcher y de Bowie aunque, cabe decirlo, con sentimientos totalmente opuestos.

Bookish Bowie es la aliteración inglesa con la que se designa el gusto ecléctico que el cantante siempre manifestó por la lectura. En la lista personal de sus cien libros favoritos no hay un sólo autor hispanohablante y su afición por la ficción, salvo contables excepciones, se limitó a obras contemporáneas a él.  Pero sería no sólo baladí sino también una muestra de nuestro poco entendimiento de lo que es un autodidacta quejarnos de la ausencia de Borges o García Márquez entre los gustos literarios de un artista del rock.  La razón es simple, la erudición de los autodidactas está llena de omisiones caprichosas, todo lo contrario al aprendizaje estructurado y jerárquico de las academias.

La música, su gran legado artístico y el pedestal sobre el cual se ha construido, merecidamente, su imagen de héroe de la cultura popular, está colmada de ejemplos de la autonomía de su aprendizaje. Ejemplos estos que cubren todos los componentes de lo que es la canción popular de nuestros días: lírica,  musicalidad y contexto visual. Bowie fue el primer artista rock en crear un alter ego, Ziggy Stardust, para proyectarlo como una entidad propia y autónoma.  Un extraterrestre cuya breve vida –dos grabaciones de larga duración, una película y una gira- revolucionó la teatralidad de los conciertos rock y consituyó un especie de patrón musical y creativo para el resto de la obra no sólo del mismo Bowie sino de mucho artístas que le sucedieron. Baste con decir que modas como el Glam Rock o bandas ta poco semejantes a él como Kiss o Alice Cooper no hubiesen existido sin Ziggy. Bowie instaló lo histriónico dentro de la cultura rock y fue una característica que empleó justo hasta el momento de su muerte a juzgar por sus últimos videos de Black Star que grabó cuando su cancer ya era terminal.

Líricamente, Bowie se expresó críticamente de algunos de los artistas contemporáneos más famosos. En Hunky Dory nos deleitamos sobre sus comentarios de Andy Warhol y de Bob Dylan. A aquel le parodia la fabricada superficialidad de su arte y su estilo de vida.

Like to take a cement fix
Be a standing cinema
Dress my friends up
just for show
See them as they really are

Y un par de acordes más tarde…

Andy walking, Andy tired
Andy take a little snooze
Tie him up when he’s fast asleep
Send him on a pleasant cruise
When he wakes up on the sea
Be sure to think of me and you
He’ll think about paint
and he’ll think about glue
What a jolly boring thing to do.

Andy WarholHunky Dory , 1971

Mientras que en A Song for Bob Dylan Bowie ironiza el compromiso artístico de éste, mofándose de las falsas expectativas de un movimiento creativo que en algún momento creyó que el mundo se podía cambiar con música y no con acciones políticas.

Oh, hear this Robert Zimmerman
I wrote a song for you
About a strange young man
called Dylan
With a voice like sand and glue
His words of truthful vengeance
They could pin us to the floor
Brought a few more people on
And put the fear in a whole lot more

Está documentado el desagrado de Andy Warhol con la canción de Bowie pero se desconoce lo que Dylan haya pensado de los versos del andrógino y políticamente ambiguo cantante inglés. Pero Bowie era capaz no sólo de criticar abiertamente a los famosos de sus días si no de sacar a relucir a otros cantantes que merecían ser reconocidos globalmente. Tal es el caso de Jaques Brel, el gran cantautor belga cuyas actuaciones electrificantes en la década de los 50 antecedieron a The Who y muchas bandas del punk. La versión que Bowie hace de la visceralmente gálica Dans le Port d’Amsterdam es magistral pues no es una traducción directa sino una interpretación que honra y resalta la poesía y el poder del original.

No todo esteta es un autodidacta pero todo autodidacta sí es en gran medida un esteta. Nietzsche, un pensador que Bowie leyó pero a quien curiosamente no incluyó en su centenar de libros más influyentes, argüía que la meta última de toda vida humana es la de convertirse en una obra de arte.  El filósofo alemán hubiese aprobado la forma en que Bowie se despidió de este mundo. Su inminente muerte fue un secreto fielmente guardado tanto así que el día en que salió al mercado su última grabación, Black Star –ya de por si un título revelador- era el día de su sexagesimonoveno cumpleaños y nadie sospechaba lo que sucedería tan sólo dos días más tarde. Bowie lanza su albúm un viernes, ese mismo día publica su lista de los cien libros más influyentes en su vida artística y luego fallece en un hospital de Nueva York poco más de 48 horas más tarde a consecuencia de un cancer de hígado que le había sido diagnosticado dieciocho meses atrás. Es por todo esto que, al menos en este sentido, es imposible pensar en un artísta contemporáneo que haya «programado» su muerte de mejor manera que David Bowie.  Verbigracia, en el tema Lazarus de Black Star, tras un bajo penetrante y unas trompetas laguidecientes, Bowie no canta sino parece recitar:

Look up here, I’m in heaven
I’ve got scars that can’t be seen
I’ve got drama, can’t be stolen
Everybody knows me now.

Lazarus, Black Star, 2016.

En Dark Side of The Moon, Pink Floyd nos aconseja “rogar, prestar o robar” que es sin duda el mandamiento esencial de todo persona que se eduque a sí misma.  Todo autodidacta es un ser camaleónico, instintivo, polifacético y en más de una manera transgresor. Es la heterodoxia y la idiosincrasia lo que admiramos en Borges y en Blake, y ahora tras su inesperada muerte ya lo estamos haciendo con el mismo amor y dedicación a la armoniosa genialidad de Bowie.

Londres, marzo 2016

Aquí la lista de los 100 libros más importantes según el mismo David Bowie  Y es un listado de la revista Far Out