Para esta joven dominicana este es el tipo de artículos que, según ella, «le salen de los ovarios.» Tan sólo esperamos que sus glándulas sigan produciendo más de estas observaciones para deleite nuestro y por supuesto también de nuestros lectores


Sábado 7 de noviembre, 2020. Por primera vez en no sé cuando tuve energía para ser gente, y no un gusarapo rodando en el pasto. Caminé un poco por el barrio al medio día. Luego, contrasté mis pasos con una aparente inercia física. 

Me pasé hora tras hora tras hora sentada en mi escritorio, escribiendo qué se yo, cualquier vaina, cuando en mi teléfono vi una notificación. Yo, como mucha gente esa semana, llevaba días ansiosa, esperando a ver. Ahí estaban. Clarito como una limonada. Me quedo fría. Desde mi cueva grité:

 ¡Husbando, Husbando, ganó Bidén! 

Así con acento en la é, a lo dominicano salvaje. Husbando me gritó de vuelta: what?

En eso duramos unos minutos, en un vaivén de viejos, hasta que me di cuenta. Me paré de mi silla medio rota, subí las escaleras, cojeando, agarrándome de la varanda, no me vaya a caer y romperme el pichirrí. Ya arriba, me le paré al frente con mi cuadro mojoso y mi pijama de Mickey. 

Husbando subió la mirada y me dijo, What is it Wifer?

  Yo, con mi inglés ahora correcto, la voz plana, le digo, Biden won, Husbando.

Con un tono agrio y metódico, me respondió: Yes, but keep in mind that he has been placed there by the Democratic Corporate Machine: don’t get it twisted.

Y siguió leyendo su libro de Tom Morello. 

Bajé la mirada, la cabeza, el alma. Bajé las escaleras de vuelta a mi cueva. Me senté en la alfombra marrón opaca, abracé mi Tigre de peluche y me quedé ahí un buen rato. En la oscuridad. Pensando. Quitándole la mugre a mis uñas largas, desafiladas. Pensando en el momento histórico en el que estamos. Como ese sábado, a los setenta y ocho años y muchas millas recorridas, Biden es ahora el presidente electo de los United. Después de una larga carrera política y dos intentos fallidos a la presidencia, ganó. La tercera es la vencida. 

Dicen por ahí que ese tipo no tiene punch, no tiene convicción, que es, coño, una tayota. Que los demócratas no pegan una, que qué candidato ni más débil. Que no simboliza un verdadero cambio. Etc, etc, etc. Y si, todo eso puede ser verdad. Pero no me voy a meter en lo político. Esa es otra vaina. A lo que yo me refiero que si él, a sus setenta y muchos, no estuviese en el meneo, no estuviera ahora donde está. Estuviera quizá, retirado, sin nada que hacer, gelatinoso, mirando las hojas caer. Tal vez sembrando tayotas en su jardín. 


Con un tono agrio y metódico, me respondió: Yes, but keep in mind that he has been placed there by the Democratic Corporate Machine: don’t get it twisted.

Esa perseverancia, de seguir haciendo su vaina año tras año, día tras día, contra las adversidades, los achaques del tiempo, los haters. Esa actitud, de ¡entren to’ coño! de donde estoy yo, es de admirar. Me da esperanza de que todavía puedo ser más de lo que ahora soy. 

Al mismo tiempo viene esa vocecita y me dice: Si, pero tú, ¿disque ganando un Oscar? ¿Con todos esos guiones a medio talle? ¡Hazme el favor! Y la novela, ¿pa’ cuando? 

La incertidumbre invade mi alma, lágrimas calientitas caen sobre mis mejillas. Sacudo la cabeza. Recuerdo que, con todo y todo, sigo en el meneo. Mis manuscritos circulan el mundo literario, para volver a mi con un no gracias. Y yo, entre la decepción y el aire desinflado, vuelvo y los mando. Como un boomerang los jondeo. Porque, si, de nada sirve que estén toda la vida en una gaveta. Algún día tienen que salir. 

Uno nunca está listo para lo que quiere. 

Como me dijo Carlitos una vez, en referencia a los mil ochocientos hijos que tiene papi: Ah manita, es que de mucho mandao alguno llega.

Ahí es que está la vaina. 

Por eso vuelvo y digo: hay que estar en el meneo, en el auditorio de la vida y no en los bleachers. Hay que meterse de cabeza en la batalla y tener la cachaza de aguantar y devolver trompones. Lanzarse con todo y miedo, para cuando venga un azaroso y le tire a uno con una lanza, que uno se cuadre con su escudo y le diga: Hoy no, Mamagüevo. 

Como pasa la vida. Lo que se espera de los fallan una y otra vez. 

Pero vuelve al caso: es cuestión de números. Por eso estoy convencida que hay que hacer mucho de lo que uno quiere hacer. Pintar mucho, escribir mucho, cantar mucho, joder mucho. Darle con todo. Enseñarle al mundo de lo que uno es capaz. Porque si es verdad que, de algunos mandados, algunos llegan – coño, bien. 



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