En un festival de cine hay tres tipos de películas: las buenas, las irrelevantes (que olvidarás al día siguiente) y las pretenciosas. Este tercer grupo se diferencia del segundo, primero, en que habita un poco más de tiempo en la memoria, y también en que, debido a su inconsistencia, genera discusión, o al menos debería hacerlo. A este último grupo pertenece Réimon (Rodrigo Moreno, 2014), cinta que pretende mostrar la relación laboral de una trabajadora del hogar y sus empleadores, a manera de evidencia de la relación universal existente entre la clase dominante y la clase trabajadora. El tema, como se ve, es vasto y complejo. El director decide abordarlo desde la posición de Ramona, una mujer que trabaja como empleada doméstica, en su cotidianidad: caminando, viajando en tren, sacando a pasear a su perro, en su pequeña habitación, trabajando. Luego, en algún punto de la película, aparecen unos jóvenes (los empleadores de Ramona) leyendo El Capital en voz alta, estudiándolo. Sin elementos suficientes para poder considerarla una ficción, la propuesta de Moreno se asemeja más, si cabe la categoría, a un ensayo cinematográfico. Y aquí, precisamente, está su error. Con una puesta en escena sin guion preestablecido, lo que hace Moreno es simplemente mostrar, exhibir y dar una que otra pista sobre la relación vertical entre “Réimon” y sus jefes: baila con uno de ellos, a petición de este, sin protestar; recibe ropa en desuso de otra de ellas y con un tercero no tiene contacto alguno: ella llega al departamento que debe limpiar, hace lo suyo y recoge el dinero que su jefe (siempre ausente, invisible) le deja sobre el mostrador. Sin embargo, estos elementos, sumados a la lectura constante de El Capital de Marx, a manera de ilustración o, si se quiere, base conceptual, no son suficientes para abordar el tema, porque su carácter contemplativo debilita el discurso, y un tópico como este, con la pretensión que el director presenta a priori, si no se trata con determinación, no cala en el espectador, quien termina por no cuestionarse nada. Y un espectador debe, siempre, recibir algo, lo que sea. ¿Cuál, sino, es el compromiso ético de un realizador? Lo que sucede con la cinta de Moreno, sin embargo, es algo que pasa con otras propuestas recientes: un tipo de cine en el que no pasa nada. Y algo debe pasar, siempre. El cine es un arte audiovisual, y a este lenguaje le debe su fortaleza, no puede ser meramente discursivo, y esto, los realizadores, deberían tenerlo presente.

Durante estas jornadas de La Orquídea, no obstante y felizmente, hemos tenido algunas buenas cintas, unas más destacables que otras. Es el caso de Tharlo (Peme Tseden, 2015), la historia de un pastor de ovejas, tradicional, solitario, que debe ir a la ciudad a tramitar su documento de identidad. Hasta ese día apenas recordaba su nombre, pues nadie solía mencionarlo, pero su memoria era magnífica, y podía recitar largos discursos de Mao sin interrumpirse. Al llegar aquí conoce a una estilista que transforma la manera que, hasta entonces, tenía de ver la vida. Es un relato sencillo, en cierta medida predecible, que tiene sus momentos más elevados en el canto de Tharlo (protagonista de la historia) de canciones populares de amor, junto a sus ovejas, y la escena en que este es despojado de su larga cabellera, a manos de la peluquera de quien está ilusionado. Tharlo no solo pierde el cabello, sino su identidad y todo lo que posee. La historia, por tanto, gira en torno a eso: la búsqueda de la identidad propia, con los encuentros y desencuentros que supone, para finalmente perderla del todo (sin ovejas, sin pelo, sin memoria para recitar a Mao), al contacto con las costumbres y reglas del mundo occidental.mediterranea

Otra cinta destacada fue Mediterranea (Jonas Carpignano, 2015), un acercamiento descarnado a la migración africana actual. Grabada en su totalidad con planos cerrados y en constante movimiento, la historia se centra en el personaje de Ayiva, quien sale de Burkina Faso junto a decenas de personas, en condiciones deplorables para, después de una travesía en extremo peligrosa, llegar a Italia, en donde trabaja y empieza a recaudar dinero para enviar a su hija. Sin embargo, el constante rechazo de una sociedad hostil con los migrantes llevará su carácter, casi siempre calmado, al límite. La cinta de Carpignano pone énfasis en el drama personal de su protagonista, cuyo personalidad sufre una alteración drástica al verse enfrentado al maltrato, primero psicológico y luego físico, de su entorno. La fortaleza de la cinta radica en el diseño de este personaje y de la esmerada puesta en escena de esa suerte de éxodo africano.