Por Claudia Jaramillo


 

Masturbarse no está mal, es recomendable en ciertas dosis. Ver porno tampoco es malo pero está mal visto, sobre todo si se hace en público. Masturbarse en público es considerado una cochinada y eso de masturbar a alguien en público… es otra cosa.

El llamado “pecado de Onán” no es otra cosa que derramar la semilla en la tierra o, como se interpretó después, el desperdicio del semen en contra de la procreación. Esto proviene del Libro del Génesis, el texto bíblico en el que Onán se niega a fecundar a su cuñada y Dios lo castiga por ello. La Iglesia Católica leyó en esa metáfora que la masturbación también es desperdiciar la semilla y, por tanto, condena las pajas, el sexo, el deseo y cualquier cosa. Lo de la Iglesia, se sabe, es prohibir.

«La masturbación es una declaración silvestre de independencia», decía Facundo Cabral. Y no solo don Facundo  ̶ y la Iglesia ̶  se ha interesado por el tema, también Gombrowicz, Twain, Miller, Bukowski, Philip Roth, Irvine Welsh, David Foster Wallace y una larga lista de escritores, quienes han puesto a sus personajes a tocarse el miembro. En ese arte, tan extendido, James Joyce es un maestro.

Para él la masturbación es una obsesión, está en su literatura y en el modo de entender a sus personajes, así comoestuvo, también, en su vida personal y en las cartas que intercambió con Nora Barnacle, su mujer. El escritor dejó una prolífera correspondencia erótica que ha pasado, dada la importancia del autor, de lo privado a lo público. En ella leemos sin recato el intercambio calenturiento de esos amantes del siglo pasado. Escribe Joyce, en una carta fechada en 1909 a su querida Nora, que no ha parado de hacerse pajas pensando en ella: «Mi dulce putita Nora, he hecho como me lo pediste, muchachita sucia y me hice dos pajas mientras leía tu carta». Así comienza la misiva, con tono inocente, hablando de lo obediente que es el amante ante las peticiones de la “sucia muchachita”. Luego sigue con el ensueño erótico:

Me deleita ver que haces como si te follara por atrás. Sí, ahora puedo recordar esa noche cuando te follé por atrás mucho tiempo. Fue la follada más sucia que te he hecho, querida. Horas y horas mi sexo estuvo duro dentro tuyo, entrando y saliendo de tu trasero vuelto hacia arriba. Sentía tus rollizas nalgas sudorosas bajo mi vientre y veía tu rostro y tus ojos enloquecidos.

La carta continúa hablando sobre otras de las obsesiones del escritor irlandés, los pedos olorosos de Nora: «A cada una de mis arremetidas tu desvergonzada lengua salía de entre tus labios, y si te embestía con mayor fuerza que la usual, gruesos y sucios gases surgían balbuceantes de tu trasero» Una particular poética del pedo que apenas sirve de anticipo para lo que se encuentra en Ulises, su icónica novela, en donde se plantean temas vulgares de gente corriente: se bebe, se va de putas, se entra al baño a cagar. Pero, «¿qué es en realidad Ulises? La instauración de una nueva era narrativa so pretexto de la necropsia de un día cualquiera», como dejó dicho R.H. Moreno Durán, un enamorado y estudioso de la obra.

En el capítulo 13, por ejemplo, Joyce narra una celebración católica con fuegos artificiales y una paja. En él se plantea un juego de seducción entre Gerty McDowell y Leopoldo Bloom, o al menos eso es lo que piensa ella, una lectora empedernida de novelas románticas. Él es un viejo «cansado» al que la chica le ha «vaciado toda la hombría de dentro». En el pasaje, Leopoldo está en la playa, pensando en las supuestas infidelidades de su esposa Molly y allí está Gerty McDowell pasando el día. Gerty está sentada en la arena mirando los fuegos artificiales y en un descuido –o ni tan descuido– le muestra las bragas, que son azules, a Leopoldo, momento en el que el viejo Bloom aprovecha y se “pajea”:

Y ella vio una larga bengala que subía por encima de los árboles, arriba, arriba, y en el tenso silencio, todos estaban sin aliento de la emoción mientras subía más y más y ella tuvo que echarse todavía más y más atrás para seguirla con la mirada, arriba, arriba, casi perdiéndose de vista, y tenía la cara invadida de un divino sofoco arrebatador de esforzarse echándose atrás y él le vio también las otras cosas, bragas de batista, […] y ella le dejaba y vio que veía y luego subía tan alto que se perdió de vista por un momento y ella temblaba por todo el cuerpo de echarse tan atrás.

Escribir sobre una paja que se hace un viejo verde viéndole las bragas a una señorita fue tachado de obsceno e indecente. Dicho capítulo le costó muchos dolores de cabeza al autor. La Sociedad para la Prevención del Vicio de Nueva York mantuvo bloqueada la publicación de Ulises durante 16 años; el motivo: la paja de Leopoldo Bloom.

El último capítulo también está dedicado a una paja, pero femenina. Según las bípedas lenguas literarias, se trata de una paja que se está haciendo Molly Bloom, la esposa del protagonista. Algunos críticos sostienen, incluso, que el curioso final de la novela es el momento del orgasmo: «sí dije sí quiero Sí». En él, no hay un solo punto ni una coma, haciendo énfasis en el monólogo interior de Molly, en el correr del lenguaje de la «mente en duermevela».

Cada 16 de junio se celebra el Bloomsday, que no es otra cosa que celebrar el día en que transcurre la novela Ulises (1922), y la fecha en que, en la vida real, se conocen James y Nora. Sin embargo, algunos eruditos afirman, basándose en una de las cartas eróticas de la pareja, que es la conmemoración del día en que Nora le hace una paja a Joyce; como queriendo decir que cada 16 de junio nos juntamos los joycianos a celebrar una paja sin rubores.

Fuiste tú la que deslizaste la mano dentro de mis pantalones y apartaste suavemente mi camisa y tocaste mi polla con tus largos dedos que hacían cosquillas y gradualmente la cogiste toda, gorda y dura como estaba, con la mano, y me masturbaste lentamente hasta que me corrí entre tus dedos, todo el tiempo inclinándote sobre mí y mirándome con tus tranquilos ojos de santa.

La Iglesia, como se ha dicho, está obsesionada con el sexo. Lo demuestra la infinidad de catálogos que tiene en su contra. Por eso, sacar el tema a la luz y plantearlo en literatura a muchos les sonó a provocación. Pero Joyce no era un provocador, quería reflejar la sociedad, como escribe en el prólogo: «El puritanismo anglosajón no podía —entonces— admitir la franqueza absoluta de la obra joyceana, que anota todas las tonterías e indecencias que pudieran írseles pasando por las mentes a sus criaturas narrativas».

Y es que el puritanismo estadounidense quemó ejemplares de la novela de Joyce como tantos otros considerados “libros sucios”, pero a veces la prohibición conduce directamente a la promoción y la obra se siguió leyendo de contrabando. No era, sin embargo, la primera vez que quemaban uno de sus libros, Dublineses había ardido también en la hoguera, a lo que dijo el autor irlandés: «Es la segunda vez que me queman en este mundo, así que  espero pasar por el fuego del purgatorio tan deprisa como mi patrono San Luis Gonzaga».

Hay una foto muy famosa de Marilyn Monroe leyendo Ulises, aproximadamente por el último capítulo; una fotografía que no tiene la culpa de nada pero ha levantado muchas letras en los anales literarios, porque hay algunos a los que les parece imposible que la rubia supiera leer, y cuando se enteran de que no era analfabeta, les queda difícil de entender que le gustara semejante libro. Los que la critican, qué duda cabe, no lo han leído.