Por Hans Alejandro Herrera

 

GMORK: Fantasía es el mundo de las fantasías humanas. Cada parte, cada criatura pertenece a los sueños y esperanzas de la humanidad, por consiguiente, no existen límites para Fantasía.

ATREYU: ¿Por qué está muriendo entonces?

GMORK: Porque los humanos están perdiendo sus esperanzas y olvidando a sus sueños, así es como La Nada se va haciendo más fuerte

ATREYU: ¿Y qué es La Nada?

GMORK: Es el vacío que queda, las desolación que destruye a este mundo y mi encomienda es ayudar a La Nada.

ATREYU: ¿Por qué?

GMORK: Porque el humano sin esperanzas es fácil de controlar, y aquel que tenga el control tendrá el poder.

La Historia Sin Fin

 

¿Cómo imaginas el futuro? ¿Con carros voladores? ¿Ciudades en la luna? ¿Con pan y justicia para todos? ¿O simplemente con zapatillas Nike que se amarran solas? Pues bien, no importa cómo te lo imagines, tú y yo ya estamos habitando el futuro que otros antes que nosotros imaginaron. Ahora le pregunta sería otra: ¿Qué tan satisfactorios somos como la generación futura que imaginaron esas gentes del pasado? ¿Somos promesas cumplidas o profecías echadas a perder? Para ver el futuro hay que darse cuenta primero de algo llamado el pasado.

 

El ser humano ha pensado en el porvenir desde que miró a las estrellas por primera vez y buscó en ellas la predicción del tiempo.  La visión del futuro sin embargo se reducía a prever las crecidas de los ríos, el ascenso de un nuevo rey o el nacimiento de un imperio. Con el cristianismo aparecería un futurismo escatológico centrado en un Juicio Final y el temor a dicho juicio. Pero no fue sino hasta la Revolución industrial, el avance de la ciencia y el descubrimiento de las últimas fronteras del mundo para el hombre occidental, en donde la imaginación humana busco avistar un horizonte donde sus fuerzas movidas por sus sueños y esperanzas pudiesen converger en el ideal de un mundo mejor.

Así se llegó a buscar, teorizar y tratar de llevar a la práctica el sueño de una sociedad ideal, todo a raíz de un presente en permanente y rápida transformación llena de conflictos y el ansia de encontrar un futuro para todos que se soñó luminoso.

Producto de la fantasía historicista moderna que creía ver una constante en la evolución histórica, los pensadores modernos postularon esa sociedad ideal, que antes de entrar en la literatura de ciencia ficción, proliferó en textos de teoría del Estado y tratados de política. Mucha de esta fiebre por un futuro de oro provenía en buena parte a la imaginación de tratadistas morales del Renacimiento como Campanella y Santo Tomás Moro; este último escribiría Utopía, donde describía una sociedad ideal, una especie de comunismo cristiano que resumía los ideales humanistas y que servía de crítica a la corrupta sociedad inglesa de su tiempo. Pero Santo Tomás colocaba su sociedad perfecta en tierras lejanas y no en el futuro. Cuando estas tierras lejanas ya habían sido alcanzadas por el hombre blanco, este hubo de buscar sus sueños ya no en el pequeño mapamundi cartografiado sino en el Futuro, que como la Utopía de Santo Tomás es un lugar que no existe, pero donde se podía escribir todo.

Autores tan alejados del género de ciencia ficción como Rousseau, Hobbes o Marx fueron en cierta forma los precursores de autores que nos son más familiares sobre estos temas como Welles, Orwell o Burguesse, solo que aquellos lo planteaban de modo más serio y por supuesto peligroso. Planteaban un mundo ideal, donde el ser humano es plenamente feliz, pero en una dimensión absolutamente concreta, sin la espera del advenimiento de la eternidad. Así nació y se consolidó la Modernidad a través de la escritura del Metarrelato donde se justificaban los cambios presentes en aspiración de un futuro perfecto. Suena sorprendentemente ingenuo pero los modernos lo creían. Soñaban con el cielo en la Tierra y acabaron abriendo el infierno.

Las utopías de las nuevas ideologías que se iban formando fueron desde el estado de naturaleza pura (el ‘buen salvaje’ de Rousseau) al comunismo como finalización del proceso evolutivo político de la humanidad que describieron Marx y Engels. Algunos creen que el último intento por describir una utopía fue hasta hace poco el Neoliberalismo con su pretendido Fin de la Historia de Francis Fukuyama, el cual es más una aniquilación del futuro en tanto el ideal ya está realizado en el presente a través del Mercado y la sociedad libre como estado supremo de la condición humana. Pero este también se ha quebrado recientemente ante su incapacidad de dar respuestas a los desafíos de crecimiento y desarrollo que prometía.

Pero no hay que olvidar que hasta la época de nuestros abuelos se creía fervientemente (al menos entre las clases sociales más privilegiadas y educadas) que todas las enfermedades serían vencidas. Había fe en la ciencia. Los logros de Koch y Pasteur y la aparición de la penicilina redujo la mortandad y aumentó la esperanza de vida, hubo muchos quienes creían que incluso se llegaría a vencer a la muerte. Tal era su asombro. Por otro lado, los avances técnicos iban en aumento y la vida se hacía cada vez más cómoda y fácil para las personas. Aparecían elementos inauditos sin los que podríamos concebir nuestras existencias hoy en día como el refrigerador o el inodoro. A su vez el mundo se hacía pequeño gracias a trasatlánticos, aeroplanos, trenes. Y las comunicaciones se ampliaban al teléfono y el telégrafo. Todo en tan poco tiempo que no creer en el futuro era realmente de locos. En medio de esas transformaciones, sin embargo, se olvidó contar con algo y es nuestra frágil condición humana.

En 1912, la maquina más grande y veloz del mundo zarpaba de Liverpool rumbo a Norteamérica, y mientras rompía el record mundial de velocidad de todas las épocas anteriores chocó contra un témpano de hielo. Se hundió en dos horas. Su nombre era el Titanic, y como los titanes que intentaban escalar el cielo en los mitos, Dios lo derribó. Fue casi profético. Las esperanzas tecnológicas se hundieron definitivamente dos años después con el estallido de la Primera Guerra Mundial.

Distopías a granel

A partir de las cenizas de la Primera Guerra Mundial nada fue lo mismo. Ni el futuro. Emergió por otro lado un nuevo subgénero literario, más mordaz y oscuro, el de la distopia. El cual describe no el mejor de los futuros, sino el peor de los resultados posibles. Los logros de la ciencia y la tecnología que hasta solo en la Belle Epoque habían encantado a todo el mundo quedaron manifiestos como una caja de Pandora al contribuir en masacres bélicas eternizadas en nombres como Verdún, el Somme, entre muchas otras batallas en las que cientos de miles de hombres morían en solo unas semanas.  Esta experiencia llevó a cuestionar e ir desalentándose de las ideas modernistas del progreso que habían alimentado todo el siglo XIX. Un mundo feliz de Aldous Huxley es una expresión temprana de ese desaliento y de hasta dónde podía llegar nuestro afán de perfectibilidad social a costo de la aniquilación individual.

Sin embargo, el sueño de un futuro mejor se reformularía como una guerra de clases a raíz de la Revolución Rusa de 1917. El deseo de llevar al género humano a un futuro con justicia en que el proletariado internacional triunfase se volvió un nuevo sueño al que muchos se aferraron. Este sueño se dibujaba en el ideal del Hombre Nuevo, un hombre libre de las taras de la división de clases y los sentimientos religiosos que advendría en el futuro cuando el socialismo, superación del capitalismo actual deviniese a su vez en el deseado comunismo, donde todos los hombres serían felices siendo iguales. Pero los hechos y las palabras desmentían las elucubraciones de Marx en las que se inspiró Lenin, y el régimen estalinista posterior hizo todo lo posible por desengañar al mundo con sus progromos, hambrunas, encarcelación de todo enemigo político y permanentes purgas y reescritura del pasado. Ello derivó en la gran novela distópica por antonomasia: 1984. En ella, George Orwell denuncia los abusos del estalinismo y desenmascara el febril sueño humano de un futuro perfecto reducido a una prisión mundial resumido en esa famosa línea: quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controla el futuro. Y el comunismo en tanto ideología era esa apropiación aparentemente justa de nuestros sueños que encubrían ese control. Comenzaba a crecer el miedo a un futuro que se cernía sobre la humanidad como una amenaza.

La subsiguiente Guerra Fría y el temor a una aniquilación nuclear de alcance global solo generalizaron ese miedo al futuro. El futuro feliz para todos había quedado en el pasado.

Apocalíptico futuro cinematográfico

La promesa de una mayor felicidad individual y bienestar colectivo que soñaron y lucharon nuestros antepasados amparados en su ciega fe en la técnica y en la ciencia se iba desmembrando progresivamente. Para 1980, la literatura distópica que proliferaba en publicaciones de pulp fiction o en adaptaciones y guiones de películas de serie B dejaba patente qué tan lejos parecían quedar ya el indefectible optimismo con respecto al progreso y toda esa mística que la acompañaba. El positivismo ingenuo y entusiasta de los primeros racionalistas comenzaba a aflorar una condescendiente sonrisa en los que los oyesen. La aparición de Emil Cioran y su pesimismo realista es una expresión de ese agotamiento en el campo de la filosofía.

El ser humano dejó de soñar con cafés con terraza en los cráteres de la Luna como lo harían los infantiles jetsons de las series animadas, y los coches voladores de Volver al futuro de Zemeckis al igual que las zapatillas que se amarran solas o ropa de auto-secado rápido pertenecen a un futuro todavía lejano que en realidad tampoco anhelamos tanto.

Otros terrores, en cambio, crecieron. En 1990, todos imaginaban el futuro de la tierra sin la capa de ozono, cosa que no ha ocurrido (felizmente desde el 2000 se ha comenzado a cerrar de vuelta el agujero en el polo sur) y se ha cambiado ese miedo por el temor a una crisis climática llamada Calentamiento Global (cuando la mayoría parece olvidar que el cambio climático y los periodos de calentamiento son cíclicos y que la última vez que ocurrió uno muy fuerte Groenlandia todavía era verde, como la describieron los vikingos, y por eso la llamaron ‘Tierra Verde’). Nuestra desesperanza sigue poblando el futuro con interminables miedos. También a finales del siglo XX se puso de moda creer que el futuro estaría lleno de pandemias mortales que reducirían la población en unas pocas décadas. La aparición del VIH/Sida y luego casos de virus Hanta o el Ébola parecían corroborar esto.

Hoy apenas recordamos el mal de las vacas locas o la última gripe aviar. Causa de estos miedos inspiró películas como 12 monos, donde un extraño virus hace que la humanidad se refugie en el subsuelo mientras la superficie es dominada por los animales. Para 1997, la clonación de Dolly, la primera oveja duplicada genéticamente avivó todo un debate de bioética y el temor de que pronto se empezaría a clonar seres humanos en masa. Los terrores ante la manipulación genética y los males que pudiesen develar no han sido corroborados. Todavía no hay un humano clonado oficialmente y ya nadie habla de clonación. A fines de los noventa se creía también que la llegada del 2000 arruinaría las computadoras del mundo con un fallo funcional que generaría un desbarajuste de sistemas a gran escala que, por supuesto, tampoco ocurrió.

Finalmente, por algún tiempo muchos han creído que el Gran Mercado solucionaría las cosas a través de las bolsas de valores y la proliferación de tratados de libre comercio. Suponíamos que el marco de libre comercio era un proceso irreversible, cosa que la crisis de 2008 y el triunfo de Donald Trump en 2016 han desmentido. Ahora más que nunca el género de distopia, tremendamente desgastado y abusado por el cine a través de películas como Juegos del hambre o series tipo Black Mirror (que más parecen analogías del presente que otra cosa), parecen expresar nuestro actual sentimiento de que, como cantaban los Sex Pistols, No hay futuro, ni nada apocalíptico que temer.

Volver la vista a las estrellas

En un presente anodino en que todos estamos metidos en pelear por un bienestar y vivir bajo reglas que no nos hemos autoimpuesto, en el que la mercadotecnia y el espectáculo es lo único que nos gobierna (y no estoy haciendo una sinopsis de Juegos del hambre), el futuro ya ni parece una preocupación. Porque los sueños han sido olvidados y todos parecemos trabajar solo para llegar al sábado mientras los más jóvenes retrasamos nuestra paternidad, como si esta fuese una representación simbólica de nuestra renuncia a un futuro en el que ya no creemos. Y de igual forma, más allá de las tecnologías de dinámica social, lo cierto es que los avances tecnológicos y nuestro progreso social se han estancado, así como nuestro interés por lo nuevo que nos va llegando como si tal cosa. La realidad ha sido reducida a un anuncio publicitario que nos vende algo que no deseamos.

Ya no hay esperanzas ni desesperanzas en el hombre y mujer actuales menores de 40 años. Aquellos que nacimos al son de No future parece que no tenemos interés por el mañana. ¿O acaso cuántos de nosotros recuerda que el 2019 próximo es el año en que Ridely Scott ambienta los sucesos de Blade Runner? No hay replicantes a la vista ni lluvia ácida de la cual cubrirnos. Y sin embargo, si subimos la vista veremos esas mismas estrellas que contemplaban los antiguos y en las que creían poder encontrar su futuro.

Hoy hasta eso, la comprensión de las estrellas ha cambiado. La estrella más cercana a la Tierra está a seis años luz de distancia de nosotros. Cuando la vemos brillar estamos viendo la luz que manaba de ella hace seis años. Si contemplamos las estrellas en el firmamento lo que estamos viendo es diferentes momentos del pasado, habrá alguna estrella de la época en que Santo Tomás escribía su Utopía, en que Jesús caminaba entre nosotros, otras de la época de los primeros hombres que las contemplaban, incluso algunas de los tiempos de los dinosaurios. Porque esa luz diferida que nos llega desde el pasado nos dice desde el cielo que nosotros somos ese futuro. Quizá un futuro sumido en la apatía y al borde de ser consumidos por La Nada, pero que todavía no ha llegado a su fin, porque el futuro es una historia sin fin.