Por Arturo Borra*

Foto de portada: Víctor Pool

Migrante / Giovanni Collazos Carrasco / La Garúa Poesía / 2017 / 60p

 

En una reflexión profunda sobre literatura y oratura africana, Thiong´o –uno de los escritores contemporáneos más relevantes de ese continente– señala que la elección de una lengua es central en la definición que un pueblo hace de sí mismo en relación con su entorno social y natural[1].La lengua, lejos de constituir un medio neutral, siempre está marcada por una específica relación con el mundo.

La conclusión del autor es clara: “la colonización cultural también procede mediante la expropiación de la lengua materna” (Thiong´o, 2017: 49). Ante la alienación colonial, el autor retorna a su lengua natal como una posibilidad de volver a pensar el mundo social desde sus propias coordenadas existenciales, culturales y políticas. Giovanni Collazos no puede estar muy lejos de esas premisas cuando en la apertura de Migrante (La Garúa, Barcelona, 2018) parte de una cita de Patricia de Souza: “Descolonizar el lenguaje para descolonizar el pensamiento”.

La constatación es clara: lenguaje y pensamiento no son separables. El problema, sin embargo, es que a diferencia de la experiencia colonial en África, la colonización de América supuso la extinción o marginación casi completa de las numerosas lenguas locales, confinadas a pequeñas comunidades originarias ellas mismas en peligro. Así, de las cientos de lenguas precolombinas, apenas sobreviven un puñado en el presente. En síntesis, en América (o Abya Yala)[2] la hegemonía del castellano (y, en menor medida, del inglés y el portugués) ha implicado la desaparición casi completa de otras lenguas. A diferencia de Thiong´o, apenas si es posible restablecer esas lenguas ancestrales, como no sea de forma fragmentaria.

Migrante, apropiación del pensamiento

Despojados de esas otras lenguas, el camino de Migrante es ahondar en una lengua que se extraña de sí misma, ante todo, como deseo de descolonizar el pensamiento de quien migra y así resignificar la experiencia del tránsito vital o del desplazamiento geográfico.

La radicalidad del gesto poético es doble: no sólo problematiza la percepción dominante de los procesos migratorios (básicamente, como un problema que debe ser gestionado en términos securitarios), sino que también desplaza la propia lengua, poniéndola bajo interrogación, llevándola al desierto. De ahí que Migrante no sólo es un poemario que ahonda en la extranjería en el contexto europeo, sino que él mismo se constituye desde una posición extranjera con respecto a los discursos dominantes, de raigambre inequívocamente eurocéntricos.

Desde esa conciencia, Migrante se desplaza en reversa hacia un castellano peruanizado, alterado por aquellas comunidades lingüísticas que antaño sufrieron una expropiación tanto material como simbólica que, para abreviar, llamamos Conquista de América. Quizás porque  no solo desafía las formas lingüísticas normalizadas, sino, simultánea e inseparablemente, también las ideológicas. Desde esa mirada extrañada, pone bajo sospecha la “herencia” colonial, incluyendo la creencia etnocéntrica de una presunta superioridad europea. Como señala Collazos en su nota final: “Lo político es inherente a todo, también a la forma”.

De ahí que la desestructuración de la forma –o su destrucción, como decía Benjamin– se convierte en una dimensión de la crítica política, en tanto apunta a cuestionar un orden simbólico hegemónico que se estructura sobre múltiples opresiones (raciales, de género, de clase, entre otras). La ausencia tendencial de puntuación, la rasgadura de los versos, la recuperación de numerosos americanismos y algunos extranjerismos, en este sentido, ponen en cuestión un modo legitimado de hablar que a menudo hace impensable (o, al menos, difícil de pensar) la propia experiencia migratoria desde una perspectiva que no sea la del sujeto colonial.

En el universo poético de Collazos las páginas se pueblan de referencias a lenguas otras: vocablos como “runa”, “caguayo”, “lampa”, “camote”, “albicante”, “flamas”, “patatales”, “calatas”, “huayno”, “huayro”, “chompita” o “cholo”, sólo por destacar algunos, conforman un universo lingüístico a distancia que evoca otras apropiaciones posibles del castellano. En pocas palabras, Collazos pone en acto otra lengua, no sólo como una cuestión estética sino también como una necesidad política. Lengua, cómo no, astillada, fracturada, desterritorializada, hurgando en plena noche otras posibilidades humanas.

Giovanni Collazos. Foto: Paloma Sainz.

Desde una posición decolonial y anticapitalista, Giovanni Collazos lanza como una estocada el recordatorio inapelable de un dolor tan personal como colectivo y que sólo nuestra voluntad de ceguera podría omitir. Por el contrario, Migrante se niega a dar las espaldas a ese dolor que, lejos de ser una fatalidad trágica, es producto de un orden político que condena al hambre y al alambre (cuando no a la muerte o al abandono) a cientos de miles de migrantes. Recordatorio inapelable y, sin embargo, Collazos tampoco se entrega a la desesperación. No por azar su primer poema (titulado como Sensistemalismo) incide ahí: “acumulo fragmentos de abismos para retratar esperanza”, señala, incluso si no cabe más que moverse en una tormenta que es también “profusión en preguntas hacia adentro”.

Los versos entonces se hacen “pólvora/que no mendiga vida”, sin que ello suponga recaer en alguna tentativa redentora que sería seguir perpetuando la imagen etnocéntrica de quien se arroga la posición de salvador. Contra esa indignidad, Collazos arroja su escritura como una piedra que sangra sobre el muro del mundo o, si se prefiere, hunde las patas de su poesía en el barro, eludiendo cualquier coartada realista que usa la «realidad» para tapar (o borrar) su propia perspectiva interpretativa.

Antes bien, el autor reconfigura el sentido de su mundo vital, ya no desde una visión soberana, más o menos aséptica, sino desde su específica situación como sujeto migrante (sin perder de vista por ello otras dimensiones de su identidad). De ahí el espesor singular de unas vivencias que enlazan lo individual y lo colectivo, comenzando por una realidad antagónica donde la soledad o la extranjería son parte de la vida cotidiana, pero también el paro, la precariedad y la explotación laboral o el racismo y la xenofobia, en tanto elementos irreductibles de eso que, a menudo de forma ligera, llamamos estar fuera de casa (a pesar de la retórica multiculturalista): “El migrante color del hombre en los pechos de un cuarto modesto con paredes de semen, al día siguiente servir mesas en huellas capilares, sentarse en el toldo mojado de las églogas que tienen nombre de elásticas carnívoras”, dice Collazos a propósito de ese estar, para invocar luego, como una plegaria sin dios, el deseo de no perder el delirio.

Y bien podría decir que el poeta al delirar desafía lo que se instituye como “normal”, una normalidad que ha naturalizado el abandono de los otros, la muerte diaria convertida en una especie de sacrificio inútil, a la vez que no cesa de reforzar los múltiples privilegios del sujeto hegemónico. Delirio, entonces, que introduce una modulación musical a la gravidez circundante, aun si ello supone gritar una lejanía y convocar lo ausente para tensar una actualidad que sangra.

La referencia contrapuntística (como diría Said) a otro espacio es ineludible, en tanto Collazos no se resigna a la supervivencia o la injusticia. “No estoy muerto” recuerda en Escribiendo una música, como si a pesar de todo, todavía fuera posible desplazarse del invierno: “Ahí nado hasta la otra orilla, deslizándome sobre una melodía que voy escribiendo. Mañana volverán las arañas y seguiré vivo, mientras ellos seguirán siempre muertos”, dice con resonancias vallejianas. No sé si ahí se insinúa una nostalgia o si, más bien, ahí aparece la memoria anticipada de lo entrevisto, una futuralgia quizás, o incluso una promesa utópica que nace de la herida[3].

En cualquier caso, Migrante se mueve en un terreno barroso. Lean por ejemplo el estremecedor poema titulado Negro (allí donde “los caimanes azules huelen la sangre/ quieren exterminar a los danzantes que pronuncian: soy humano”) o el no menos lapidario Naufragio (donde “Siria es una distancia/ su cadáver huele a Europa”) o Ceviche (allí donde cabe “imaginar un mapa con las vísceras de una tierra que estalla póstuma la noche”). La experiencia de los antagonismos prolifera bajo la forma de múltiples opresiones cotidianas (entrelazadas entre sí).

Y aunque también podríamos rastrear otras huellas poéticas, bien cabe invocar a Néstor Perlongher para referirnos a esta poética como «neobarrosa», a condición de no entender por ello una estética de la abundancia sino una estética que recuerda lo que falta en la sobreabundancia, una carencia que sólo podemos cercar o rodear, pero nunca nombrar directamente. Como apropiación del neobarroco cubano de Lezama y Sarduy, el «neobarroso» de Giovanni Collazos es “poesía plebeya” que se rebela contra los cadáveres del presente, esos que ligan no al barro rioplatense sino al barro del Mediterráneo.

La experiencia migratoria, entonces, se hace irresumible: ahí están las violencias sistémicas (de las que los CIE o las vallas son solamente su signo más evidente), las falsas asimilaciones, los símbolos de las fronteras y de las deportaciones, la inclusión abstracta de los otros y las exclusiones concretas, la igualdad declamada y las desigualdades instituidas. A pesar de la criminalización del paso que Collazos cuestiona, o quizás precisamente por ese “alfabeto furioso” que siguen musitando los condenados de la tierra, Migrante se convierte en canto apátrida en medio de tanto “clamor de éxodo”, haciendo rizoma con quienes se lanzan al abismo del mar moribundos de ternura.

Tampoco parece casual que este recorrido poético llegue a su término con el poema No lugar, no como evocación de un lugar deseado, sino como una distopía que nos invita a partir del presente, subvirtiéndolo. Se trata, claro está, de un posicionamiento político frente a las diversas formas de opresión, comenzando por esa realidad de la explotación cotidiana que llamamos capitalismo, pero también por el racismo y la xenofobia omnipresentes en nuestros contextos históricos. Por eso el autor nos advierte: “no alcanzará el amor ni sus formas/ duele esta blanquitud de los peces”. Los poemas siguen sangrando como sangran miles de vida en peligro. De ahí que antes que un repliegue en la intimidad, Migrante constituye un texto fronterizo en el que incluso la propia identidad del cholo, aunque reivindicada frente a la estigmatización social e institucional, también entra en crisis, puesta en relación con la alteridad, sus diferencias inasimilables, las lenguas olvidadas que siguen murmurando desde un lugar otro como un palimpsesto del que apenas podemos leer restos superpuestos, voces que insisten desde alguna parte de la memoria saqueada. Desde ese “no lugar”, entonces, quizás la esperanza no sea sino la posibilidad de construir aquello que nos falta.

 

 

*Arturo Borra (Argentina, 1972) es licenciado en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Entre Ríos y doctor en Estudios Interdisciplinarios de la Comunicación en la Facultad de Filología, Traducción y Comunicación de la Universidad de Valencia. Ha publicado el libro de prosa poética Anotaciones en el margen (MLRS, Valencia, 2008; Ediciones 4 de Agosto, Logroño, 2014), las plaquettes Cielo partido (Zahorí, Alzira, 2009), La vigilia del deseo (Ediciones Loto, Rosario, 2013) y Esplendor saqueado (Ejemplar Único, Alzira, 2015) y los poemarios Umbrales del naufragio (Baile del Sol, Tenerife, 2010), Figuras de la asfixia. El libro de los otros (Germanía, Alzira, 2012; Tigres de Papel, Madrid, 2014), Para trazar lo (im)posible (Amargord, Madrid, 2013) y todo tanto (Tigres de Papel, Madrid, 2016).

Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, portugués, gallego y rumano. Asimismo, ha publicado el libro de ensayos Poesía como exilio. En los límites de la comunicación (Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2017).También ha participado en las antologías poéticas Aldaba (2003), Cuadernos Caudales de Poesía (2007), Los centros de la calle (2008), Madrid: una ciudad, muchas voces (2010), Por donde pasa la poesía (2011), Voces del extremo (2013), En legítima defensa. Poetas en tiempos de crisis (2014), Disidentes (2015) y Trilce por Trilce (2017).Colabora con publicaciones literarias y comunicacionales en diferentes revistas hispanoamericanas, así como con diferentes artículos en el periódico “Rebelión”.

Contacto: arturoborra@hotmail.com

 

 

[1] Thiong´o, Ngugi Wa (2017): Descolonizar la mente, Debolsillo, Barcelona, pp. 29-30.

[2] En el idioma Kuna, Abya Yala tiene varios significados: “tierra noble que acoge a todos”, “tierra floreciente” o “tierra en plena madurez”, entre otros.

[3] En vez de refugiarse en un pasado más o menos idealizado, Collazos plantea la temporalidad como un campo de batalla: allí donde no hay un devenir preestablecido para la añoranza.