Un recorrido de Juan Toledo por esta muestra del nuevo arte africano y latinoamericano exhibido en la prestigiosa galería londinense.


El término pangea denomina el supercontinente que existió hace 300 millones de años cuando la masa terrestre era una sola y las Américas, Euro-Asia, África y Australia estaban unidas. Hoy que estamos geográficamente separados por océanos, pangea, como idea o concepto, está más vigente que nunca. Vivimos en la era de una visión global y de un posible destino único como raza y especie. Al menos esa parece ser la idea de la Saatchi Gallery que le apuesta por segunda vez a una exhibición que reúne algo del nuevo arte de África y América Latina en «Pangea II».

En cuanto a la producción artística, hay que decir que como todo lo que hace Charles Saatchi, es un poco irregular. La muestra es un potpourri de escultura, pintura y fotografía que inclusive se diluye un poco apareciendo junto con otras obras semi-permenantes de arte ruso y de la magistral instalación 20:50, del británico Richard Wilson, en el sótano de la galería. No así, se debe celebrar que las impresionantes hormigas del colombiano Rafael Gómezbarros (imagen de portada), la obra más impactante de Pangea I, reaparezcan ahora en su propia sala –mucho más pequeña por supuesto– en la segunda planta de la galería. Ojalá esto signifique que, al igual que 20:50 de Wilson, los insectos de Gómezbarros se puedan ver de manera permanente y gratuita.

Lo primero que vemos en Pangea II es una colosal escultura de 97 mil bolsas plásticas de azul marino titulada Everything Must Go! / Tout doit disparaître! del martinico Jean-François Boclé. Personalmente creo que es una obra que impacta por su tamaño y simplicidad casi didáctica. Su mensaje ecológico es difícil de ignorar y demuestra el nefasto daño que las bolsas de plástico representan para el futuro de los océanos. En contraste, las cerámicas periscópicas de Pia Camil y las pinturas carnavalescas de Federico Herrero son inconsecuentes e imposible de ver qué quieren comunicar, si es que comunican algo.

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En la Sala 3 nos encontramos con los que pudiésemos llamar “arte forestal”. Las amplias pinturas de gigantescos árboles en perspectiva de Diego Mendoza son seductivas por su escala y textura, que en alguna de ellas asemeja la corteza de un árbol. Por otro lado, lo realmente gratificante y hasta encantador son las pequeñas esculturas colgantes de árboles y raíces del exiliado cubano Jorge Mayet. Son piezas de un delicado realismo poético, un realismo que Mayet logra usando alambre eléctrico, papel y pintura.

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Otros dos artistas para resaltar son, primero, el etíope Ephrem Solomon quien con sus cuadros de técnica mixta nos presenta un mundo donde se mezcla la domesticidad, la soledad y la nostalgia, pero siempre de una manera ambigua. Dos de sus símbolos más repetidos son la silla y la pantufla vacías que según el catálogo son símiles visuales de una falta de presencia.

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El segundo de ellos es la pintora mexicana Alida Cervantes, con varios cuadros arraigados dentro esa tradición de la pintura votiva y el muralismo de su país, donde las narrativas lindan entre lo estrafalario, lo barroco y lo supernatural. En Cervantes el efecto supera la forma. Es una estética que une la transgresión sexual con el comentario social y de género, quizá motivada como una respuesta a la continua violencia feminicida que se vive en su país. Por ejemplo Horizonte en calma, de 2011, es un cuadro de contrastes donde la figura de una mujer vestida de amarillo está en el centro de lo que parece ser la calle de un pueblo desierto. Los tonos de la imagen reflejan la calma de un mediodía arenoso y de azul celeste; pero esa calma se ve quebrada por la presencia del machete manchado de sangre que la mujer esgrime en su mano izquierda y el pene castrado que yace también sangrante a sus pies. Y para aquellos que aún creen que el tema de la igualdad de sexo es anacrónico, habrá que recordarles que Alida Cervantes vive en la ciudad fronteriza de Tijuana y de las cientos de mujeres asesinadas en la también fronteriza Ciudad Juarez, crímenes que aún continúan impunes. Cervantes parece recordarnos que el «México lindo» no siempre es como lo pintan.  

Pangaea II: New Art from Africa and Latin America, Saatchi Gallery. Hasta el 6 de septiembre.