Nuestro colaborador Mario Flecha se ha dado a la tarea, por años, de llevar arte a Jafre, un pueblo en lo profundo de Cataluña. Reproducimos una nota de la artísta estadounidense radicada en Buenos Aires, Tamara Sturby, aparecida hace unos días en el diario argentino Página 12.

Por Tamara Sturby

Los extremos son útiles para hacer evidente la amplia corriente del medio. La Bienal de Jafre viene ocupando el puesto de la bienal más pequeña del mundo desde 2003. La fórmula habitual de calificar las cosas diría que la mediríamos (conscientemente o no) según su éxito relativo en números: cuántos artistas, cuánto público, cuánta repercusión en los medios. Aquí lo (numéricamente) contable cede su lugar a lo que se cuenta con otros lenguajes. El título de esta Bienal de Jafre es ñe-é, que significa “palabra” en guaraní. Difícil evitar, entonces, una reflexión acerca del origen de la palabra, y del momento sumamente curioso en la historia de las religiones en el que los hombres dieron un susto a Dios, con el desenlace familiar en Babel. Hasta dónde se podría llevar un lenguaje (o la acción) en común –es decir, la comunidad como estado, no como sustantivo– es un campo de indagación perfecto para pensar la trayectoria de la Bienal.

Escritor, editor y co-fundador del Museo de las Palabras, Mario Flecha ha sido co-organizador de la Bienal de Jafre desde su inicio y es el único responsable de ésta edición. Nacido en Barracas, Buenos Aires, se mudó a Londres en 1975, donde llevó adelante una galería de arte y fue editor de la revista Untitled. Desde fines de los ’90 comparte su tiempo en el pueblo catalán de Jafre, y su vínculo vital con la gente y la historia de la zona sólo ha crecido desde entonces; la revista multilingüe Bastón Blanco y libros de su autoría se han editado allí, en adición al desarrollo de la bienal.

El evento toma lugar en el pueblo de Jafre (a treinta km de Girona), de unos 390 habitantes, durante el curso de dos días. Ni la apertura ni el cierre son los puntos cardinales; la parte más intensa de la bienal está en el medio, cuando mesas larguísimas ocupan la totalidad de la plaza central para compartir una paella preparada en una paellera que mide un metro y medio de diámetro y se revuelve con utensilios parecidos a remos. En la frescura de la noche de verano esa plaza se llena de jafrenses, artistas, curiosos y amantes del arte que han venido de todas partes para asistir a la Bienal, y sentado lado a lado, la conversación-crítica-intercambio-análisis fluye durante horas y horas entre risas, brindis, revelaciones y el ocasional choque entre opiniones apasionadas que rompe y se disuelve tan rápidamente como una ola en la playa. La cuestión es que todos sienten que la bienal les pertenece. Los artistas, porque la infraestructura tan mínima les otorga mayor protagonismo, y la gente local, por la contribución concreta que hacen en cada edición: prestando un galpón vacío para una proyección, ofreciendo una habitación para albergar artistas, o dando permiso para instalaciones que tomarán el suelo, las paredes o el aire como soporte, pero sobre todo mirando, escuchando, y participando en las obras. Público suena como un mar de otros, y aquí, no cabe como el término más adecuado.

La performance de la catalana Anna López Luna y el argelino Mounir Gouri, Deseos sin visas, involucraba a la gente como testigos de la unión entre ellos, ya que su casamiento fue obstaculizado por las leyes europeas. Es allí, entre los testigos/participantes que se puede palpar el andar del evento: el espacio que existiría entre artistas y público aquí se reduce a un mínimo, y las obras funcionan claramente como imanes, juntando personas que de otra manera no estaría haciendo la misma cosa o compartiendo la misma mesa. Esa es la magia de la Bienal, que a lo largo de los años ha generado un ámbito de muchísima confianza, y una invitación a dar rienda suelta a la curiosidad sobre todas las otras reacciones posibles frente al arte.

Jordí Mitjà eligió la acción en silencio para comentar sobre medios de comunicación de todo tipo con Irrellevants algoritmes, haciendo copias en barro de celulares, manos y micrófonos como si estuviera en su propio taller. La performance Sweetnoise, de DABÚ, Richard Vallina feat y Carlos Alma, traía música electrónica y danza a un campito y galpón frente a una vista larga de los Pirineos; y La Infinita de l’Hospitalet (Víctor Ruiz Colomer, Joe Highton y Duncan Gibbs) presentó Bloom/floración, una dispersión (o divulgación) de semillas a que salía de unas pequeñas ensamblajes con vida propia como objetos.

En distintos puntos del pueblo se mostraron las instalaciones Knittings, de Rebecca Scott, con una cama en el medio de un espacio lleno de almohadas tejidas con una palabra cada una en una amplia gama de colores, basadas en la Declaración de los Derechos Humanos; pintura, sonido e iluminación convergieron en La Despedida, de Gino Rubert, con dos imágenes pintadas que imperceptiblemente se iluminaban desde atrás para presentar otro mundo erótico. En Reservoir, de Aya Fukami, agua y burbujas de aire estuvieron casi invisiblemente contenidos en cubos hechos de hojas de gelatina cinematográfica (transparente y con color tenue), apenas dobladas y fijadas. Invitación fue una intervención de Ben Cain en las escaleras principales que llevan a la plaza central, con una frase impresa en cartón y PVC que abre un juego entre palabra y objeto.

Proyectada en un sótano que data del siglo XII, la película en 16mm de David Austen, El sueño de la Gorgona, revisita la mitología griega con la sugerente persistencia de una imagen a través del tiempo. En la sede actual de la municipalidad, se mostró Rules that order the reading of clouds de Ana Čavić y Sally Morfill (con sonido de Hanna Sulek), una animación hipnotizante en blanco y negro y el video InRoads, de Stephen Nelson, acerca de dos hechos en un mismo sitio, separados por 500 años, junto con la intervención Rattus Norvegicus del mismo autor. La pieza de audio Dial Tone Operator de Aura Satz, exploró la voz de las máquinas que han reemplazado la de la otrora operadora telefónica, y todo lo que nos dice hoy.

La cuidada selección de obras –a escala humana y manejable en el tiempo- motivó halagos de parte de visitantes y locales por igual, pero el comentario más común este año es que no tendría que terminar… hay muchísima gente ansiosa de colaborar de la manera que sea para que haya una próxima edición.

Tamara SturbyArtista norteamericana, residente en Argentina. Participó en una edición anterior como artista invitada en la Bienal de Jafre. Ha sido asistente de la edicióque acaba de realizarse.

Esta nota se publicó en Página 12 el 13 de agosto del 2019