Por Gabriel Canessa


Todos nacemos muertos en lugar de una memoria es una reconstrucción novelada del pasado y, a diferencia de una memoria, es una narración ágil a cargo de varias voces que mantienen al lector pegado al libro. ¿Cómo era la historia del principio? ¿Cómo apareció ante ti, Daniela, antes de que te embarcaras en su escritura? Desde que recopilaste la información hasta que te sentaste a escribirla.

El recojo de la información empezó en 1998, cuando supe que quería escribir esta historia, que quería guardar todas estas memorias que escuchaba desde niña. Empecé a grabar a los viejitos de la familia, pensando en hacer algo con ese material más adelante, y fui recopilando documentos, partidas de nacimiento, de defunción, de matrimonio, fotografías, y así se fue armando esta historia. El primer borrador estaba escrito en tercera persona, y se sentía muy ajeno. Fue ahí que empecé a experimentar desde la primera persona, desde la voz de cada uno de los personajes. Quise ponerme en los zapatos de cada narrador y sentir lo que ellos sentían, porque de alguna manera pienso que desde la primera persona puedes sentir mejor a los personajes. Entonces tuve el reto de hacer muchas voces, fue complicado pero al final salió algo que me gustó. Y es una narración ágil, una novela muy breve que abarca cien años en la historia de una familia que empieza en 1892 y termina en 2014. Creo que ese fue el  gran reto, encontrar una estructura narrativa acorde a la historia que yo quería contar.

¿Desde el principio tenías claro que iba a ser una novela? A pesar de todo el material histórico que la soporta.

Sí, lo que yo quise hacer desde el 98 fue recopilar estas historias que me parecían sumamente interesantes y hacer algo de ficción más adelante. Siempre una novela, siempre supe que iba a hacer una novela con esta información.

¿Qué tan importante ha sido para ti el Master de Escritura Creativa? ¿Ha sido algo accesorio en tu carrera o ha definido en este caso tu primera novela?

La definió muchísimo. Me hizo romper mis propias barreras, me empujó a salir de mis propios límites y probar con el lenguaje. Hay un término muy peruano que es “achorarse”, y eso fue lo que me dio la maestría, hizo que yo me “achore” con el lenguaje y con la estructura narrativa, y trate de contarla de una forma distinta. No quería hacer una saga familiar como hay tantas en la literatura latinoamericana, sino un texto distinto, más ágil, y que abordara estos cien años sin caer en el tedio ni en la descripción histórica.

¿Qué tanto de ti misma hay en el personaje del principio de la novela? Esta mujer embarazada que viene de Italia y llega a un lugar que le es hostil ¿Qué tan cercana eres a ella? Y respecto a los otros personajes ¿Qué tanto tienen de realidad, de invención y de tu propia personalidad?

Definitivamente Santa [el primer personaje de la novela] tiene algo de mí. Cuando empecé a escribir el primer capítulo acababa de mudarme a Nueva York y escribí sobre una pérdida. Pero pasó el tiempo y un año atrás viví una pérdida en carne propia. Cuando volví a leer el capítulo de Santa sentí que no mostraba lo que yo estaba pasando y lo reescribí desde mi cuerpo, desde mi dolor. Creo que es el personaje que más tiene de mí, a pesar de que paradójicamente sea la antítesis de Daniela, pero en el dolor, yo me identifico con ella.

¿En qué momento sentiste que el manuscrito de la novela te satisfizo? Siendo esta tu primera novela.

El manuscrito tuvo varias etapas. La primera fue cuando hace un año pensé que lo había terminado, pero luego llegué a Lima y sentí que faltaba algo para hacer la historia más redonda. Decidí cambiar el final y editar mucho porque la historia era bastante más larga y abarcaba varias décadas del siglo XX. En la versión final, la narración es hasta 1965 y luego hace un salto hasta el 2014. Decidí editar esa parte para evitar herir susceptibilidades de algunas personas de la familia.

Entonces, más que por una cuestión de agilidad en la historia ese era el factor.

Exacto. Y una vez que lo edité y lo cerré también cobró un mayor sentido. Entonces no sentí que fuera necesario incluir estas partes que había sacado. Es decir, al sacarlas se agilizó la historia.

Igual terminó siendo a favor de la historia.

Por supuesto.

TODOS NACEMOS MUERTOS - PORTADA2

¿Mientras hacías el master y escribías esta historia aparecieron otras que también querías escribir? ¿Qué determinó que esta y no otra historia fuera la que escogieras para tu primera novela?

Porque creo que hay ciertas historias que se quedan dando vueltas, como fantasmas. Y esta fue una de ellas. Yo estaba segura de querer contarla, porque es una historia que me persigue desde niña. Y tenía que sacarla, era lo primero que tenía que sacar. Con respecto a otras historias que surgieron, sí, muchas cosas más, sobre todo autoficción, que es el género principal de mis cuentos. Y la experiencia de vivir afuera me hizo escribir desde la perspectiva de la migrante del tercer mundo.

¿Ha quedado mucho en el tintero de cosas de las que quisieras contar y que ahora, por cuestiones familiares como me decías, no has escrito? ¿O crees que hay cosas sobre las que definitivamente no se puede escribir?

No. Creo que se puede escribir de todo. En mi caso, no era el momento de publicarlas, supongo que en algún momento publicaré las cosas que edité del libro. Por lo pronto, ya estoy trabajando en mi siguiente proyecto, que no tiene mucho ver con el primero.

¿Qué te hizo decidir por esta estructura? En la que los personajes narran desde sus perspectivas particulares.

El primer capítulo, que fue una especie de experimento. Tenía serios problemas para narrar la vida de una mujer que ha vivido hace cien años. Una profesora de la maestría me hizo una pregunta que cambió toda mi idea acerca de lo que venía haciendo, me dijo ¿qué siente una mujer que llega a un lugar con las piernas llenas de llagas? Entonces decidí meterme en los zapatos del personaje para encontrar su propia voz. Ahí fue cuando emprendí ese viaje, porque cada personaje era un viaje y eso me ayudó a dejar de juzgarlos. Cada uno pertenecía a un contexto particular, a una coyuntura histórica y no a lo que nosotros determinamos qué es cruel y qué no lo es.

¿Te planteó algún dilema la cuestión de ser fiel a la historia real en la novela, o ya tenías claro que iba a ser ficción y lo demás un soporte?

Yo ya tenía claro que iba a ser una novela. Lo que hice fue aprovechar una historia que me pareció muy interesante y apropiármela. La usé de base. No tuve ningún problema con ficcionarla. No le fui fiel para nada a la historia real.

¿Los datos documentales al final de la novela qué papel cumplen entonces?

Darle un soporte y dejar en claro que estos personajes existieron. A pesar de que yo los he matizado y pintado a mi antojo. Pero lo que me gusta de poner las fotos es que el límite de la ficción y la no ficción se difumina.

¿Cuáles son tus referentes literarios? No necesariamente tus maestros, pero autores que de alguna manera te han marcado como lectora y escritora.

Me gustan mucho Alan Pauls, Alice Munro, Marguerite Duras. Soy fan de Julio Ramón Ribeyro, leo y releo sus cuentos. Y los clásicos, Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar, Bioy, Poe. También me gustan mucho los peruanos Gabriela Wiener, Claudia Ulloa y Dany Salvatierra. Otros autores fundamentales serían Philip Roth, John Cheever, Faulkner, Antonio Muñoz Molina… podría darte una larga lista.

¿Tuviste algún modelo para la novela en sí?

Sí. Este no fue tanto un modelo literario como estructural, leí hace alguno años Raíces de Alex Haley, una novela en la que el periodista se remonta hasta el primer esclavo negro entre sus antepasados. Otra fue Patrimonio de Philip Roth y La vista desde Castle Rock de Alice Munro, en la que ella presenta documentos reales a partir de los cuales va armando la historia. Otro referente también fue The Wapshot Chronicle de John Cheever y El dolor de Marguerite Duras.

¿Cómo observas? ¿Cómo se convierte en literatura aquello que ves en el mundo?

Son cosas en apariencia efímeras, pasajeras. Que tal vez otras personas no le prestan atención. Y esas ideas dan vueltas y vueltas y no me dejan hasta que las saco. Como fantasmas.