La retrospectiva que presenta el Festival Transcinema de Luis Ospina tuvo ayer su momento más alto al proyectarse Todo comenzó por el fin (2015), un documental que retrata, tomando como punto de partida al propio Ospina al borde de la muerte, lo que fue el llamado grupo de Cali. En él, sus figuras emblemáticas: Andrés Caicedo, Carlos Mayolo y, por supuesto, Cali. Desde el testimonio de quienes complementaron este grupo (actores, guionistas, técnicos), Ospina vuelve sobre material de archivo para narrar la historia definitiva de un grupo que revolucionó el cine en Colombia. Si bien Ospina se había acercado ya a estos personajes y a la propia ciudad de Cali en Agarrando pueblo (1978), Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos (1986) y Adiós a Cali (1990), su film más reciente es una versión corregida y aumentada de todos ellos.

Todo comienza por el fin porque Luis Ospina hace esta película postrado en la cama de un hospital. La eventual muerte del director caleño sirve de detonante para hablar de un movimiento marcado por la elevada producción de realizaciones cinematográficas, las celebraciones y el consumo de drogas y alcohol, entre la década del setenta y ochenta, y también la autodestrucción. Andrés Caicedo, primero, suicidándose a los 26 años y Carlos Mayolo, que hizo lo propio pero lentamente, hasta morir a los 62 años. Luis Ospina asume el rol del único representante vivo de este grupo, y cuenta la historia desde su enfermedad, como si él fuese, de algún modo, la somatización de esa generación. Se graba a sí mismo en su cuarto de hospital, camino a la sala de operaciones, en la UCI y cuando le dan de alta. Incluye imágenes de los estudios médicos, su diagnóstico y conversaciones con los doctores. Lo registra todo. Así empieza y termina la película, pero en el interín viene la historia que realmente importa, la del grupo de Cali. Porque en estricto el documental de Ospina tiene valor en tanto documento histórico, sobre todo en su búsqueda por retratar las figuras de Caicedo, Mayolo y una generación que vivió siempre al límite.

Todo comenzó por el fin es la apuesta más arriesgada del director, lo que no significa que haya llegado, del todo, a buen puerto. Sus documentales carecen de audacia estilística, en donde el contenido prevalece sobre la forma, casi siempre plagada de entrevistas que colocan al propio Ospina entre la cámara y el entrevistado, y que lo acercan más al reportaje que al documental de creación. Es el caso, por ejemplo, de Ojo y vista: peligra la vida del artista y Nuestra película, ambos retratos de artistas de muy distinta índole entre sí, pero retratos finalmente en donde lo que se dice es más importante que la narración en sí. Lo mismo sucede con su última película, que a diferencia de mucha de su obra anterior (grabada en formato de video analógico), propone varias texturas producto del registro en distintos momentos temporales.

La relevancia de Ospina radica en su posición, privilegiada, de testigo directo de una generación de artistas que marcó el devenir cultural de Colombia. No en su estilo ni su postura estética del cine. Su papel no es otro que el de narrador de una época, un retratista que, al verse amenazado por la muerte, decide girar la cámara y sumarse a la foto, convirtiéndose en un personaje más de su propia obra.