Videofilia (y otros síndromes virales), de Juan Daniel Molero, es, ante todo, una historia apocalíptica. En ella conviven el antimesías, aquel que anuncia el fin y que es víctima de su propio presagio, y una mujer que canaliza el desastre, que inocula el mal (o se deja ser), para convertirse finalmente en la figura determinante de la debacle del primero. Una femme fatale contaminada, una Venus deshecha en pixeles.

A partir de ahí la atmósfera se irá enrareciendo, precisamente poque el “virus” ha sido instalado. El principio es sencillo: primero el vaticinio de algo que, no se sabe qué, modificará la vida tal cual es conocida, y luego la epifanía. “¡Videofilia!”, dice uno de ellos, como el grito de “Eureka”, al abrir los ojos tras una noche de borrachera. A partir de ahí la atmósfera se irá enrareciendo, precisamente poque el “virus” ha sido instalado. Pero, ¿en dónde? Aparentemente en el mundo virtual, cuya nomenclatura perniciosa, propia de computadoras infestadas, aparece primero en los monitores de los gamers, pero trasciende su propia naturaleza y, poco a poco, toma posesión del mundo representado, es decir, aparece en aquello que como espectadores vamos observando en la pantalla.

El síndrome, ya situado, parece devenir de una generación completamente agolpada a los dispositivos móviles y a las relaciones virtuales, a distancia, no contactadas con el mundo sensible. Seres distantes entre sí, fantasiosos, idos, pornógrafos, adictos, enajenados, paranoicos, que parecen levitar sobre la realidad, sin tocarla, y la cual evitan radicalmente a través de un monitor. Porque es esta actitud evasiva la que los vuelve propensos al contagio, y lo que, finalmente, termina por destruirlos.

Juan Daniel Molero consigue, con este su primer largometraje de ficción, abordar con originalidad e inventiva (infrecuente en la cinematografía peruana) una problemática que atraviesa un sector, cada vez mayoritario, de la juventud (léase, sobre todo, primera juventud). Sin embargo, no es su propósito de denuncia, si es que la hay, lo que hace de esta ópera prima un aparato interesante, sino su carácter artesanal, el logro visual a pesar de la carencias técnicas, a través de una historia plagada de referentes pop y en donde la “videofilia” se entiende como esta necesidad imperante de la imagen en movimiento (video) y las alucinaciones frente al contacto real, sin máscaras, que supone, tradicionalmente, la vida diaria.

Una historia fantástica que, a pesar de ciertas debilidades (como la función de uno de los personajes femeninos que pasa del activismo político al terrorismo, más allá de aportar en algo a la atmósfera apocalíptica), logra, gracias a un buen manejo formal de los elementos más experimentales, entregar una película con un lenguaje personal y una propuesta estética que recuerda, una vez más, que para hacer buen cine se necesita, ante todo, una buena historia. El resto es secundario.

[Publicado originalmente en EnLima Agenda Cultural en enero del 2016]