Por Juan Toledo

Xaviera Ringeling es, a ojos nuestros y de muchos otros, una joven autora a quien ya se le vaticinan reconocimiento y glorias postreras. Aquí, en nuestra reseña de su primer poemario, Alba, les explicamos por qué la deben leer

En la República, Platón castiga a Homero por mofarse de los dioses y a los actores por tener la capacidad de representar una realidad inexistente. Para él -filósofo antidemocrático por excelencia y creador de la doctrina religiosa- poetas y actores no eran de confiar pues tenían la facultad de corromper las mentes de los jóvenes atenienses. Quizá muchos no se percaten, pero existe una relación cercana entre la filosofía y la poesía, pero la poesía que vale la pena leer, debemos agregar diligentemente.

Xaviera Ringeling es una chilena nacida en Paraguay que ha trashumado por ciudades tan diversas como Santiago, La Paz, Quito, Boston, Nueva York para venir -al menos por ahora- a residir en Londres. Ringeling estudió filosofía en La Pontificia Universidad Católica de Chile y esos años en las aulas de la Pontificia se evidencian en muchos de sus poemas. De hecho esa relación entre el ser poético y el ser filosófico bien puede verse como uno de los postulados de su poética que ella expresa como: “metáfora / filosofía poética creativa”  

Alba, texto de Xaviera Ringeling

Y si aceptamos que la poesía es una forma de filosofar cantando ¿a qué le canta Ringeling en Alba? Como en toda colección de poemas, hay temas recurrentes: la ciudad, los números, el horizonte como símbolo de una salvación o un destino metafísico ulterior; los misterios de lo vegetal, del “profundo orgullo celular” y lo genético. Estas visiones son expresadas por unión de opuestos “que no son lo mismo / pero son iguales”; de enfáticas repeticiones “ahora vamos, vamos y vamos / volvamos” de que “somos algo grave y liviano” hechos de acciones complementarias: “de perseguir / perseguirnos”, “que te sostuvo / sostiene”, “desbordarse / desbordarme” así como también de ese “frágil balance” que nunca se resuelve o si se resuelve pasa a constituir la realidad fracturada de nuestro devenir en el tiempo y en el espacio: “que tal si en mí hubiere / grieta donde pasara / perentorio el tiempo / ese tiempo remoto tras las cosas” 

Los entes y las cosas que pueblan los versos de Alba son la luz -naturalmente- pero también los números, los tambores, los gritos, los aullidos, los bramidos y los ecos o su carencia de ellos. Las lágrimas, las grietas, las fisuras, las máculas, las bocanadas de aire, el baile, los pájaros y las ventanas: “cualquier ventana”, ventanas abiertas, “ventanas sin pájaros”, “...ventana sin marco”, “infinitas ventanas iluminadas”, ventanas prestadas como las horas en las que nos toca vivir y ventanas por donde presenciamos “interminables atardeceres furiosos.” La ventana como metáfora en Ringeling parece aseverar afirmativamente que nuestra existencia no es otra cosa que una “opción por el ser ante la nada.”  La nada que es vacío y vértigo se transfigura en la ventana por donde entra la luz de un alba que siempre ofrece la promesa, siempre incumplida pero vigente, de un amanecer distinto. Es por ello que estos poemas en conjunto no puedan tildarse de pesimistas, a pesar sus negaciones de orden filosófico, y menos aún de nihilistas.



galopa el invierno sobre la avenidas de Boston / como una navaja en la punta del viento” 

Los diferentes periplos de la autora se han traducido en versos a varias ciudades. Hay composiciones a Santiago, a Florencia, a una Superurbe – quizá Nueva York- y a Boston que se resuelve en uno de los poemas más cortos -en el libro hay varios poemas de cuatro o menos línea- pero maravillosamente imaginado. Su primer invierno en Estados Unidos, “es mi primer invierno en el norte / y vaya que invierno” dice y sobre Boston, en particular, nos ofrece esta invernal imagen shakespeareana donde el colmillo de Shakespeare es reemplazado por algo más cortante” galopa el invierno sobre las avenidas de Boston / como una navaja en la punta del viento”.

Y si Boston nos depara una imagen inolvidable, esta no es nada cálida. Las urbes descritas en Alba son inhóspitas, geometrías deshumanizadas; ni siquiera la pintoresca Florencia de “cintura bruñida” y “garganta de acrílico / silueta del espacio baldío” se salva de tal visión. Santiago, por ejemplo, en alusión a su topografía, es “una bestia respirando / al pie de los montes” y su Superurbe es un lugar de “agua sin luz ni vida ni dioses… donde los edificios rasguñan el cielo / y las luces asesinan las estrellas” No obstante, Ringeling no insulta la inteligencia de sus lectores tratando de contraponer una maniquea y falsa idealización un mundo “incoherentemente bucólico”.  

Algunos de los versos y poemas más abstractos tienen que ver con números. Es una de sus preocupaciones poéticas, personalmente para mí, más interesantes y singulares ya que no muchos autores abordan el tema de las matemáticas en la poesía. Pero aquí estamos lejos de ese concepto pitagórico de los números como símbolos del lenguaje sacro del universo y génesis de la metafísica y la idea misma de Dios. A la verdad pura de los números según el filósofo pre-socrático, se le opone la noción de estos como uno más de los elementos del caos. Me pregunto si aquí hay esa crítica intuitiva que la filosofía siempre le ha hecho a la ciencia y sus supuestas verdades absolutas.  En el poema Laberintos leemos de “lágrimas geométricas / a esta hora angustia y número / otros en mí mojaban la esquina del dígito / pero yo tengo secas ecuaciones y restas / y las comparaciones y las comparaciones / menos a mayor que igual al infinito / multiplicado por el dolor del cálculo/ y sus laberintos.” En el mejor de los casos las matemáticas son realidades pastorales comparables a “la bruma que se disipa” revelando  “el contorno suave de un camino posible” pero en últimas son “conceptos cuadrados o carentes de forma” sin dejar de ser por eso “mundos matemáticamente ordenados.”  Es una advertencia contra ese falso mesías que es la ciencia ya que “el ímpetu del número / hace inconmovible y compartida / nuestra pedernal insignificancia.


Por último está la idea de un horizonte sino redentor al menos sí como punto de referencia para el alivio al desasosiego de la existencia. Uno de los tantos poemas intitulados reza “llevo ocho años tratando / de levantar la cabeza del charco / cada vez que estiro el cuello / cada vez que veo una ruta por encima / del agua sucia y del polvo que acumulo cada día / me expongo al golpe de las rocas / que ruedan sueltas por la calle” Es un mensaje cuyo inherente existencialismo no veda la posibilidad de que con nuestra imaginación y deseo transcendamos en algo las horas que se nos han deparado vivir. Alba, abre con una especulación “dicen que los sueños se guardan más allá / y más allá aún / tal vez en la línea que separa el cielo y la tierra “y cierra con una afirmación que vislumbramos por una de sus ventanas abiertas: “los sueños están más acá  y más acá aún / van a morir a la línea que separa el cielo de la tierra”. La mera posibilidad de estar próximos al horizonte donde van a morir nuestros sueños hace de este poemario un libro que vale la pena leer y leer con cuidado. 

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Alba, Xaviera Ringeling. El ojo de la Cultura. London, 2019. £8 pasta rústica £5 Kindle