Por Guillermo Arboleda
Damos la bienvenida a un nuevo colaborador con un texto que nos recuerda esa cercana y virulenta relación que siempre hemos tenido con los gérmenes y de la singularidad de los virus que, sin nosotros, no les es posible existir
No es raro que siempre esperemos el amanecer. Somos animales diurnos y la noche nos despierta nuestros más profundos temores porque es en la noche es donde yacen los depredadores, la muerte y la nada. Está lo que no puedes ver y que solo puedes imaginar pero hoy, como humanidad, seguro nos levantamos y si miramos la noche -una más profunda y obscura que de costumbre- es una sin estrellas ni luna y en medio de la nada. Pero esta noche, aunque temida, no es más que una sucesión de noches y amaneceres.
La peste no es algo nuevo. Los gérmenes de todo tipo siempre han estado presentes yendo y viniendo, algunas veces con más ahínco, otras con tanto sigilo que incluso llegamos a olvidar su existencia. Sin embargo, dicen que las pestes o al menos muchas de ellas llegaron cuando domesticamos las plantas y los animales y sus gérmenes se hicieron nuestros gérmenes y los nuestros los de ellos en ese nuevo orden que creamos a nuestro gusto y quién sabe si a disgusto de ellos, y al que le dimos el nombre de civilización.
Cada pueblo de la antigüedad vivió la peste y sufrió su desconsuelo. ¿Cómo olvidar la gran Peste Negra por ejemplo? Es imposible, aun hoy, no pesar en como redujo a la nada, en algo menos de diez años, la población de Europa a mediados del siglo XlV. Y esta no fue la primera, porque ya Roma había sido arrasada antes por dos episodios particularmente fuertes: la antonina y la justiniana. Luego la peste arrasó América, Polinesia y Australia con los gérmenes que llegaron con los conquistadores y colonizadores.
La peste solo paraba cuando se cansaba, cuando los pueblos afectados podían equilibrar la balanza ya que biológicamente los seres vivos se defienden de los gérmenes cuando desarrollan los antígenos que le permiten identificarlos y sin este retrato hablado ellos pasaran inadvertidos pudiendo recorrer a sus anchas el cuerpo desprevenido del infectado. Es extraño que el virus no tenga vida propia, es un simple fantasma con identidad pero sin cuerpo y, como en una película de terror de serie B, necesita poseer un cuerpo para ser y luego lo tiene que matar para poder perpetuarse y al final este oportunista es hallado. En este momento llega a una tregua donde ambas partes deciden no destruirse. Así parten entonces hacia el anonimato esperando una nueva oportunidad.
Es extraño que el virus no tenga vida propia, es un simple fantasma con identidad pero sin cuerpo
La renovación y esta sucesión de guerras y paces es normal en el mundo biológico que no solo busca, mediante la competencia; mantenerse, perpetuarse y renovarse sino que es parte del cambio necesario que no es necesariamente saludable y menos para el ser humano que aunque racionaliza estos sucesos también proyecta sus temores al respecto. Pero la peste nos obliga a enfrentar esos temores cara a cara y a dejarlos atrás. Es una renuncia obligada y muchas veces necesaria.
En el pasado, a pesar de la tristeza que causó, también ocasionó algunos cambios buenos y otros no tanto, en especial para quienes perdieron con ellos. Al juzgar la historia y más aún el devenir de la biología, es algo en lo que a veces la ética se queda corta y es ahí donde encontramos el primer problema. La ética, lo que el ser humano considera bueno o malo, no es compartida para nada por el mundo natural.
Es aquí donde encontramos la peste en el mundo moderno. Son varios referentes que van desde el cólera que obligó a mejorar los sistemas sanitarios de las grandes ciudades en las que antes de ellos fallecían casi tantas personas como llegaban a ella de los campos; hasta la gripe española. Esta fue la última peste que cobro como mínimo la vida de veinte millones de almas pero pudieron ser muchas más. Esta peste fue originada por una cepa del H1N1 que hoy es más bien casi inofensivo, Sin embargo, esa vez afecto mayormente a la población de veinte a cuarenta años, ya que esa generación no había sido expuesta a los virus de esa cepa según parece aunque para la gran mortandad causada paso inadvertido porque el mundo apenas se estaba terminando de despertar de una carnicería debida a un mal mayor que la propia peste: la Primera Guerra Mundial.

Comparado con las anteriores, nuestra actual pandemia es mucho más que modesta. ¿Entonces por qué nos afecta tanto? La razón es que más que atacar a nuestro sistema inmunológico, ataca nuestra visión del mundo y la que hemos construido de nosotros mismos. Por un lado ataca nuestra forma de vida inmersa en la globalización donde cuando alguien tose en China otro bien puede decir «Salud» en California. Lo otro es que nos pone de frente ante nuestros temores y los logros que, como especie, hemos alcanzado.
La contradicción entre mantener la economía que depende más que nunca de intercambios de todo tipo y los logros alcanzados: la lucha contra nuestro más profundo temor (la muerte) y la idea de un mundo plural donde prevalece el ideal de humanidad nos pone contra la pared ante un dilema que antes fue más la supervivencia como especie, el designio de la biología.
Solo nos queda especular sobre un nuevo mundo y una posible conciliación. Esto es lo que resta antes del amanecer y cómo será el nuevo día y cómo lo viviremos de una mejor manera. Posiblemente, el mundo que emerja no sea el que deseamos. De pronto haya temores nuevos y también economías nuevas. Quizá ayude a profundizar cambios que ya se avecinaban como la cuarta revolución, la virtualización de las relaciones y de la economía en general; así como el control de la población desde las redes. Pero más allá de ello, nos obliga a una conciliación profunda entre nuestros temores y el de un mundo aún no previsto, el del mundo natural que siempre tendrá un sol para alumbrar ese nuevo amanecer.
Guillermo Arboleda es ingeniero de profesión, escritor y blogger; es además fanático de la historia, del conocimiento de las culturas ancestrales y del entramado de las relaciones entre los seres humanos. Algunos más de sus textos pueden encontrarlos aquí