Ya pasaron los Oscar con todo lo que implica, especialmente para los países que tienen nominación a mejor película extranjera. Recuerdo momentos similares de euforia en España con la candidatura de Almodovar y sus Mujeres al borde de un ataque de nervios en 1989. Antes se había ganado con la prescindible Volver a empezar (1982) de José Luís Garci y los cinéfilos españoles tenían a Almodovar como un autor a reivindicar, con su propio universo, fruto de un país muy diferente del que Garci representaba. La expectativa almodovariana solo se vio recompensada con un Oscar en 1999 para Todo sobre mi madre. Pero ese anhelo, esa ansia que se generó ante la candidatura también era fruto de una locura que una mirada más tranquila y distante hubiera podido relativizar. En cuanto se opta al premio se pierde el norte, todo entra ya en una fenomenología extraña donde prima más la euforia que la racionalidad. Digo esto porque si de algo sirven los Oscar, se gane o no, es para que el país de producción se sitúe en el candelero. Ya con eso, El abrazo de la serpiente de Ciro Guerra se puede dar con un canto en los dientes. Por primera vez el cine colombiano llega tan lejos en ese paraíso artificial llamado Hollywood. Claro que Colombia también tiene mucho de paraíso artificial, ¿no? Una vez bajado el souflée podemos ver a través de la maleza de la jungla.

Es precisamente desde la mirada a lo que significa un “cine nacional” que quiero desarrollar estas notas. De lo que significa para una nación hablar de lo suyo y cómo de esa intimidad surge un relato globalizado que adquiere interés hasta para unos “académicos” gringos bien alejados de las culturas ancestrales indígenas del Amazonas. Es una gran oportunidad para proponer un debate sobre la representación de la selva y de lo amazónico desde la ficción cinematográfica colombiana.

Colombia tiene una buena parte de su territorio en el Amazonas. Sin embargo, continua siendo una realidad velada para el resto de sus conciudadanos. Es por esa desconexión que el espacio mantiene ese halo de mítico, de irrealidad que fluye a través de las narraciones indígenas, muy alejadas del raciocinio occidental del que Colombia es parte. La representación de la selva en el cine colombiano, desde el mainstream, ha debido esperar hasta la película de Ciro Guerra para ser pasto de la crítica y consumo del público capitalino. Ciro Guerra es del Departamento del César, alejado del Amazonas. Y no es malo, solo que situarlo en el mapa ayuda a entender su imagen externa.

Por supuesto, lo que la cinefilia nos ha dejado como representación de lo amazónico y previo a este abrazo, tiene que ver con lo que pudo explicarnos Herzog en Fitzcarraldo (1982) o Aguirre la cólera de Dios (1972), o en algunos productos “serios” de Hollywood como La misión (1986) de Roland Joffé, Los últimos días del Edén (1992) de John McTiernan o Mosquito Coast (1986) de Peter Weir. Es decir, que la representación de un espacio real como la selva no solo se ha hecho desde el desconocimiento sino que las más de las veces desde una mirada occidental externa. Y creo que Ciro Guerra repite algunos de esos esquemas. Ni malos, ni buenos. Con sus pros y contras.

En esta perfecta imperfección que propone la imagen en movimiento, la película de Ciro Guerra se atreve a adentrarse en diferentes temas que intentan crear una “imagen de la selva” a partir del choque de civilizaciones entre la razón y el mito. Una “razón” representada por la presencia de los exploradores y un mito encarnado en un indígena y su doble yo vacío. De ese encontronazo, el film toma partido por el mito, y la selva se reinventa para la mirada occidental desde los tópicos que el cine ha venido construyendo desde hace ya tiempo: la aproximación a la selva desde lo racional (la expedición científica) y el entendimiento a través del sueño y la alucinación. Como decía anteriormente, Herzog ya se acercó a la Selva desde esos parámetros en donde la naturaleza se enfrenta incontestable al intento razonado del hombre por dominarla. La representación de la selva desde el mito se me antoja que desproblematiza precisamente todo el contexto de la Amazonía y los pueblos amazónicos. El film da una cierta imagen de desaparición de lo indígena y de los mismos indígenas y solo se puede tener en cuenta en el contexto histórico de la ficción y no desde un análisis contemporáneo que tenga en cuenta la defensa de la historia y las tradiciones de los indígenas del Amazonas.

Hay varios ejemplos que no pasan un análisis riguroso de la realidad indígena amazónica. Especialmente el que tiene que ver con la preparación del Yagé, bebida sagrada y que en la película sufre de cierta metaforización, quizá cierta banalización y que imagino se hace con la intención, de nuevo, de situarse en un espacio mítico y por lo tanto no real, no explicado. Convive en esta película el mérito de visibilizar la selva, de dar un trato respetuoso a las comunidades indígenas, con una nula perspectiva crítica o un desconocimiento del contexto que ha generado comentarios adversos desde las comunidades indígenas. También delata cómo han sido de nulas las políticas culturales en Colombia para garantizar los derechos en materia de comunicación y difusión de esas mismas comunidades que el film retrata. Por supuesto, El abrazo de la serpiente es una ficción y dispone de algunos permisos y concesiones para con la realidad que aborda. Y sin embargo…

En la filmografía anterior de Ciro Guerra, el conocimiento y cómo se transmite entre las personas ha sido un tema principal de su filmografía. Recordemos solamente Los viajes del viento (2009) y ese camino de aprendizaje con un acordeón diabólico. En El abrazo de la serpiente plantea un “tour de force” entre dos conocimientos con orígenes bien diferentes. Pero insisto, opta por el “déjate abrazar por la serpiente” o “escucha a tus sueños” propio del conocimiento mítico. Desde mi punto de vista occidental no sé si precisamente esta opción “contamina” el film precisamente aportando una imagen idealizada de la selva, muy atractiva para un público occidental alejado de la realidad amazónica.

Por Julio Lamaña