En nuestra segunda charla del ciclo sobre la guerra entre España y los Países Bajos, hablamos con el Subdirector del Departamento de Historia Moderna e Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid sobre algunos de los puntos de vista desde el otro lado del conflicto: el español


En la historia parece haber un axioma que afirma que personajes influyentes del pasado que se hayan destacado por su ineptitud o su crueldad usualmente terminan siendo figuras caricaturescas. Ese es el caso del tercer y muy capaz Duque de Alba, quien, según el historiador y profesor de la Universidad Complutense de Madrid Bernardo García, ha sido consignado como el “malo de la película” en la llamada Guerra de los 80 Años, muy a pesar de la preocupación que él tenía de su propio legado y de las numerosas hazañas que en vida completó. 

Sería para sociólogos y no historiadores el ponderar las razones de esas ridiculizaciones. Pero para García, el Duque de Alba representa una figura útil en la galvanización de las aspiraciones de las sublevadas provincias neerlandesas. Y es que justamente desde la mirada holandesa calvinista y secesionista de los siglos XVI y XVII, Alba fue el oprobio político y el coco panfletario que les ayudó a concentrar sus causas separatistas.

Por ello no deja de ser paradójico que Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel o Duque de hierro, a pesar de haber sido un estadista, diplomático y jefe militar en el más amplio sentido de la palabra, y de nuevo, alguien obsesionado por su legado histórico, haya no sólo ganado batallas significativas pero al mismo tiempo “perdido” la guerra, si no que hoy por hoy sea la figura más controvertida de ese conflicto europeo que marcó el comienzo de nuestra modernidad. 

Si Alba era, en una analogía del propio García, el desalmado que se pudo haber usado para asustar a las jóvenes mentes calvinistas, chantajeándolas para que se portasen bien, para la corona española él era uno de sus más efectivos y fiables servidores. En 1567 el Duque y sus tropas llegan a Bruselas completando así El camino español. Una ruta de más de mil kilómetros de longitud, que se había iniciado en Milán y que le permitió a España enviar por tierra refuerzos de Tercios -los soldados entrenados de la corona española-, ya que la vía marítima estaba bloqueada por su guerra con Francia. Fue un hazaña logística excepcional, pues significó crear un camino a través de los Alpes, El Jura  y la Selva Negra. Hay que recordar que en la Europa del Siglo XVI ese era un terreno muy heterogéneo que pasaba por muchos trechos de bosques vírgenes y sierra inhóspita. Y en ese entonces un ejército no era una tropa ligera sino un heterodoxo y pesado desfile de maquinaria de guerra, mujeres, niños y hasta ganado vivo.  Entre 1567 y 1620 los españoles transportaron más de 120 mil hombres desde Italia hasta Flandes. Y en términos estrictamente cronológicos se debe añadir que esa ruta creada por Alba se completó justamente un año antes del inicio de las hostilidades bélicas por parte de las provincias separatistas holandesas.  

Y justamente es la idea de lo heterogéneo lo que se nos revela en la charla con este conocido historiador español. Heterogéneo fue el terreno que cubría El camino español; y heterogéneas eran también las posesiones de los Habsburgo en el siglo XVI, pues junto con las inmensas colonias en el Nuevo Mundo, igualmente regían sobre un territorio muy diverso en el centro de Europa; territorio que se extendía desde Sicilia hasta Holanda. De manera similar el conflicto entre los Países Bajos y España fue bastante heterogéneo, pues, como bien lo explica el propio García, virtualmente no hubo batallas campales pues el poderoso y costosísimo ejército español del momento se enfrentó a una guerra de guerrillas. Pensemos por un momento en Vietnam y veremos que esa idea de la modernidad de los siglos XVI y XVII empieza a ser más evidente. Y, por último, heterogéneo también fue la conformación de las tropas españolas pues junto a los temidos Tercios había soldados muy irregulares y no entrenados, desde cazafortunas y aventureros hasta fugitivos y, por supuesto, uno que otro lunático.

Hay dos aspectos más que tal vez sea importante no obviar. El primero es que España estaba defendiendo no solo el catolicismo -y su irreparable unidad- sino la cristiandad misma en su guerra con el imperio otomano. El segundo es el de cómo cambia La Guerra de los 80 Años entre los siglos XVI y XVII. Se podría decir que es un legado casi directo de Felipe II que consigue muy al final de su vida cuando el rey francés y Borbón, Enrique IV, se convierte del protestantismo al catolicismo, lo cual hace que la guerra con Francia ya no tenga sentido. Esto cimentó los matrimonios hispanofranceses del príncipe Felipe, hijo de Felipe III, con Isabel de Borbón y de Luis XIII con la infanta Ana de Austria. 

Pero, y Bernardo García es muy claro en este punto, una de las más ingeniosas estrategias de Felipe II para poder empezar a negociar una paz y políticamente aceptar la soberanía de las provincias rebeldes fue el matrimonio de su primogénita Isabel Clara Eugenia con el archiduque Alberto de Austria. Esta unión le permitió a su sucesor, Felipe III, admitir implícitamente la soberanía de los Países Bajos bajo el régimen de su hermana. De esta manera,  la corona española pudo negociar de soberano a soberana en vez de algo inconcebible en ese entonces y también ahora: una negociación entre soberano y representantes de unas provincias rebeldes. 

El gobierno de Isabel Clara Eugenia coincidió con el inicio del Siglo de Oro Holandés. Era la primera vez en la historia que en menos de un siglo Europa vería tres mujeres ejerciendo como soberanas y dos de ellas directamente relacionadas con Felipe II, Maria I de Inglaterra -primera esposa de Felipe-, Isabel I -también de Inglaterra- e Isabel Clara Eugenia, su hija con una reina francesa. Es evidente que es alrededor de estos conflictos y durante estos dos siglos donde la figura de la mujer adquiere un papel muy preponderante en las monarquías y en la política europeas.

Uno de los temas de los cuales ha escrito el profesor García es sobre La Pax Hispanica, política de pacificación iniciada con la paz hispanofrancesa de Vervins en 1598, y que se completa con la paz hispanoinglesia de Londres en 1604 y la Tregua de los Doce Años con las Provincias neerlandesas (1609-1621). Una cesación de hostilidades religiosas que cambió definitivamente no solo la naturaleza del conflicto con los Países Bajos, sino las relaciones de poder entre las naciones europeas, pues marcó el fin de lo que desde cualquier punto que se mire fue “la primera guerra realmente mundial” haciendo que sus latentes escaramuzas y conflictos se trasladaran a otras partes del mundo incluyendo Asia, Brasil y el Caribe.

Sin lugar a dudas el siglo XVII trajo consigo años de esplendor y lucha, de grandes conflictos religiosos, guerras civiles, enormes avances científicos, logros artísticos y el inicio de un comercio auténticamente global. Y tal como afirma Matthew Stweart en su libro The Courtier and The Heretic:  “Si hay un hilo único que ayudó a tejer ese rico y confuso tapiz de la vida del siglo XVII fue el de la transición, el momento en que el orden teocrático del mundo medieval cedió ante el orden secular de la modernidad”. Esta charla con el profesor Bernando García nos demuestra cómo figuras de la talla del Duque de Alba y, aún más, el mismo Felipe II fueron paradójicas, pero inexorablemente parte a la vez de ese viejo orden y también forjadores de su transición y sus subsecuentes cambios.  


Bernardo García García ha escrito varios libros sobre diversos temas de la historia europea de los siglos XVI y XVII, entre otros El Piamonte en guerra (1613-1659): La frontera olvidada, Apariencia y razón: Las artes y la arquitectura en el reinado de Felipe III, De puño y letra: Cartas personales en la redes dinásticas de la casa de Austria, Teatros y comediantes en el Madrid de Felipe II, co-escrito con Carmen Sanz Ayón y uno de sus más conocidos libros La Pax Hispanica: Política exterior del Duque de Lerma, publicado en 1996.

Esta serie ha sido hecha con el apoyo del Instituto Cervantes de Utrecht cuya labor cultural puede consultarse aquí