En nuestra última charla sobre la llamada Guerra de los Ochenta Años, hablamos con el profesor titular de Historia de América de la Universidad de Salamanca sobre cómo ese conflicto terminó proyectándose de manera global  


Para el historiador José Manuel Santos la tregua de 1609 a 1621 entre España y las provincias rebeldes neerlandesas hizo que La Guerra de los 80 Años cambiase totalmente de cariz pues no solo coincidió con ese otro gran conflicto que fue La Guerra de los 30 Años -una imagen geométrica de la historia nos permite imaginarnos esos dos importantes conflictos europeos como círculos concéntricos donde uno cabe perfectamente dentro del otro- sino que también tomó un carácter global con el intento neerlandés de dominar las rutas comerciales hacia Europa. Santos cita al conocido historiador y espía británico Charles Boxer al decir que ese conflicto fue la verdadera Primera Guerra Mundial.

Y es que si miramos de cerca las razones del conflicto de La Guerra de los 80 Años nos encontramos con antagonismos religiosos, comerciales y hasta culturales. Esto último si nos referimos particularmente a la forma en que los holandeses se asentaron en los territorios del Nuevo Mundo. Santos nos recuerda cómo los holandeses recrearon mini ciudades holandesas como fue el caso de Batavia en Indonesia o el puerto marítimo de Recife en Brasil. También nos advierte que a pesar de tener una capacidad de conquista y poder militar muy elevada, los Holandeses nunca tuvieron una gran capacidad de colonizar esas conquistas que obtuvieron como si la tuvieron los ibéricos. La pregunta es ¿por qué?     

Parte de la respuesta puede verse en los cuadros que Johannes Vermeer quien empezó a pintar menos de una década después del final de La Guerra de los 80 Años. Las imágenes del conocido artista de La Edad de Oro Neerlandesa representan un mundo urbano, sofisticado y afluente. Mujeres con una jarra de vino, tocando instrumentos musicales o leyendo -pensemos por un momento en el nivel de pobreza y anafabetismo de España y Portugal en el siglo XVII. Santos habla de lo que él llama el limitado “poder de expulsión” que existía en esa esquina del norte de Europa. En otras palabras: los neerlandeses no tenían mucha inclinación de embarcarse en quiméricas travesías transatlánticas o transoceánicas cuando en casa tenían uno de los niveles de vida y confort más elevados del mundo. Vermeer es de los primeros artistas que representan a una clase media afluente y educada. Una clase media quizá no inexistente pero sí muy reducida en España y Portugal. De esta manera, no solo las vastas extensiones de territorios de ultramar de la corona española sino también una palpable pobreza rural y urbana incrementaron la necesidad y por supuesto los deseos de muchos españoles, en su gran mayoría hombres jóvenes, de probar fortuna y de establecerse en el Nuevo Mundo.

Con su idea de “un bajo poder de expulsión” este afable y elocuente historiador español apasionado por la historia de América nos recuerda que los holandeses fueron mejor conquistando que colonizando. Y desmiente de tajo esa teoría un tanto pueril que afirman que la colonización neerlandesa no fue tan extendida porque los holandeses nunca se acoplaron a la vida en el trópico. Según Santos, tan solo basta con recordar la historia de Indonesia para desaprobar tal noción. Y en cuanto a colonizar, la religión jugó un papel que sería prácticamente imposible subestimar. El catolicismo fue, y ha sido, una religión mucho más incluyente que el protestantismo y en particular el calvinismo. El grado de mestizaje que se dio en la América hispana contrasta totalmente con el de la protestante. La creencia de la predestinación les impidió a los calvinistas mezclarse con los nativos. Mientras los españoles eran hombres jóvenes que viajaban solos en busca de fortuna, oro y tierras, los calvinistas viajaban en familias enteras. Si se le mira de cerca, el mundo muti-étnico de hoy día no comenzó con el protestantismo -tanto Indonesia como los Estados Unidos o India son prueba de ello- sino con el catolicismo. Una religión que a partir de La Junta de Valladolid de 1550 había declarado por decreto real que la raza indoamericana ”tenía alma”. 

Santos desmiente de tajo esa teoría un tanto pueril que afirman que la colonización neerlandesa no fue tan extendida porque los holandeses nunca se acoplaron a la vida en el trópico. Según él, tan solo basta con recordar la historia de Indonesia

Toda historia imperial omite el hecho crucial de que un imperio no se construye a base de buenas intenciones. Hay mucho de jingoísmo en toda historia oficial de cada nación. Santos apunta por ejemplo de cómo a partir de los doce años de tregua, los neerlandeses se convirtieron en los principales exportadores de azúcar en Europa. Un comercio que los llevó inicialmente desde Brasil al Caribe. Aruba, Curazao y San Martín son ahora un legado de ese comercio. No obstante lo que no debemos olvidar por un segundo es la asociación de ese comercio con la esclavitud mucho antes de que se extendiese a los cultivos de tabaco y algodon en el sur de los Estados Unidos. 

Son estos aspectos y otros igualmente menos gloriosos los que todavía quedan por discutirse de manera más franca y abierta en artículos de prensa y en las aulas escolares. De ahí lo refrescante y revelador de este ciclo de charlas sobre la llamada Revuelta de Los Países Bajos y, claro está, de nuestra conversación con José Manuel Santos.   


José Manuel Santos Peréz es profesor titular de Historia de América de la Universidad de Salamanca y es Co-Director de La Revista de Estudios Brasileños . Entre sus obras se cuentan La Amazonia brasileña en perspectiva histórica ; Redes y circulación en Brasil durante la Monarquía Hispánica (1580-1640), un libro co-escrito con  Ana Paula Megiani y José Luis Ruiz-Peinado Alonso.

Esta serie ha sido hecha con el apoyo del Instituto Cervantes de Utrecht cuya labor cultural puede consultarse aquí