Por Javier Gragera

Los relatos de Samanta Schweblin son pura acción psicológica. Contados en su mayoría en primera persona del singular, los narradores de cada historia relatan, confiesan o hablan con asombro de algo que sucede y que comparten de manera cruda con el lector. Todo es inmediato y las atmósferas son claustrofóbicas, como alguien que piensa muy deprisa y descarta en su relato los elementos descriptivos o factores superficiales que puedan detener el ritmo de narración. Schweblin indaga así en lo más profundo de unos personajes que, ante situaciones en principio ordinarias, parecen perder el control y caer sin remedio en un renglón torcido de sus vidas, donde les amenaza el abismo de la locura o la paradoja de lo irreal.

En la primera página del primer relato del libro, Nada de todo esto, la narradora se confiesa: «Sé exactamente qué es lo que estamos haciendo, pero acabo de darme cuenta de lo extraño que es». Parece un guiño de la autora argentina, casi una declaración de intenciones para poner en guardia al lector desde el principio. En este relato inicial, uno de los más notables de Siete casas vacías, la que narra es testigo de cómo su madre entra en la vivienda de unos desconocidos y hurga en sus cosas, mientras ella no puede hacer nada para impedirlo. Pero a medida que avanza la trama se intuye que algo más allá de la superficie de las cosas está siendo revelado, y que Schweblin niega y va dosificando las claves para adentrarnos en esta fractura de lo convencional. Ella utiliza así las herramientas del suspense para hablarnos de un existencialismo tenebroso e inmediato, donde lo cotidiano es diseccionado con el bisturí de lo extraño, de lo perturbador, de lo insólito.

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En Pasa siempre en esta casa, otra historia desnuda e incisiva, Schweblin expone la guerra que se ha declarado un matrimonio por custodiar la ropa del hijo muerto. En medio de esta trifulca doméstica se haya una de las vecinas, quien sistemáticamente tiene que recoger las prendas que son arrojadas a su patio y devolvérselas al padre desolado. Más adelante, La respiración cavernaria, el relato que ocupa la parte central de esta colección, supone un cambio de paradigma: deja atrás el vertiginoso fulgor de los otros cuentos para desarrollar una larga trama que casi podría considerarse un intento sesgado de nouvelle. En esta historia la escritora argentina retrata el tortuoso camino que supone la pérdida de memoria de una anciana que lo único que desea es la muerte, a la que espera tercamente haciendo listas y embalando sus pertenencias en cajas.

Con la publicación de Siete casas vacías, que obtuvo el IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero (España, 2015), Schweblin se reivindica como exponente principal de una narrativa a la que se le puede colgar la etiqueta de realismo “enrarecido”. Hay algo macabro y seductor en su forma de contar las cosas, que te atrapa y te sofoca hasta dejarte sin aliento. Tal vez su anzuelo sea la turbación empática que siente el lector ante personajes tan anodinos como universales: es inevitable pensar en la posibilidad de que eso que nos está siendo contado también nos pueda pasar a nosotros en cualquier momento, como si ese lado oscuro de la realidad nos acechase a todos a la vuelta de la esquina. Schweblin, por lo pronto, no tiene miedo de escribirlo. ■


Siete casas vacías / Samanta Schweblin / Editorial Páginas de Espuma / 2015 / 128 pag.