Es una nota extremadamente personal, pero nuestra editora adjunta en Madrid nos ha permitido publicarla. El recuento de los últimos momentos en vida de su padre quién falleció el mismo día de Isabel II y tuvo la oportunidad de comentar la noticia con su hija y hasta decidir si hacía un último crucigrama o no
¿Cómo?
Eran las 10 de la mañana, la Reina Isabel acababa de morir y las noticias se ocupaban de ello. Yo estaba en pijama y deambulaba zombie por la casa. Fui a ver a papá y vi a mamá leyéndole una oración con una lupa, busqué otra cosa con letra para ojos normales y leí algunos párrafos del misal que papá leía a diario y más tarde el periódico y recuerdo que comentamos la noticia del día, el rey ahora era Carlos. Pasamos a los sucesos locales, repasamos la actualidad y llegamos al crucigrama, le pregunté a papá si quería hacerlo y no contestó. A las 11 de la mañana vinieron mis hermanos y nos juntamos al pie de la cama e intentamos matar los nervios contando anécdotas hasta que papá dejó de apretarnos la mano. Nos rompimos, sentí el tiempo caer de golpe y la imposibilidad de volverlo a ver, sentí cómo se me rompía el corazón en trozos imposible de volver a unir, me partí y me volví un mar en el suelo. No nos dijimos nada, no éramos capaces, solo lo miramos a él y nos despedimos como pudimos y había algo de rabia, rabia irracional. Mamá se negó a llamar al médico para el acta. Mamá se negó a qué se lo llevará la funeraria. Mamá se negó a creer que ya no estaba, pero ya no estaba y ahora está en una cajita blanca, pequeñita, listo para ser recuerdo.
¿Cuándo?
Sonó el teléfono y nadie contestó, entonces empezó a llegar gente, familiares, vecinos, se entraron dos perra negras, enormes, preciosas, papá amaba los animales. Mamá no era capaz de decir nada, para eso estaban las vecinas que llenaron la casa de oraciones, de consejos para iluminar al muerto en su camino, que pongan velas y las trajeron, que pongan agua y se sirvió un vaso, que abran la puerta y la cerramos. Sonaba el teléfono de casa, el celular de todos, nadie dijo nada, como si las palabras fueran culpables, como si las palabras delataran nuestros pensamientos, como si hablar fuera a romperlo todo, pero, el qué.
¿Dónde?
Entonces el vacío, sentimos el vértigo de una nueva vida en la que hay que seguir haciendo como si supiéramos.
Claudia Jaramillo es cofundadora y Editora Adjunta de Revista Perro Negro en Madrid. No sabemos si esté de acuerdo con su descripción, pero es madre, poeta, escritora y diseñadora. En ese orden