Para muchos, Colombia y filosofía son dos términos de un contracditio in adjecto. Pero aquí nuestro poeta favorito nos recuerda uno de los tres pensadores más idiosincráticos léase originales que han producido un país de un continente e idioma que a pesar de que su magnífico legado literario solo parece poseer una incipiente tradición filosófica


Fernando González Ochoa, es un inclasificable pensador colombiano con muchas vecindades vitales con acracia. Y con él me ocurre lo siguiente: su escritura me impone una mirada que sigue presente mucho después de cerrar alguno de sus libros. No se pasa impunemente por sus páginas y el peligro está en que, como el papel secante sobre la mancha de tinta, nos absorba y obligue a mirar el mundo con su inequívoca forma.

Quiero decir que en todo lo que se ha escrito en este país —no es mi asunto si es filosofía su quehacer— me resulta difícil encontrar algo más personal, alguien con un don más poderoso para habitarse, con tanta maestría para preñar de sentido a las palabras.

Leo en Fernando González la palabra muchacha, y esa palabra huele a paraíso, a agua enamorada. Leo en Fernando González la palabra ceiba, y una sombra fresca espejea en mi cuarto. Hay liviandad de balso en su escritura, así cada una de sus poderosas imágenes tenga hondas raíces en la tierra.

Por años he padecido y compartido su idea de “vivir a la enemiga” y a contracorriente del hombre satisfecho, y aunque a veces me mortifique en él cierta tufarada jesuítica, cierta catoliquería, el embrujo de su fuerza vital, de sus palabras cargadas de un aura de hombre que ha viajado y trasegado por sí mismo, me hace encontrar otras verdades bajo la llaneza de mis lecturas iniciales. Es el embrujo de quien, como Nietzsche, sabe mudar de piel, sabe mudar de opinión.

Nunca lo vi y, sin embargo, cuando a veces paso por su casa en Otraparte, creo ver su presencia, su emboinada sombra que cruza con un bordón de viajero de otros días. El, que sabe que todo es viaje, que todo es sucederse. Leo en Fernando González la palabra bailarina y esa palabra baila bajo un cielo desnudo. Es el poder seminal de las palabras no buscadas sino destinadas al pensamiento.

Alguna vez lo imaginé caminando bajo un paraguas sin tela, entre su armazón o esqueleto de alambre, en un campo donde llovían aerolitos. Tal su pastoreo de riesgos, su vocación de despojo.

¿Cuál el secreto de su habla? El nombrar las cosas en su esencia, el verse y vernos en lo que somos, un trozo de barro ensimismado. En el fondo, así lo recorran ráfagas de lástimas y rabias, Fernando González parece convocar esta esquirla de Montaigne: “No hago nada sin alegría”.

En palabras propias:

«La única escena de la vida en que la riqueza es una tontería sin sentido es en un entierro.»

«El pecado es lo que hace interesante al hombre.»

«Quien huye de la vida es porque ama demasiado a la vida. Los hombres vulgares creen que un filósofo es un hombre de alma árida. Todo lo contrario. ¿Cómo puede analizar la vida el que no tiene el corazón repleto de vida? ¿Cómo puede conocer las pasiones, y los deseos, y los movimientos del alma, el que no tenga un alma atormentada?»

«Todo pasa. Pasa esta pequeña experiencia de la vida. Dentro de la historia general del mundo, la del individuo es nada, y nada es la de la tierra dentro de la historia del tiempo y de las estrellas. Y dentro del infinito y de la eternidad ¿qué serán estas vidas nuestras?… Por eso, no se le debe temer a la muerte. Y si no se le teme a la muerte, ¿a qué podemos temer? Se acaba el temor y el desespero y la impaciencia.“

«A todo hombre le ocurren grandes aventuras, a pesar de que esté encerrado en un cuarto de diez metros, pues el tamaño de los sucesos individuales se mide por la repercusión en el alma.“

«El payaso interior. Es el espíritu algo tan delicado que hasta la más sencilla sensación lo modifica. ¿Habéis visto esos muñecos que hacen cabriolas cuando se les tira de una cuerda? Pues idéntico es el espíritu. La sensación más sencilla lo modifica grandemente. ¡A sus cabriolas las llamo yo visiones espirituales!“

«Mi verdadera religión: adorar a la Intimidad en mi representación, sinceramente, sin otra finalidad; rendirme a la verdad viva y entregarme a quien sé que está en mí y yo en Él.“


Juan Manuel Roca ha publicado más de treinta libros de poesía así como también narrativa y ensayo. Ha sido galardonado como periodista, pero es como poeta que ha ganado tres veces el Premio Nacional de Poesía en Colombia y también los Premios Internacionales de Poesía Casa de Las Américas, Lezama Lima, 2007 y Premio Casa de Las Américas de Poesía Americana, 2009. En el año 2014 recibió un Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de Colombia. Esta es la página de Poetry International dedicada a Juan Manuel Roca.

Imagen principal: Fernando González Ochoa en el Nevado del Ruiz en Los Andes colombianos, 1924.