El festival llegó a su recta final con un conjunto de obras que representa no solo el espíritu del mismo, sino que son manifiesto de una programación que apuesta por películas transgresoras, radicalmente independientes (en algunos casos) y estéticamente arriesgadas.

Videofilia (y otros síndromes virales), de Juan Daniel Molero, es una historia apocalíptica. Uno de los protagonistas presagia el advenimiento de algo terrible, y lo espera al amanecer tomando alcohol sobre la azotea, acompañado de un amigo (escéptico) que lo registra con una cámara de video casera. Hay que grabar el fin del mundo, piensan. Pero no sucede nada, o al menos eso parece. En sueños, él tiene una epifanía: Videofilia, dice en voz alta al despertar, y se lo hace saber a su amigo, que nuevamente lo ignora. El virus se instala entonces en él, y va apareciendo de a pocos a lo largo de la película, en una nomenclatura visual propia de la internet y el mundo virtual. Su figura es la de un antimesías, que anuncia el final, y que recibirá luego las consecuencias del mismo. La historia transcurre en una Lima actual (en donde el C.C. Arenales es el microcosmos ideal de otakus, ludopatas virtuales y obsesivos del internet) con personajes que no pasan los treinta años, en su mayoría, cuya desconexión con la realidad tangible, e incluso con la historia del Perú (las huacas de Lima), los vuelve propensos a adquirir este virus “cibernético”. Finalmente, el protagonista, quien de manera activa había establecido una relación con estos sucesos extraños, sufre las consecuencias de eso mismo que él había anunciado, sacrificado por la saturación de información, videojuegos, relaciones sociales a distancia y basadas en chats y videoconferencias, pornografía y drogas. Su premonición se materializa hasta destruirlo, bajo la figura de una mujer, la coprotagonista, que termina convertida en una venus pixeleada.fp_631834_8514Te prometo anarquía (Julio Hernández Cordón, 2015) inicia con un amago de discusión de dos hombres jóvenes. Al parecer, mantienen una relación clandestina. Inmediatamente después, aparecen ambos, al lado de una mujer dormida, en un espacio oscuro y precario, bañados por una luz roja. Entonces la relación entre ellos se vuelve tangible. La historia que presenta Hernández Cordón gira en torno a esta relación homosexual soterrada y una mafia dedicada a comercializar con sangre. Ambos forman parte de una red de vendedores de sangre, y su función es la de reclutar la mayor cantidad de personas posibles para realizar esta operación. Dotados de sus skaters, son además parte de una pandilla que rueda las calles en una actitud rebelde, despreocupada, mostrando de este modo su rechazo al mundo establecido. Uno de ellos pertenece a una clase pudiente, y el otro es el hijo de su empleada doméstica, sin embargo esta relación, que bien podría ser vertical, se torna horizontal al entablar ambos una relación sentimental. Esta primera ruptura social y moral (dentro de los márgenes establecidos por una sociedad conservadora), da paso al primer nivel de la película, aquel que los vincula a la mafia. Durante toda esta primera parte de la película esta relación parece ser lo más relevante, de hecho, es lo que desencadena la ruptura definitiva de ambos. El juego de traficantes se les va de las manos y pone a prueba su unión, que los lanza como fuerzas opuestas uno a cada lado de la frontera mexicano-estadounidense.

La cinta mexicana, como varias presentadas en este festival y, en general, como muchas que se realizan actualmente en ese país, retrata una arista de la violencia generada por el narcotráfico y distintas mafias, pero lo hace desde el romance. Una historia de amor gay que dibuja una juventud negada para las responsabilidades adultas, que opta por el dinero fácil y pierde al enfrentar una realidad que los supera.letrasLas letras (Pablo Chavarría, 2015) es otra cinta mexicana que vuelve sobre la violencia, pero lo hace desde el silencio, la contemplación, la puesta en escena teatral y el seguimiento de personajes que deambulan por campos y zonas rurales. La apuesta de Chavarría está dictada por una cámara que parece levitar y cuyo ángulo de visión, casi siempre por debajo de la cintura, empodera el espacio. La película tiene un epígrafe que te pone en aviso sobre su carácter silente, y sugiere el poder escuchar y entender más allá de las palabras. Chavarría se sostiene en el paisaje y la observación de la naturaleza, e intercala con escenas prediseñadas, completamente ajenas al escenario presentado en la mayor parte de la película. El diálogo resultante es el de los espacios que habitó el personaje tácito de la historia (un hombre detenido de manera errónea), ilustrado por fragmentos de sus cartas, y las puestas en escena como representación de él. Una película cuya composición visual y sonora sirven para poner en la pantalla con lirismo, aquello que en la realidad se vivió con dolor.musasLa academia de las musas (José Luis Guerin, 2015) se desarrolla, primero, en un salón de clases en donde un profesor universitario dicta una cátedra de poesía italiana. La discusión gira en torno al papel de las musas en la literatura y su auditorio, mayoritariamente femenino, escucha atento lo que este dice, interviniendo luego con comentarios que atizan el debate. El devaneo intelectual lo lidera el profesor y la intervención de tres alumnas, que conforme vaya avanzando la película irán adoptando un rol cada vez más protagónico. Guerin registra esta situación desde una perspectiva casi documental, en donde la cátedra, la conversación académica, trasciende los claustros universitarios para dar lugar a escenas (al interior de un auto, en un cafe, la sala del profesor, habitaciones de hotel)  en donde las conversaciones tienen un correlato real, es decir, aquello que es dicho y discutido en clase (la definición y relevancia de las musas, así como su función), se vuelve parte de la vida misma de los personajes, convirtiéndose ellos en una representación contemporánea del antiguo poeta y las musas. Esta transición se da de forma natural y va incrementando el dramatismo, en apariencia inexistente, de lo narrado. Ahí están las alumnas, que apuestan por las convenciones literarias decimonónicas, frente a otra que elige el verso libre y es, tácitamente, expulsada de esta “academia de las musas”; aquella otra que asume con totalidad el papel de musa y una tercera, que a pesar de su compromiso con el concepto, se resiste a convertirse en una. Luego el profesor, el elemento articulador de toda la historia, se convierte en el “poeta” que escribe sonetos y predica, tal cual se dice en un pasaje de la película, el amor, o al menos algo que dentro de la construcción literaria es llamado así. Este conjunto de personajes forman parte de la “academia de las musas”, un pretexto plagado de pensamiento crítico para hablar del deseo en el mundo actual.