Por Juan Toledo


Durante mis no pocos años en la División de Arte del British Council de Londres, pude percatarme de cómo funciona aquello que la cancillería británica llama public diplomacy, y el papel central que el arte, supuestamente, juega en la forma como los países desean presentarse ante otros.

Recuerdo mi sorpresa al leer una correspondencia reservada entre el entonces embajador británico en Brasil y el director de la Bienal de Sao Paulo, en la que el primero advertía que la ulterior presencia de artistas británicos en la bienal dependería de asegurar premios para los futuros representantes artísticos de su majestad Isabel II, en la que en aquellos años era el más importnate evento de artes plásticas en las Américas.

Este es el año dual de Mexico in UK y, recíprocamente, del Reino Unido en México, eventos con fines comerciales que solo parece interesar a la oficialidad mexicana y a un puñado de burócratas en la cancillería del gobierno de David Cameron. Lo que no anticiparon los gestores de estos eventos casi anónimos, tanto en Londres como en la Capital Federal, fue el permanente influjo de las cosas feas que siguen contaminando la idea de ese “México lindo” de los avisos turísticos, y el desinterés mezquino que Europa, y en particular Gran Bretaña, sienten hacia Latinoamérica. El resultado es una serie de eventos banales, pueriles y anodinos amoblados con un arte igualmente insubstancial y fútil. Me temo que las cuatro esculturas públicas expuestas en este momento en cuatro diferentes puntos de Londres no desmiente lo inconsecuente de esta empresa diplomática.

Los cuatro escultores, Yvonne Domenge, José Rivelino, Paloma Torres y Jorge Yazpik fueron seleccionados por Katrina Wood, una supuesta especialista en arte latinoamericano y fundadora de MediaXchange, una oficina de relaciones públicas afincada en Los Angeles. La idea fue iniciada por la Directora de Art4, Nuri Contretras Martret, y lo que transpira es un desconocimiento de la estética del espacio público londinense, a juzgar por la selección de las obras, y quizá de los mismos artistas.

Paloma Torres

De las cuatro piezas, la única figurativa corresponde a dos gigantescos dedos índices colocados en Trafalgar Square, el corazón cultural de la ciudad. Lo único remotamente interesante de la obra de José Rivelino, aparte de su tamaño colosal, es la falta de ignorancia histórica de quienes la escogieron y comisionaron. Cualquier persona interesada en la historia política mexicana sabe de la práctica del “dedazo” en la elección de candidatos presidenciales por parte del Partido Revolucionario Institucional (PRI) de ese país. Al parecer, el oxímoron de ser revolucionario e institucional se les escapó a sus fundadores. Y la presencia y hegemonía del PRI es tal en la política de México que durante el siglo pasado gobernó sin ningún tipo de oposición. Y en el 2012, tras un poco más de una década en oposición, han vuelto al poder con Enrique Peña Nieto tras una coalición con el Partido Verde. Personalmente, me es imposible alejarme de la idea de que Rivelino literalmente trajo el  “dedazo”, aunque según el communiqué oficial, su intención es la de “demostrar las contradicciones en la igualdad humana”.

Ivonne Domenge

Yvonne Domengue, una veterana escultora de 69 años, es una especie de Barbara Hepworth mexicana con algunos rasgos de Henry Moore. Su especialidad radica en figuras esféricas abstractas y coloridas.  Lo que Domengue ha traído a Londres en ese sentido no es novedoso: una esfera naranja hecha de fibra de vidrio y arena que según la artista “evoca y refleja la fragilidad y belleza de las formaciones coralinas”, pero que al ser exhibida en Canary Wharf, el símbolo del centro financiero de la ciudad, lo convierte en un hecho grotescamente paradójico. Domengue debería saber mejor que el contexto de todo arte abstracto ayuda a conferirle significado.

Paloma Torres nos ofrece una “escultura utilitaria” que busca hacernos reflexionar sobre “la relación entre ciudad y naturaleza”, pero que en verdad podría ser analogía de cualaquier relación. Mi lectura personal es la de un casco metálico de los juegos gladiatoriales que populan la sociedad del espectáculo que estamos viviendo. Por último, está la piedra volcánica de Jorge Yazpik, presentada como una metáfora visual sobre “el origen y la geología de México”, pero que yo interpreté como una tortilla amorfa, ese símbolo irreducible de la cultura culinaria mexicana.

No sé, pero en todo caso la obra de Yazpik me recordó que no había comido, así que después de un par de minutos decidí retirarme y buscar un café donde merendar.