Por Carlos Rojas Cocoma

Ha sido seleccionada en varias ocasiones entre las cien películas más importantes de todo los tiempos. Es un clásico de la cinematografía lationoamericana. Una película que tuvo el privilegio -único hasta donde sabemos- de criticar la Revolución Cubana desde dentro. Es una cinta tan buena que -más de medio siglo después- todavía tiene mucho que decirnos sobre eso que llamamos «latinoamericanidad». Aquí la nota de nuestro colaborador desde Berna, Suiza, acompañada de la película entera


Si la relación del cine y la literatura fuera un partido de fútbol del uno contra el otro, la ventaja la llevan las grandes películas que rescataron del olvido obras que hubieran pasado al triturador de papel. Aunque la balanza de la crítica siempre presume aquello de que «el libro siempre es mejor», desde El exorcista hasta El padrino la literatura le debe al cine un empujón. El partido es distinto en las tierras latinoamericanas. Aunque hay bellísimas adaptaciones, las grandes plumas latinoamericanas, al menos las más famosas, han debido quedarse con adaptaciones menores. En este caso hablaré de una excepción. Un libro bello y desconocido que derivó en una cinta apasionante y distinta. El año de producción fue 1968, no cualquier año. Había en el mundo aires de rebeldía: Los Beatles, el Che Guevara, la Guerra Fría, el existencialismo y aquel mayo parisino que causó ecos en todo el mundo. Una generación que soñaba que la izquierda lo haría mejor que la derecha, aún sin saber cómo ni con quién en el poder. Cuba, una isla hasta hacía diez años supeditada a la obediencia a Estados Unidos, le señaló a América Latina el sueño de un mundo diferente. Eso incluyó al cine.

Memorias del subdesarrollo, el libro de Edmundo Desnoes publicado en 1962, trata sobre la reflexión personal y autobiográfica de un hombre perteneciente a la burguesía cubana que ante la Revolución, en oposición a sus paisanos y familiares que emigraron en masa a los Estados Unidos, decidió quedarse en la soledad de su apartamento a vivir en carne propia el paso de la isla al régimen socialista. El libro es un trasegar de reflexiones intensas, desesperanzadas, existenciales y sardónicas, que recuerda a ratos al Jean Baptiste Clamence de La Caida, a ratos el libro del desasosiego de Pessoa y finalmente al propio libro que inspiró al de Desnoes, las «memorias del subsuelo» de Dostoievski. Sobre ese último libro, Orhan Pamuk analizó en un interesante ensayo cómo el punto de inflexión del escritor ruso, así como el suyo propio como novelista turco y el de toda la literatura denominada periférica es una constante frustración identitaria entre querer ser «moderno» (occidental, eurocéntrico o desarrollado que va hacia lo mismo) y no serlo jamás, estar arraigado a una tierra y una tradición que se escapa de ello. Esa incapacidad es la que abre la duda de una identidad del destierro, de la sombra, de la inferioridad, que en el caso latinoamericano pareciera ser insuperable.

La cinta homónima de 1968 y dirigida por Tomás Gutiérrez Alea toma ese concepto, «subdesarrollo» y lo desenmaraña, explora desde el pesimismo todo eso que avergüenza y define al ser latinoamericano. Es una ficción sin ficción, no solo se desarrolla dentro de acontecimientos históricos sino que además los dispone en el montaje y los hace propios. Toma imágenes de prensa e imágenes reales de la ostentosa casa de descanso de Hemingway en Cuba, los juicios a los oficiales de Batista, el discurso de Fidel en la ONU o la voz en off de Kennedy amenazando de guerra a los cubanos. No se salva nadie, ni el propio autor del libro: Edmundo Desnoes hace su aparición hablando sobre el subdesarrollo mientras el protagonista, Sergio Corrieri, insulta en sus pensamientos a ese desconocido presumido que «fuera de Cuba no es nadie». Si asumimos que ese Sergio es igualmente su alter ego, la cinta nos regala un gesto único en el que el autor se insulta a sí mismo con el guante blanco de su dolor: lo llama “subdesarrollado”. 

Sergio Corrieri anota con voz en off el desprecio a su nuevo amorío, Elena, fascinada con los turistas rusos que la retratan con camaritas o a la familia de ella que poco moderna al parecer de Sergio, le exige ofendida que le pida matrimonio ya que tuvieron relaciones sexuales. Se decepciona por las expectativas y las esperanzas latinoamericanas, los sueños y la idiosincrasia, la falta de refinamiento y la simpleza, lo burdo de su clase obrera, mientras él se lamenta por sentirse demasiado «europeo» para vivir allí. Aborreciendo a todos, termina por presentar una imagen de sí mismo disminuida y cínica, arrogante y perdida, vacía y patética. Ridiculizando su entorno, Sergio termina por ridiculizarse; creyéndose superior, acaba por «subdesarrollarse».

Veo Memorias del subdesarrollo más de medio siglo después de realizada y cerca de veinte años después de verla por vez primera; me cuesta creer que la izquierda de los sueños rotos sigue siendo igual, y que salvo el cine digital e internet seguimos recorriendo el mundo desde las mismas ideas. En Colombia era difícil creer en la izquierda después de tanta sangre derramada en su nombre. La derecha no lo hacía mejor. Eran (¿son?) tiempos escépticos. La descubro alicaído. Verla es pedir un saldo de cuentas y descubrir que hemos cambiado poco como latinoamericanos, compartimos el cinismo de Sergio al reconocernos pobres e incompletos, desencantados, y seguimos creyendo que el futuro está afuera y arriba. No obstante, mi desaire personal proviene de otro lugar. Más allá de quien produjo la cinta y bajo cuál régimen, es una cinta libre. La voz en off entra cuando quiere, al igual que la música.  Cuando se le da la gana es literaria como el cine poético, cuando no es vulgar y sincera como el neorrealismo, y a veces se convierte en un reportaje de época que los años han convertido en memoria. El montaje es un juego que dice mucho con pocos elementos, su poder estriba en su simpleza, y a pesar del pesimismo la mirada sarcástica del protagonista otorga verosimilitud y frescura. Eran tiempos que los créditos finales eran unos cuantos títulos fijos y no el casi infinito scroll del cine actual que nos recuerda lo difícil que es contar historias, sin parecer cine precario. 

Ver Memorias del subdesarrollo es reivindicar más de medio siglo después, es ver de nuevo con nostalgia un cine que sin cargarse de densidad podría parecernos más original, más personal, más humano. No sé en qué momento de estos años el cine latino se cargó de efectos y de tramoyas y distanció al autor de algo que nos pertenecía, la ilusión de que a lo mejor también nosotros, con ideas y una cámara, podamos contar una historia que nos ayude a entender lo que somos, o a añorar como en esta cinta, aquello que nunca hemos sido. 


Carlos Rojas Cocoma es historiador y fotógrafo. Es autor de algunos textos sobre el pasado -no el presente- de las imágenes y es amante no correspondido del cine. Como buen historiador comenta sobre varias cosas siempre y cuando no sea la actualidad. Actualmente reside en Berna, Suiza, y esperamos que este sea el primero de muchos más artículos para nuestro Perro.