Una ceremonia de inauguración sencilla. La sala atiborrada de gente y, en los jardines exteriores, un ecran para quienes se quedaron fuera. Finalmente no lo están, al menos no del todo. Para empezar, una película que cuestiona las formas y ataca directo al sistema nervioso. Ese parece ser el espíritu de Transcinema: austero, íntimo, abierto, transgresor. Un tipo de cine que exuda honestidad.

Pero primero lo primero.

Field Niggas (Khalik Allah, 2015) es, ante todo, un retrato, la construcción de una identidad desde el testimonio colectivo. Un sinnúmero de afroamericanos posan frente a la cámara de Allah, caminan y se enfrentan al lente que los tiene, muchas veces, en primer plano. Una imagen ralentizada que vuelve etéreo sus movimientos, el humo que exhalan, sus sonrisas (y también los gestos grotescos) y el parpadeo de sus ojos, acompañados por un sonido que les pertenece y a la vez no, porque Allah decide divorciarlos, al desincronizar las voces, poniendo en duda su pertenencia. ¿Es, finalmente, importante poder identificar a cada uno, o funcionan como un todo indivisible?FIELD-NIGGAS_2_720_405_90

La propuesta de Allah es denuncia, reflexión y exposición de una sabiduría negra venida a menos, oculta bajo la marginalidad que los aplasta. Su ritmo apaciguado les resta revoluciones, y se cotrapone a las voces que, sincopadas, van narrando historias de drogadicción, robo, fantasía, delirios, enfrentamientos, y un cuerpo común ante la policía, que se convierte en el antagonista de la narración, un relato hecho a partir de la sumatoria de distintos puntos de vista, que terminan por ser las aristas de un solo poliedro.

Autoretrato de Siria (Wiam Bedirxan y Ossama Mohammed, 2014) tiene, con la cinta de Khalik Allah, en común el carácter colectivo, pero se distancia de este porque aquí los directores trabajan, primero, a partir de material encontrado, videos descargados de Youtube que capturan en primera persona, e in situ, las atrocidades de la guerra en Siria, para luego iniciar una suerte de relación video-epistolar, poetizando sobre el miedo, la violencia y la incertidumbre de formar parte de una nación en escombros. Uno de ellos, desde Paris, y la otra al interior de Siria. Ambos articulan desde su posición (en exilio y permanencia) un testimonio crudo de los excesos y el sinsentido del horror, con una clara intención de ser representativos y totalizadores –no es gratuito el número 1001: mil y un videos, mil y un sirios, mil y uno como un símbolo de lo infinito-, así como plantear un discurso de metacine, no solo a partir del gesto mismo de apropiarse de material ajeno, sino desde el discurso de Ossama, que desde Paris empieza a establecer relaciones entre la cinematografía y las escenas que muestra, sobre todo en la primera parte del film, intentando, tal vez, justificar su ausencia en la zona de conflicto, cuestionando su rol de cineasta, desnudándose la culpa y, finalmente, aportando en algo como realizador, dándole visibilidad, cuando a Occidente poco la importa, a tanta sangre derramada.