Por Claudia Jaramillo


El Festival Internacional de Poesía se realiza desde hace 25 años en Medellín. Es uno de los recuerdos más surrealistas que tengo de esta ciudad, que ostentaba el título de la más violenta del mundo. En aquella época de bombas y de balas, de repente se paralizaba el ajetreo para que un poeta leyera sus cuentos. Cientos de personas se reunían para escucharlo. Era un contraste alucinante. El festival surgió en 1991, el año más sangriento de la historia de Medellín, recuerda Fernando Rendón –poeta, director y fundador del festival–, y lo hizo para combatir el terror. Nació desde la idea de resistencia cívicocultural contra las masacres, asesinatos y bombas.

Durante una semana, los poetas dejan de ser personas normales para subirse a unos escenarios a recitar su obra, y el público de la ciudad, muy efusivo y agradecido, siempre escucha y aplaude. Los poetas no son como las estrellas de cine, perseguidas por las miradas y acosadas por un autógrafo, pero cuenta la leyenda que en el Festival algún poeta ha firmado un libro.

Los poetas van subiendo al escenario, son presentados junto a sus trayectorias –a menudo más largas que algunos de sus poemas– y, sin mayor protocolo que el silencio, la gente va apareciendo en los distintos lugares en los que se celebran los actos, toman asiento y escuchan, algo que parece imposible en un ambiente tan estridente como el nuestro, en donde la música no se vive para adentro sino al mayor volumen posible y en plena calle. No deja de sorprender la calma con la que todo se detiene ante un texto. El ruido atronador de la ciudad es contagiado por el ritmo de un poema, a veces, en un idioma extranjero o en una de tantas lenguas propias que tenemos en el olvido. Aunque el público guarda silencio no es pasivo, la interacción es continua con aplausos y silbidos. Incluso, en algún momento, he visto a algunos retransmitiendo el evento en directo por sus teléfonos móviles, o al menos eso parecía.

Sin más parafernalia que una mesa, unos vasos de agua y un micrófono comienzan las lecturas, ya que es todo lo que se necesita para hacer cada presentación. Aunque en el alternativo a veces no hay mesa, pero siempre hay poetas, porque aparecen de la nada y tienden a multiplicarse.

Pues eso, que al festival le salió el hermano alternativo. Desde hace unos años tiene lugar el Festival de Poesía Alternativo de Medellín. Al ser la ciudad más inteligente del planeta no nos íbamos a quedar atrás con el festejo paralelo que tienen hasta los más grandes festivales del mundo. La versión alternativa no es tan protocolaria como su hermana mayor, tiene un presupuesto mucho más apretado y ese encanto de lo artesanal que ha perdido un poco el festival mayor. La convocatoria se hace desde el blog neonadaismo2011. A manera de aclaración, el nadaísmo es una corriente literaria criolla que duró lo que tenía que durar y sacó del anonimato a varios escritores que en su mayoría están muertos. Vale decir que su mayor logro fue sacar del costumbrismo autista la literatura grecoquimbaya que se venía escribiendo.

El Festival Internacional de Poesía de Medellín no necesita mucha presentación, es un festival único, nacido en la cuna del subdesarrollo. Aunque ahora tengamos el título de la ciudad más innovadora del planeta, queremos olvidar de una buena vez el pasado violento que nos antecede.